Agustín Romero nos reconcilió con el tercio |
A punto está de echarse el cierre a la feria de San Isidro
de este año, una feria con muchas sombras, muchísimas, con demasiado oropel,
demasiadas zonas oscuras y excesivas maniobras que parecen solo perseguir un
fin, acabar con la plaza de Madrid, hacer creer que los aficionados de Madrid
han enloquecido, que hoy una cosa es blanca y mañana la misma es negra, que hay
un viento endiablado que hace cambiar el sentido de los habituales de Madrid,
cuándo precisamente estos, los habituales, son los únicos que se han mantenido
en el mismo sitio, con la misma idea y la misma postura. Pero como algunos,
sobre todo los de micrófono en mano, saben moverse en el lodo con tanta
maestría y sin una pizca de honestidad, con la colaboración de los ocupas del
palco, están convirtiendo a la plaza de Madrid en un adefesio sin crédito
alguno. Les sobra argumentario y medios para instalar la mentira en el centro y
convertirla en una verdad aparente, a fuerza de repetirla una y mil veces. Una
feria tragando y tragando basura ganadera, vulgaridad torera e infamia
empresarial, pero aportando siempre una justificación a lo más injustificable,
siempre a tiempo. Y cuándo aparecen esos hierros llamados tan desacertadamente
encastes minoritarios, sueltan estopa sin compasión. Simplemente aquello es lo
ideal, lo grandioso y esto, la fiel representación de la miseria taurina. Que
ni tan siquiera amagan con comparar, porque quizá en las comparaciones, lo
comercial, lo moderno salga perdiendo. Y el señor empresario, sin más
aportaciones, sin más innovación, que auténticas melonadas, ocurrencias que
aparte de no tener sentido, ni justificación, aportan poco o nada a los toros.
Que si la corrida de la cultura o la de
las naciones, con una única variación, la ambientación de la plaza con cuatro
colgajos o con unas banderitas muy propias, o esas corridas anunciando dos
hierros, por aquello de poder parchear el festejo en caso de necesidad o el
desafío ganadero, que ni ha sido desafío, ni nada, pero bueno tampoco está tan
mal esta fórmula. Algunos preferimos corridas de seis toros y una ganadería y
otros… Pero de esta forma se abre la puerta a que ganaderías cortas puedan
mostrar su trabajo en Madrid.
Y llegó el día de tal desafío, que en principio iban a ser
tres de Rehuelga y tres de Pallares, pero que por exigencias ganaderas ha
quedado en un dos cuatro. Le ha pesado a Rehuelga eso de tener que presentar
tres toros en Madrid y reeditar el éxito del año anterior. Precisamente de este
hierro fue el primero, el de Iván Vicente, nada aparatoso de presencia, más
bien lo contrario, que ya de salida puso en apuros a su matador. Empujó con
fijeza en el peto, habiendo derribado en una primera vara, cuándo le daba la
vuelta al peto, para al final no pasar de dejarse pegar. Ya con la muleta,
Vicente le dio la peor medicina que podía administrarle, permitir que le tocara
la tela. Sin quedarse quieto, la tomó en
la zurda y el toro entraba ligeramente rebrincado, pico, medios pases y además,
con mucho cuidado de no bajarle la mano más de la cuenta, para que el de
Rehuelga no besara el suelo. El cuarto, de Pallarés, ya daba la sensación de
que se quería comer los engaños y a quién los manejara y no se hacían con él.
En varas fue de menos a más, un picotazo rectificado sin apenas castigarle, al
paso para un puyazo trasero, cabeceando y hasta repuchándose y un tercer
encuentro arrancándose desde lejos y peleando en el peto. Ya fuera de este, el
toro aún estaba pendiente de aquel caballo con faldas dónde le habían hecho
pupa. Entraba de dulce en la muleta, que se le presentaba atravesada y sin
mandarle en ningún momento, buscaba pelea, pero solo se le ofrecían trapazos,
hasta que ya se aburrió y tras varias tandas ya salía de los muletazos
desengañado. Una faena que al final solo fue merodear por los alrededores,
encimista y soltando trapazos sin interés. Quizá esta fue la oportunidad de
Iván Vicente para convencer a los que tienen los contratos, pero se le fue.
