Han bastado dos días para que la realidad nos recuerde lo que son los toros, la fiesta de los toros, arte, espectáculo, rito o cómo queramos llamarlo, en el que litigan la vida y la muerte. Cada cual tirando para un lado; una, con una multitud haciendo fuerza en un sentido, y la otra, casi en solitario, porque siempre habrá quién se alinee con la oscuridad y el horror, en el otro. Nadie resulta ajeno cuando el torero derrama su sangre en la arena de la plaza y quizá este hecho sirva para descubrir la condición de los seres humanos. Como si fuera un tercio de varas del ánimo, ahí cada uno deja ver sin disimulo lo que realmente lleva dentro. La consternación suele ser un fenómeno generalizado, pero entre los afectados, siempre asoma el mansurrón que tira derrotes a diestro y siniestro, defendiéndose y cuándo cree que va a pillar carne. Se ven crecidos y sacan pecho. Unas veces culpan a los exigentes, a los que quieren mantener el rigor de la fiesta, otras les quieren echar en cara a estos mismos ese querer mantener la esencia de los toros, y tiran de que cómo se atreven a llamar a un animal bobona, babosa, inválido, sardina, etc… Todos los animales, todos los toros, todos son capaces de tirar un derrote mortal, todos, porque todos cogen, igual que cualquiera es capaz de esbozar un razonamiento, ya sea insensato o inconveniente. Pero los toros, la fiesta, es otra cosa, es el poder de la inteligencia, el conocimiento y el valor, sobre un animal fiero, encastado, imponente. Y si para que el espectáculo se eche para adelante hay que conjugar el verbo cuidar, mala cosa.
El toreo no es cuidar, es poder, dominar. El toreo no es transigir ante la mediocridad, es aspirar a lo imposible. Que sí, que los borregos también pegan cornadas y hay que ponerse delante, pero eso no quiere decir que se le haga toreo. Es como llegar a pensar que cualquiera que articule tres palabras sea válido para sentarse en una cátedra de lógica filosófica, de historia medieval o de neurología. Esto de los toros es algo que puede ser de todo, menos sencillo, está lleno de contradicciones, lleno de misterios, de aspectos que resultan difíciles de comprender, incluso para aquellos que se dicen adeptos a la causa, y dense cuenta que a propósito no utilizo la palabra aficionados, porque eso ya sería demasiado. Que los hay que se autodenominan así, aficionados, pero que no llegan a entender algo tan simple como es la exigencia del toro y de toreros que le ofrezcan en cada arrancada la posibilidad de que le coja, pero que gracias a sus conocimientos, logra esquivar los pitones y conducir esa terrorífica embestida por dónde quiera y a la velocidad que quiera. Y que aunque el aficionado exija tal hecho, por nada del mundo desea que el torero resulte cogido, ni tan siquiera que sufra un mínimo arañazo.
Puede parecer contradictorio, pero el aficionado quiere ver al toro, no quiere ver que se le cuide y se espanta de los toreros que hacen de ello el fundamento y honor de su carrera. Se está con el toro y se desea con toda el alma que el matador edifique su gloria sobre el poder a ese animal fiero y encastado. No sé si es un razonamiento demasiado enrevesado, allá cada uno con lo que tenga en su cabeza, pero lo que no es admisible es que nadie, y menos alguien que va a las plazas de toros, es que se culpe al aficionado de una cornada, de que el percance sea consecuencia de querer mantener el rigor, de querer defender la integridad del espectáculo. No sé que conexiones neuronales pueden tener quienes ante una cornada, y más si es de gravedad, se vuelven culpando a otros en el tendido, se lanzan a hacer ver lo peligroso que es torear, casi un imposible, los que exigen a otros que bajen ellos a ponerse delante del toro que aún tiñe sus astas de sangre. Que no quiero llamarles nada, porque igual cara a cara, en una sosegada conversación dejarían ver un gran corazón, aunque un escaso razonamiento. ¿Cómo pueden creer que alguien pueda desear no solo el percance, sino que no entiendan que este les conmueva y les llene de consternación? En otro sentido me recuerda a los ajenos a la fiesta, cuándo te sueltan a la cara que los que vamos a la plaza disfrutamos viendo sufrir a un toro y que nos deleitamos con su tortura. ¿De qué se nutren estas cabezas? Pues cuando vamos a los toros, no vamos a ver sangre con un oscuro y sádico deleite, ni vamos a palmotear a ningún tipo de tortura, ni mucho menos vamos a ser testigos del sacrificio de un hombre, ni queremos ver fieras corruptas que nos garanticen que allí surgirá la tragedia sí o sí. Es mucho más sencillo; yo diría que hasta simple, vamos a ver a un torero, con todo lo que esto encierra, torear, que no dar pases y trapazos, a un toro, que no un borrego desmochado, fofo, escuálido, sin fuerzas ni para aguantar en pie, ni con la bobería que conlleva la ausencia de casta. En definitiva, lo que queremos ver es el toreo y lo que no queremos en ningún caso, absolutamente en ninguno, es que ninguno de los que visten de luces no salga de la plaza andando, ni por supuesto que vierta su sangre en la arena, porque esto sin discusión, es el alto precio del toreo.
PD.: Un recuerdo muy especial para Javier Cortés, Mariano de la Viña, Gonzalo Caballero, Miguel Ángel Perera, Enrique Ponce y para todos los que se están recuperando de sus percances, sobre todo para los que peor lo están pasando. Y que muy pronto les volvamos a ver en los ruedos y entonces, solo entonces, hablaremos de cuestiones taurinas, pero por el momento prima lo humano sobre todas las cosas
Enlace programa Tendido de Sol del 13 de octubre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-13-octubre-de-audios-mp3_rf_43021429_1.html
4 comentarios:
Don Enrique, es Mariano de la Viña, no Rafi de la Viña. Un abrazo.
Muchas gracias, Antonio. A raíz del percance no se me va de la cabeza también el hermano, al que tantas veces vimos en Madrid. Lo corrijo, pero que conste que ha sido por su oportuna indicación.
buen articulo Enrique, a tiempo y a cuento.
Lo primero, desear a los toreros una buena recuperacion.
A mi personalmente me da mucha rabia cuando 《la tonta del bote》 coge. Ese arreon cuando menos te lo esperas, y si es sardina mansa descastada y afeitada, rechino los dientes con una rabia y furia indescriptibles.
cualquier toro puede coger, desde luego. Quien duda eso.
Saludos de
Lesaqueño
Pues, como siempre, no puedo estar mas de acuerdo contigo Enrique. Mil veces me habrás escuchado, incluso leido, eso de que todos los toros dan cornadas. Hasta hace poco, en la última entrada de mi blog con respecto a las declaraciones de Miguel Angel Perera, digo que los toros que el mata también dan cornadas. Tan solo unos días han servido (tristemente) para darme la razón. Quizás uno tenga algo de noción de el daño que puede hacer una erala.
De lo demás nada mas que añadir. Has descrito perfectamente el sentir de los que van a un tendido, y de los que íbamos hasta hace poco. Hace mucho tiempo que no tengo ganas de hablar de lo que sucede en los ruedos de este país, pero hoy mucho menos. Solo desearle pronta recuperación a todos los que están en una cama hoy en día en el ejercicio de su profesión: Miguel Angel Perera, Javier Cortés, Mariano de la Viña, Gonzalo Caballero, o el recortador Pablo Martín "Guindi"
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