martes, 22 de octubre de 2019

Torear despacio no siempre es templar


Cuando el natural, templando, se convierte en la sublimación del toreo

En estos tiempos en los que no parece distinguirse lo blanco de lo negro, lo grande de lo chico, lo chico de lo fino, lo fino de lo elegante, lo elegante de lo amanerado y el culo de las témporas, tampoco se diferencia con demasiada claridad eso de torear despacio, con torear templando. Que no es infrecuente que después de una batería de trallazos trapaceros en los que el de luces se quita de en medio las arrancadas del toro de aquella manera, y una vez que el animalito ya ha agotado los bríos iniciales, al ponerse en paso de procesión, como si fuera de la hermandad del eterno tullido, que medio aguanta con paso cansino y jadeante y que es entonces cuándo el de las calzas rosas se aprovecha, se pone jacarandoso y hala, a acompañar las despaciosas embestidas con porte aflamencado, entre el delirio del pópulo. Pero, ¿realmente es eso torear?

Aunque ahora son muchos los que cuestionen a Domingo Ortega, tendremos que acudir a su más que sabida sentencia, al parar, templar y mandar. Parar, que gran palabra, conseguir que cuándo el toro entra en jurisdicción y crea que va a atrapar el engaño se frene y lo siga a la velocidad que marca el torero y por el camino que este le marca. Así desde el primer instante, sin tener que esperar que las carreras mengüen el brío del toro y que sea a partir de la tercera o cuarta tanda en la que aparezca la despaciosidad. Esta debe estar presente desde el primer capotazo, el primer muletazo, porque las telas no pueden en ningún momento convertirse en un látigo agitado violentamente. El efecto de la muleta sí que debe ser cómo ese látigo, pero con suavidad, sin prisas, porque eso es el toreo. Y esa cadencia no puede venir marcada por los ímpetus del toro, debe ser el resultado del mando, del dominio.

Hoy en día se admite el toreo eléctrico en el que el gran mérito es apartar la tela, no conducir la embestida con él. Incluso parece que ese brío, esa brusquedad de movimiento provoca esa sensación de emoción que tanto se proclama en estos días. Y no entremos en las condiciones de las embestidas de los toros, en si parece que van de un lado a otro siguiendo la pelotita o si lo que quieren es agarrar capote o muleta y hacerlos su presa. Que esto de los bríos iniciales no es algo que sea exclusivo de novilleros o matadores noveles, no, que esto también lo trabajan los que se consideran ya figuras de la fiesta. Se descaran ante las pasadas destempladas, eso que los expertos llaman “saber venderlo”. Y como el fin son los despojos y el toreo es solo un incoveniente imposible, pues adelante con los faroles. Que curiosamente estas corajudas entradas es posible, y muy frecuente, que procedan de un animal al que apenas se le ha podido apoyar el palo sobre el morrillo en el primer tercio.

Pasada esa fase de frenesí, entonces es cuando aparece la despaciosidad. Y digo que aparece, porque no es ni intencionada, ni provocada. Si así fuera, debería evidenciarse en todo momento en el toreo, porque este, además de naturalidad, de mando y poder, es temple, que en parte encierra en si mismo las otras virtudes, porque templar es dominar, poder y por supuesto la ya nombrada naturalidad. Resulta triste y penoso ver a un animalito desplazarse con ese andar cansino, casi mortecino, mientras el caballero de luces se engalla y se nos ofrece como un héroe mitológico. ¿Han visto que despacio torea? O lo que sería más correcto, ¿han visto que despacio acompaña el viaje? Y el pópulo mesando las guedejas, haciéndose jirones las camisas, brazos al cielo, clamando por el prodigio que el destino ha puesto ante ellos. Y digo yo, ¿qué ocurriría si un día, por una vez y sin que sirva de precedente vieran torear, fueran testigos de esa máxima del toreo de parar, templar y mandar? Las listas de espera de cotolengos y manicomios se iban a bloquear por décadas. O lo que es aún peor, quizá en ese momento quedarían enganchados del velo del toreo por siempre jamás y no lo soltarían ni aunque este les condujera por tempestades, huracanes, tifones o tormentos de vulgaridad, porque nada les quitaría de la cabeza la idea, la obsesión, por querer volver a ver eso una vez más. Que para algunos eso, el parar, templar y mandar, es como un ser querido al que hubiéramos perdido hace años, pero que aún creemos que alguna vez, aunque solo sea una vez, podría volver por un instante a nuestras vidas para poderle abrazar, besar y decirle todo lo que no le dijimos en su día. O quizá nos quedaríamos mudos, pero si ese ser tan querido sabía de esto de los toros, si este ser tan querido incluso fuera nuestro maestro, seguro que nos diría que torear despacio no siempre es templar.

Enlace programa Tendido de Sol del 20 de octubre de 2019:
https://www.ivoox.com/tendido-sol-del-20-octubre-2019-audios-mp3_rf_43296514_1.html?fbclid=IwAR2HUnqUbbrZFVfbFXWUKGR-z0QVecFaIVvtjAISwAmE6pRNJzSSVWrqIKc

4 comentarios:

Xavier González Fisher dijo...

Don Enrique: Tengo que hurgar en la biblioteca para encontrar allí un libro titulado "El Temple en el Toreo", publicado por don Luis Ruiz Quiroz, porque creo recordar que concluye que torear despacio es templar. No me haga Vuecencia mucho caso, porque escribo de memoria y esa señora es traicionera por definición. En fin, que le ofrezco releer el taco y expresarle con algo de conocimiento de causa la verdadera conclusión del autor.

Pasando ya al tema, le diré que efectivamente, eso del "parar - templar - mandar" parece ser una cosa de tiempos idos, de memorias de vejetes que nos quedamos viendo el retrovisor, pero convencido estoy que eso es el verdadero toreo y mientras mis códigos sinápticos me lo permitan, seguiré exigiéndolo en mis cada vez más escasas excursiones a las plazas.

Un abrazo desde Aguascalientes, México.

Enrique Martín dijo...

Xavier:
No quito razón al autor, pero quizá en aquellos años, pero en estos del que pase cómo quiera y yo acompaño y cuando se me moribundea le acompaño lentito, en este caso ya no me entrego tanto a esa idea, jajaja. De momento sigamos mirando por ese retrovisor.
Un abrazo muy fuerte.

Anónimo dijo...

Con el colaborador -toro- que sale con frecuencia y con el toreo perfilero,lo de parar,templar y mandar ya no es importante para ser figura.Así vamos.Saludos.
Docurdó.

Enrique Martín dijo...

Docurdó:
Me sorprende siempre cómo los buenos aficionados sois capaces de con una frase, dos palabras desmontáis esta parodia de toreo. Basta con "colaborador" y "perfilero" para que sepamos en qué mundo vivimos. Muchas gracias por estas aportaciones tan valiosas.
Un saludo