miércoles, 6 de junio de 2018

Les sacas del guión y se pierden


Ya es mala suerte, que te sientas torero con el caballo, que señales el puyazo en el sitio y marres las tres veces

Tocaba la de don José Escolar, corrida que tradicionalmente estaba reservada para poco menos que gladiadores dispuestos a aguantar y sortear las dentelladas de estos vástagos de Albaserrada. Si es que era nombrarlos y se nublaba la tarde, era hablar de los cárdenos y se cortaban los alientos. Bastaba con estar y quizá eso pensaban Rafaelillo, especialista en solo estar, Fernando Robleño, un maestro en lo de estar haciendo parecer que hace y Luis Bolívar, del que algunos aún creen que está, pero con fundamentos. Que los hubo de don José que iban más que justitos de trapío, que pasaron por el caballo recibiendo la leña que muchos ni piden, ni sueñan para esas ganaderías del “toro para el torero”, a los que en líneas generales se les lidio bastante mal, pero que para lo que les hicieron pasar, bien poco acusaron los cientos de trapazos de más y a destiempo.

Le correspondía el primero a Rafaelillo, que pudo comprobar como iba largo, de la misma forma que no veía la manera de quitárselo de encima, por más mantazos que le endiñara. El de Escolar cabeceó en algunos momentos en le peto, mientras el picador barrenaba sin disimulo, aplicándose también en la segunda vara. Rafaelillo le tomó con la muleta por abajo y el toro seguía yendo largo, la sensación es que allí había toro, pero poco pudo aguantar el murciano sin empezar a acortarle el viaje. No estábamos más que en el inicio del trasteo y daba la sensación de que el Escolar le iba a comer la merienda de dos bocados. La verdad es que el dejarle tocar la muleta, el no tener recursos cuándo le apretaba, el atravesar la muleta, con el peligro de que el animal se iba al hueco que quedaba entre el engaño y el bulto, no ayudaban para que Rafaelillo sacara algo en claro. El espada acortaba los muletazos, quitándole la tela de repente. La cosa no marchaba y entonces tomó la opción de acortar distancias, a ver si así, al menos se calmaba el vendaval. No es la primera vez que este matador malea un toro pretendiendo hacer ver que es un marrajo, pero en esta ocasión la evidencia se interpuso entre sus carencias y la boyantía del de Escolar. A su segundo parecía que iba a intentar también alargarle el viaje, pero estas buenas intenciones se diluyeron casi de inmediato. Se dio la vuelta para perderle terreno, se le venía y le movía el capote da lado a lado, en la misma cara del toro, como si a estos no les hiciera falta poco para que se avisen. Muy mal picado, en la paletilla en los dos puyazos, dándole estopa tapándole la salida, mientras el animal echaba la cara arriba. Ya con la muleta, se lo sacó más allá del tercio, se echó la pañosa a la zurda, para en dos trapazos ya dejar que se la enganchara con carreras y estando aperreado con el cárdeno. El toro no cesaba de puntear la muleta, que siempre acababa demasiado alta, cuándo lo que se requería era mano baja. Siguió aperreado, cambiando de mano, pero ese punteo no encontraba remedio, yendo la cosa a peor, lógicamente. Quizá otras tardes le haya funcionado a Rafaelillo eso de hacer ver que el toro era un dije, a base de hacerle todas las perrerías imaginables, pero en este caso, con los dos de Escolar, ha quedado retratado él y su carencia de recursos para torear. No se trataba solo de estar, había que poner algo más, algo de lo que quizá carece este matador.

