Aunque algunos se empeñen, los encierros son con toros o vacas, no con bolones, motos, patinetes o primos con mala uva. |
En estos días convulsos en los que nos encontramos con una
amenaza a la vuelta de la esquina, que los peligros se nos vienen encima sin
llamarlos, siempre inoportunos y sin nada de tacto, hay uno que nos acecha y no
acabamos de ser conscientes de ello: la modernidad. Sí, eso que parece que
sucede así, de pronto, que una mañana se levanta uno y decide ser moderno y
empieza desayunando leche de llama con brotes de coliflor de la isla de Java,
que dicen que no tiene azúcares añadidos, ni sustraídos. Y ¡ojo! Dense cuenta
que no hablo ni del progreso, ni de la evolución, ni de avances tecnológicos,
ni de vanguardias artísticas, que sean todos bienvenidos y si es en abundancia,
miel sobre hojuelas. Hablo de la modernidad y todo esto viene porque acabo de
escuchar al alcalde de un pueblo de la provincia de Madrid, donde la modernidad
llegó hace unos años y por lo dicho por el señor alcalde, ha montado casa y
negocio en el pueblo. Que resulta que como eso de los toros es algo viejuno,
del pasado, una tradición atávica, lo contrario a ser moderno, pues nada,
decidieron que se eliminaban los encierros con reses de lidia y en su lugar,
¡Oh modernidad! Las sustituyeron por unos bolones tremendos. Bueno, como
gracia, igual no está mal, aunque quizá podrían empezar por cambiarle el
nombre, porque no me consta que al final del recorrido se encierren los
bolones, si acaso, los recogerán y los meterán en un almacén hasta la próxima.
Pero no, será por ese poso ibérico, que lo siguen llamando encierro; ganas de
confundir y crear falsas ilusiones. Eso sí, en los primero “encierros” tuvieron
sus más y sus menos, porque resulta que los bolones no tiraban derrotes, ni
pegaban cornadas, pero a nada que te descuidabas te planchaba en el asfalto que
te tenían que despegar con agua calentita, una espátula y mucho cuidado de que
no se quedara un diente en un paso de cebra.
Y ahora nos sale el señor alcalde, todo feliz y contento él
y nos da el parte del encierro del día, diciendo que se han visto muy buenas
carreras, algunas tan buenas, que no tenían que envidiar a las de Pamplona.
¡Pero! Señor, que en Pamplona salen toros y no bolones, que los bolones ni
tienen querencias, ni hay manera de encelarlos, ni de cortarlos para hacer un
quite a un corredor en peligro, ni tan siquiera tienen intención de querer
coger. Porque lo de los encierros de toros o vacas es porque estos animales,
aunque usted no se lo crea, quieren coger, se quieren comer a quien tienen
delante, a la derecha, a la izquierda y hasta pegados a la penca del rabo. Que
lo de los bolones es para atletas que corran mucho y ya está y si llega el
caso, que salten mucho, pero ya está, la cosa no va más allá. Que hasta
servidor, con años, panza, torpes piernas y más torpes ideas, puede salir con
los bolones sin requerir más conocimientos que las leyes de la gravedad, que si
hay una cuesta y yo me pongo arriba de la cuesta, el bolón siempre irá para
abajo. Me echaré unas risas, pero nada más. Que una res de lidia, macho o
hembra, se mueve por otras inquietudes más allá de las leyes de la gravedad.
Que en Pamplona, donde usted cree que corren tan bien como en su pueblo, al que
alcaldes aparte da gusto ir. Para correr esos toros es preciso saber la
ganadería, cómo se desenvuelve el ganado de ese encaste, saber de distancias,
terrenos, querencias, si cortan por aquí o por allá y hasta de fechas del
calendario, por aquello de que haya más o menso corredores.
Que a veces esto de la modernidad se nos va de las manos y
como este señor alcalde y los que decidieron lo de los bolones, querer hablar
de encierros sin toros o vacas, es como eso del filete de tofu con sabor a
carne, las salchichas de hierbas que parecen de cerdo, el licor que no es licor
que parece licor, las fiestas sin fiestas, los conciertos sin músicos o… vaya
usted a saber. Que se empeñan en ser modernos, muy modernos, pero sin soltar
amarras con el pasado. Que cada uno es muy libre, pero si un encierro es malo,
caca, no tocar, no lo toque y llame a lo de los bolones como quiera, pero no
encierro. Llámelo el bolonero, bolones a la carrera, bolones cuesta abajo, bolones
y carretones, ¡ah, no! Que los carretones son algo taurino. Bueno, pues sin
carretones, simplemente bolones. Eso sí, avisen que igual pueden acabar
estampados contra el asfalto y acabar con un diente pegado y camuflado en un
paso de cebra. Y es que mucha fiesta, mucha fiesta, pero nadie avisa de los
peligros de la modernidad.
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