Las escuelas de toreo moderno estarán haciendo su agosto, pero las de toreo clásico deben estar criando telarañas. |
Demasiado complicado tienen los jóvenes su porvenir
como para andar perdiendo el tiempo por ahí. Que luego vienen los lamentos, que
si colgué los libros por un no sé qué, que si perdí la matrícula de aquel
curso. Primero los estudios y luego lo demás, que no podemos estar viviendo a
costa de los papás eternamente, que hoy en día entre veedores, apoderados,
cuadrillas, mozos, palmeros y cronistas afines, se dilapidan todos los ahorros
de los padres, los ahorros de toda una vida. Que sí, que los padres de Manuel
Diosleguarde, Isaac Fonseca y Manuel Perera tendrán mucha ilusión por ver a sus
niños de matadores de toros, pero, ¡ojito! No perdamos la perspectiva. Y esa
perspectiva la da el toro. En este caso los novillos de Fuente Ymbro, tres
demasiado anovillados y tres que igual podían pasar por toros de alguna corrida
televisada esa misma tarde en el canal de los toros. Que si hacemos caso de los
revolcones habidos en la novillada, los seis eran seis marrajos con aviesas
intenciones, pero… Calma, no nos precipitemos. Que ya veo a alguno empezar con
eso de que con este ganado los chavales pierden la ilusión. No, hombre, que
como pierdan la ilusión con esto, igual es que no tenían tanta ilusión. Que
tampoco se crean que el público era el de una tarde de esas que no consienten
una muleta atravesada, una pierna retrasada o un enganchón de nada. ¡Madre mía!
Entre paisanos del salmantinos e impresionables por los revolcones, el público
era una congregación de madres corriendo detrás de las criaturas para darles la
merienda a bocaditos pequeños.
Manuel Diosleguarde, por muchos años, es un prototipo
del toreo moderno, vulgar, adocenado, pesado, sin noción de la lidia, dando
trapazos a diestro y siniestro, dispuesto a tirar de recursos chabacanos sin
sonrojarse y con una legión de seguidores dispuestos a descoyuntarse el brazo
pidiendo orejas con un entusiasmo desmedido, quizá empujado por el paisanaje,
que se queda hibernando cuando les toca el turno a los de otros lugares del
mundo. Venga trapazos y trapazos y más trapazos, echándose el animal para
afuera y mostrándole solo el pico de la muleta, sin mando alguno, yendo detrás
del novillo allá donde fuera él. En el cuarto, un novillo más serio que hubo
quién aplaudió en el arrastre, quizá porque en el último tercio iba y venía sin
más, pero olvidando su fea pelea en el caballo tirando derrotes al peto, pero
que permitió al salmantino poner posturas flamencas y hasta en el tercer
muletazo de algunas tandas por el derecho, desmallarse. Quizá la estocada fue
la que impidió que el usía denegara el despojo que pidieron con ansia paisanos
y no tan paisanos. Bueno, que la aproveche, pero que no le ciegue como a ese
paisanaje que a veces queriendo hacer un bien, perhudican más que nada a los
chavales.
Isaac Fonseca también debió notar la presencia de
algunos compatriotas, pero estoy convencido de que no fue ese el motivo por el
que en su primero se quedaba quieto como un poste, si bien es verdad que se le
notaba su bisoñez cuando el toro se le venía encima y no tenía recursos ni para
mandarle las embestidas, ni para aliviarse. Sufrió varios percances el
mexicano, aunque hay que reconocerle su insistencia y ganas de agradar.
Coladas, achuchones y el novillo que parecía que se iba a hacer el amo. Quizá,
quién sabe, le habría venido un picotacito más en el caballo, el que montaba
Jesús Vicente y al que hay que agradecer su empeño en hacer bien la suerte y
los esfuerzos por no tapar la salida del Fuente Ymbro. En el cuarto estuvo
Fonseca más que discreto. Inicio muleteril vistoso, variado, pero a
continuación fue un continuo no acoplarse, trallazos destemplados, ahora te cito
aquí, ahora te cambio para allá, tirones, enganchones, encimista, pero ninguna
aportación que pudiera decir algo en el tendido.
Manuel Perera sí que tiene recursos, maneja todos los
resortes efectictas de las plazas de carros, pero de toreo, entre poquito y
menos. Sufrió un feo percance que le dejó visiblemente conmocionado. Volvió a
la cara del toro y empezó a tirar de un toreo vulgarote, con mucho pico, echando
al novillo para afuera, permitiendo que le tocara las telas en exceso. Una
verdadera máquina de soltar trapazos y más trapazos hasta a una máquina de
coser. En el sexto quiso mostrar su disposición yéndose a portagayola, pero el
intento quedó en una especie de plancha de portero de fútbol playa. Desentendido
de la lidia, en el último tercio gracias a su repertorio de vulgaridad tras
vulgaridad, consiguió desesperar al personal, que después de meses de no toros,
ya no aguantaba la dureza de su piedra en sus relajados glúteos. Que a ver si
después de una tarde tan plúmbea, algunos, aunque sea el portero del Wellington
a la llegada de los toreros a la puerta les dice al oído que primero acabar los
estudios y luego…
No hay comentarios:
Publicar un comentario