sábado, 5 de octubre de 2019

Perdonen que no me emocione


De aquellos días de Manuel Jesús, El Cid

Hace unos meses, cuando andábamos enredados con eso que ocurre cada mayo en Madrid, lo del San Isidro, se despedía de la que fue su plaza El Cid, un matador de toros al que esa afición eligió como su torero. Fue una despedida plena de emociones, de recuerdos y con la espontaneidad, naturalidad y la entrega de las Ventas con los suyos, se le homenajeó por todo lo que llegó a ser, que fue mucho. Es lo que tiene este Madrid, que es agradecido y tiene mucha memoria, no tanto para lo malo, pero sí para todo lo bueno. El Cid era el de aquella mano izquierda prodigiosa y aquella espada de cartón, pero hasta esto se le perdonaba. Se recordaron sus triunfos y los no triunfos, los ganados natural a natural y los perdidos pinchazo a pinchazo. Aquella tarde algunos vertieron toda la emoción que llevaban dentro, y que era mucha. Adiós a uno de los nuestros, a quién lo hizo. Hasta siempre torero. Pero las cosas a veces no quedan cómo creíamos que iban a quedar y aparece alguien que decide modelar la historia a su parecer y… Le vuelven a anunciar en Madrid, se vuelve a montar otra despedida y se prepara la conmemoración a conciencia, vamos a construir algo histórico. Pero perdonen que algunos no hayamos ya podido emocionarnos, se nos gastaron las lágrimas que costó retener en su día. Y sin emoción, pues la cosa parece otra cosa y a veces uno no se lo cree cómo se lo creyó en su día. Eso sí, no creo que el matador, El Cid, se pueda quejar de la segunda edición de su despedida en esta feria de Otoño. Cómo diría un castizo, se lo han currado. No voy a discutir nada de lo ocurrido, faltaría más, si acaso, felicitar a los artífices de todo esto, pero la pena es que algunos ya no nos hemos emocionado.

Quizá la cosa podría haber sido de otra manera si el ganado hubiera ayudado y si la definitiva despedida hubiera alcanzado la épica de la de Bombita, Marcial o Esplá. Adiós y triunfo en una misma tarde, ¿qué más se podía pedir? Lo de Fuente Ymbro ha salido cómo ha salido en su sexta presencia en Madrid en este año 2019. Que visto lo visto, no imagino las veces que se podrá despedir este ganadero de Madrid si llega el día para ello. Mala corrida, mansa, presentada con cada uno de su madre y de su padre, a la que apenas se le ha podido ver en el caballo, que como mejor respuesta se han limitado a dejarse sin más, mal picados, malos comportamientos a los que han colaborado las cuadrillas, dando unas lidias nefasta, sin fijarlos en los capotes, sin ponerlos en suerte, mucho mantazo para ponerlo ahora aquí y luego allí y aparte de esa querencia para escapar a toriles, tampoco se les ha ayudado para evitarlo. Malos, sí; infumables, también; pero si además se les hacen las cosas así, pues echemos cuentas. Y no tenemos que echar mucho la vista atrás para ver que esto es algo que se repite con demasiada frecuencia.

El Cid quería, desde es el primer momento, pero desde hace ya demasiado tiempo con este torero, donde no hay harina, todo es mohína. Comenzó toreando de capote con despaciosidad, cierta solemnidad, pero sin firmeza, rectificando el sitio. Primeros muletazos dejando que se la tocara, con la zurda, obligado a recolocarse a cada pase, retrasando demasiado la pierna de salida, ni mando, ni quietud. Abusando claramente del pico de la muleta, estirando exageradamente el brazo para pasárselo de lejos, sin agobios y una estocada con habilidad, que ya la habría querido para si más de media docena de tardes en esta misma plaza. A su segundo apenas le enseñaba el capote y el de Fuente Ymbro tomaba con decisión el camino de chiqueros. Los malos capotazos de la brega hicieron que el animal clavara los pitones en la arena, sin llevarlo al caballo, todo de mala manera. Ya en la muleta, en el último trasteo de El Cid en Madrid, por el momento, inició con mucho pico, despegadísimo y hasta con cierto retorcimiento. Muletazos de uno en uno, pico, mientras su oponente no paraba de escarbar, estirando en exceso el brazo para alejar al toro. El Cid quería, el público quería tanto como él, pero esta vez tampoco era el día. Demasiadas precauciones, el pico siempre activo, medios muletazos y una faena demasiado larga sin necesidad. Bajonazo y vuelta al ruedo que uno entiende que nada tenía que ver con lo hecho con los Fuente Ymbro  y sí con lo que en su día nos dejó El Cid. Siempre se remueve algo cuando se va un torero, ya llegarán los momentos de ponerse a echar cuentas. Un torero que fue grande y que hace ya muchos años, quizá demasiados, no paseó por los ruedos de la mejor manera posible, unas horas bajas que él mismo decidió prolongar. ¿El por qué? Él lo sabrá, por supuesto.