Javier Cortés volvía después del buen sabor de boca de su
última actuación y tras echársele para atrás a su primero, corrió turno y echó
por delante al otro de Pallarés, al que ya de salida le dejó tocar en demasía
las telas. No se le picó apenas, lo que quizá acusó en el último tercio, con
embestidas codiciosas que el espada no fue capaz de templar. Mucho
aceleramiento, muchas prisas y largando tela en línea recta. No se hacía con
él, un desarme, cambio al pitón izquierdo y sin poder impedir que el toro
tocara la muleta una y otra vez, se le estaba viniendo arriba y complicándole
la existencia. Llegó a ponérsela plana con la derecha, pero no era capaz de
mandar, obligándose a recolocarse constantemente. Y si con el bueno no pudo,
con el de Marca la cosa iba a complicarse. Amagos en los primeros capotazos,
arrancándole el engaño a las primeras de cambio. En el caballo peleó con la
cara alta, se salió suelto del caballo y ese defecto de apuntar al cielo se
daba también al tomar los capotes. Esperaba por el derecho en banderillas,
pegando un arreón que complicaba mucho el poder clavar. Comienzo de faena por
abajo, derrotes, la tocaba y más derrotes aún, defendiéndose y así ocurrió que
en un derrote seco, alcanzó a Javier Cortés, qué mala suerte la del chaval.
Cogido, forzó el arrimón, arrancar muletazos, pero quizá aquello solo tenía un
macheteo eficaz por abajo y a otra cosa.
Javier Jiménez hacía su única aparición en la feria en este desafío ganadero.
Le tocó uno de los dos de Rehuelga, al que se picó poco y mal, en mitad del
lomo y tapándole la salida. Ya flojeaba tras la primera vara y en la segunda
apenas se le apretó. Con la muleta todo fue un conglomerado de despropósitos,
pico, enganchones, carreras, mientras el animal no podía con su cuerpo. Al
sexto, quizá con kilos de más, le recibió sin pararse un momento y dando la impresión
de que no le apetecía demasiado bregar con el de Pallarés. Bien cogido en la
primera vara, picando en lo alto; le tapó la salida, mientras el animal
peleaba, tirando alguna que otra cornada por el izquierdo. Un segundo puyazo,
con el de arriba moviendo el caballo, de nuevo en buen sitio y, cosa
excepcional, se le puso a un tercer puyazo, de lejos y aunque se lo pensó más,
se entregó al toreo a caballo del picador, que de nuevo volvió a picar arriba.
Ya estaba la gente buscando el programa y queriendo saber quién era ese loco
que había movido al caballo, que había toreado, dejado tres puyazos arriba y
que además, había medido el castigo; pues sí Agustín Romero, de nazareno y oro,
al que el bueno de Javier Jiménez invitó a descubrirse, lo que pasa es que en
el último toro, se descubren todos los que lucen castoreño con piña, cucarda y
ajustado barbuquejo. El público esperaba algo grande, pero el de Espartinas no
pudo más que intentar muletazos de uno en uno, acortar ya de principio las
distancias sin motivo, quitándole el engaño de la cara de golpe y liarse a dar
trapazos siempre tropezados. No se había enterado de lo que allí había,
banderazos, merodeaba en los alrededores del animal y parecía que ni se enteró
de la oportunidad que se le había ido. Terminaba el desafío ganadero, la feria
esta a punto y tras tanta ocurrencia, tanto despropósito, tanto ajeno a la
fiesta de los toros, tan poco centrado en lo fundamental y tantas y tantas
tardes vacías, si alguien ve al empresario, o cómo se quiera él mismo llamar,
que le diga que el desafío es usted, señor Casas.
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