El segundo, que correspondía a Fernando Robleño, tomó el capote rebrincado. Pelea más que discreta en el caballo, para pasar al segundo tercio, en el que puso en apuros al que fuera por el pitón derecho, por el que cortaba una barbaridad. Inicio de faena sin parar quieto un momento, para ya con la diestra, comenzar una sinfonía de toreo con el pico, constantes carreras para recuperar el sitio, el baile no paraba, un desarme, para seguir dándole pases allá dónde pillara. Cambio de mano, pero no de escenario, traspiés que dejó a Robleño a los pies del toro, que no hizo por él . Acabó con el irremediable arrimón de cada día, muletazos de uno en uno, de frente, haciendo que el personal despertara de la pesadez de faena de Robleño. El quinto ya de salida daba la sensación de poderse quedar en cualquier momento. Acudió al caballo al paso, para dejarse dar sin más, cómo si admitiera el trámite. Sin humillar y esperando demasiado, Robleño le empezó a merodear, se le defendía, lo que hacía que el madrileño anduviera un tanto aperreado, aunque tampoco se le ocurría darle por abajo, lo que hizo tímidamente muy a última hora, al menos para poder medio entrar con la espada.

Le salió a Bolívar el que hacía tercero, que ya pasaba del tipo Albaserrada, al tipo anovillado, que si los demás estaban en esa línea del sí o el no, este caía de bruces en el no. Aturullado con el capote, se puso a dudarle por la cara, moviendo el capote de pitón a pitón. Humillaba en el peto, con fijeza, pero sin que apenas se le diera, se dejaba y poco más. Se paró prácticamente al segundo muletazo. Para a continuación empezar a seguir la tela allá dónde se la movían, otra cosa es cómo la movía Bolívar, que bastante tenía con intentar recuperar la posición. El toro iba a más y él solo daba para echárselo para afuera con la ayuda del pico, sin haber sabido aprovechar las embestidas buenas, que las hubo. Al sexto le recibió con verónicas que hicieron vibrar al público, siempre echando el pasito atrás en el momento del embroque. Le puso tres veces al caballo, dándole distancia, el toro arrancándose con brío, el picador toreando bien a caballo, dejándose ver, citando con alegría y las tres veces señaló el puyazo en muy buen sitio, pero era tocar el palo al toro y al picador se le nublaba el mundo, no atinó en ninguna de las tres oportunidades. Que esto puede pasar, sobre todo cuándo se dan muestras de esa voluntad de hacer las cosas bien, pero, ya es mala suerte que no atinara ni una vez y además que dejara al toro sin picar. Gran par de Fernando Sánchez, que hubo de saluda ren compañía de Miguel Martín. En la muleta el toro no se cansó de embestir, pero Bolívar solo podía ofrecer una retahíla interminable de trapazos con el pico de la muleta, en línea, levantado la mano, sin mando ninguno, teniendo que colocarse a cada muletazo. El toro se le iba y vaya que se le iba, boyante, noble, como toda la corrida y el colombiano poniendo posturas y de respingo en respingo. Como último recurso optó por encunarse al entrar a matar, pero poco era eso, cuándo no había existido el toreo por ninguna parte. Este, como casi toda la corrida de José Escolar era para torearlo, para aprovechar esos regalos en forma de embestidas, para oponer firmeza y mando, pero los tres parece que llegaban con ciertas ideas preconcebidas, que no coincidieron con lo que salía de chiqueros y es que lo que demuestra todo esto, por mucho valor que se les quiera dar, es que les sacas del guión y se pierden.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrique ayer me decepcionó la de Escolar, esperaba más picante. Su comportamiento fue más parecido al del monoencaste que a las corridas de los días anteriores. Alguno llevaba orejas para cortar pero no fue posible. El primero, midiéndole el castigo en varas, podía haber hecho tres entradas al caballo, pero ya conocemos la generosidad de Rafaelillo con la afición. Por lo demás estuvo en su línea, lleva años sin rascar bola en Madrid. Robleño recetó algunos muletazos sueltos realmente bellos pero su labor no terminó de calar en el tendido. De Bolívar siempre me gusta su generosidad con el público en cuanto a la suerte de varas, en el sexto realizó una serie con la mano izquierda que, en cuanto a colocación, despaciosidad y temple ya la hubiera firmado el mismo Talavante. Uno de mis tres favoritos para las corridas toristas junto con Chacón y Castaño, es la única forma de ver una suerte de varas como en Francia. De nuevo Fernando Sánchez nos levantó de los asientos.

Un abrazo
J. Carlos

Anónimo dijo...

Para mí, la corrida mas enrazada en lo que va de feria.