Emilio de Justo volvía a Madrid con la intención, como poco, de mantener el cartel y la consideración que le tiene parte del público de la capital. No se puede decir que haya tenido su mejor curso en las Ventas, pero al menos volvió a dejar el sello de su espada. Su primer Fuente Ymbro se desmoronó antes de llegar al burladero de matadores y fue sustituido por uno de Manuel Blázquez, que ya salía renqueando de salida, al que se recibió con unos mantazos de compromiso. Se le permitió ir a su aire, sin ponerlo en el caballo y que se marchaba a chiqueros sin disimulo. Muletazos sin sustancia, hasta llegar el primero de pecho, jaleado como si fuera la firma de una gran serie, pero no. Mucho, demasiado pico, echándose al mansito para afuera, con tanta separación que el animal intentó colarse por el hueco entre el bulto y el engaño. Muletazos desangelados con la zurda, aburrido, teniendo que recuperar el sitio constantemente. Intento citando de frente, que no pasaron de trapazos sin más. El grandullón que hizo quinto no dudó en buscar la querencia de toriles casi nada más asomar en la arena. Capotazos sin fundamento que no evitaron una nueva huida a sus terrenos, de dónde el espada lo sacó metiéndolo en el engaño con eficacia. Lo puso a media distancia en la primera vara y entre que uno no quería y los de luces se divertían en su particular baile de debutantes, acabó marchándose. Desastrosa lidia con exceso de capotazos que solo servían para complicar más las cosas. Comenzó de Justo con muletazos acelerados, hasta arrebatado. Cites con el pico, echándoselo para afuera, empezando a ponerse encimista, metiendo el pico en los intentos de naturales, enganchones, para acabar con un repertorio más dirigido al público entusiasta y partidario, para cerrar con una estocada demasiado caída.

Ginés Marín no parecía venir demasiado decidido, si acaso, a ver qué pasaba, con eso que dicen ahora, a ver si me sale uno que embista y punto. Que esto ya parece una lotería, si me sale el tema que me he estudiado vale y si no, pues otra vez será. Apático con el capote, no es que el toro se le escapara buscando la salida en toriles, es que no hacía por sujetarlo, igual que no hacía por dejarlo en suerte en el caballo. Parecía que como a casi todos, solo le importaba la muleta, pero igual tampoco le importaba. Primeros muletazos y se le vino al suelo y a partir de ahí más allá del tercio, solo fue capaz de aplicarle el toreo de todos, lejano, con el pico llegando a tocarle la testuz, enganchones, pasando el rato, pero eso sí, poniendo posturas flamencas, como si allí estuviera sucediendo algo, pero no era el caso. Al sexto le acabó recibiendo con chicuelinas, lo que dice mucho de su idea de la lidia y del efecto que en teoría se pretende con los capotazos de recibo. Se despreocupó de conducir la lidia, para eso estaban sus peones, que él es el maestro, allá cada uno. Al igual que su compañero Emilio de Justo, le brindó el toro a El Cid. Comenzó con trallazos, dándole distancia, echándoselo hacia afuera. Otro trallazo y el de Fuente Ymbro se le cao. Tardó poco en acortar distancias, para proseguir pegando latigazos y repitiendo todos los defectos ya reseñados, hasta ponerse demasiado pesado, alargando el trasteo sin lógica alguna. Dobló el último de la tarde y fue entonces cuándo se retomaron las muestras de afecto y homenaje a El Cid. Sinceras muestras de cariño, quizá el mismo que otros manifestaron en primavera cuando se suponía que el torero se despedía de Madrid y tanta fue la emoción de aquel día, que algunos nos vaciamos y hoy nos limitábamos a ser espectadores de algo muy bien preparado, pero… perdonen que no me emocione.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrique, como bien dices el juego del ganado ha sido desastroso. Toros que no aguantan ni un simulacro de varas, bobos hasta la extenuación y sin pizca de fuerza. Estuvo bastante peor presentada la corrida que la novillada del pasado Viernes.

El Cid hace años que no está. Ayer, público y aficionados por igual, han sabido reconocer su trayectoria ovacionando una meritoria carrera profesional.

Emilio de Justo no me termina de llenar, lo dije cuando cortó sus orejas a base de pico y pala, mucho más pico que pala. Echo en falta una mejor colocación, menos abuso del pico que por norma utiliza y estuvo demasiado encimista en el quinto de la tarde.

Ginés Marín parece que es un barco a la deriva, no veo evolución a este torero.

Un abrazo
J. Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
Entiendo esas emociones, si hasta yo las compartí, pero en mayo, no ahora otra vez y espera que no venga alguna más. Creo que este torero no ha sabido hacer ni eso, irse en su momento.
Lo de Emilio de Justo es uno de esos enigmas que no acabo de entender. En los años que lleva solo le visto dos estoconazos que le encumbraron y alguna más, pero de toreo, nada. Y Ginés Marín, pues eso, un relleno más.
Un abrazo