La torería nunca puede recordar a un ligón de discoteca por momentos, hasta soez. |
Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la
Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, aborda un aspecto de profundo
calado y que se maneja a veces con ligereza y quizá sin ajustarse a lo que
muchos creen, pero que él aclara en pocas líneas:
Nos encontramos con un aspecto
que provoca cierta controversia, o mejor dicho, la provocan esos anticuados que
creen que esto de la “Tauromaquia” es… en fin. Hablamos de la torería. ¿Qué es
un torero sin torería? Un mindundi de chichinabo, un caballero sin afición. La
torería es mucho más y lo que es peor, o se tiene o no se tiene. Con la torería se nace, esta no se hace. A un
crío no se le puede enseñar, eso sí, se le puede potenciar. A un chaval que
está empezando se le puede incentivar aconsejándole con conceptos claros y
concisos, como: “Véndelo”, “Bieeeen torero bieeen”, “date importancia”. Y a
partir de ahí, luego que cada uno. Pero estos son solo los inicios. A partir de
ahí será el ejecutante el que tenga que desplegar toda su torería.
La torería debe empezar por
saber elegir los terrenos, porque en esto del toro, los terrenos y su sabia
elección es algo vital. Si lo que se pretende es crear las condiciones óptimas
para el triunfo, uno debe elegir los terrenos próximos a los paisanos, a la
familia, porque estos nunca te abandonan… bueno, casi nunca. Y ya en esos
lares, lo que toca es levantar mucho la cara mirando a los parroquianos, bien
con una enorme sonrisa, o si le caso lo requiere, poniendo una cara de solemne
altanería, así como con desprecio, con mucho desprecio, que los públicos del
momento tienen una capacidad infinita de aguantar desprecios casi procaces, que
además reciben con glorias y alabanzas. La torería en estas requerirá que el
ejecutante airee mucho las telas.
Pero hay veces que el toro no
está para festejos, quizá debido a que el ejecutante se encuentra en un mar de
dudas y no sabe por dónde meterle mano. En ese caso, y contando con la
complicidad de paisanos, familiares y los que se acoplan con ellos, lo mejor es
encararse a los que no están de acuerdo con su arte supremo aireando las telas.
Esto suele ser definitivo. A los discrepantes se les pone cara de asco, de
mucho asco, con el toro a una distancia suficiente para que no quiera
intervenir en la representación, claro. Los discrepantes es probable que
respondan, que con uno que no aplauda ya es suficiente para mentarle a lo más
grande. En este preciso momento los paisanos, familiares y los que se acoplan
ya no estarán en otra cosa que en que aquello termine, pedir despojos a dos
manos y sacar a cuestas a su ídolo de luces. Que luego es probable que no
recuerden nada, pero al menos se han pasado un rato bueno. Y, ¿por qué? Por la
torería. Aunque hay que ser muy preciso en esto de la torería, pues si quitamos
el traje de luces, el entorno de una plaza y el vocinglerío de los paisanos,
familiares y los que se acoplan, podría más parecer el ejecutante un macarra
arrabalero que te exige el parné con ninguna cortesía.
La torería se adereza con
múltiples detalles que solo los más avezados y adeptos a la sensiblería de la
“Tauromaquia” del s. XXI pueden percibir. Andar desubicado en los dos primeros
tercios, porque claro, el ejecutante está en sus cosas, en me coloco el capote,
en que me da por torear de salón y si acaso en un momento dado sacudo la manta.
Torería es hacerse la toilette antes de tomar los trastos y cuando se cambia la
espada de mentira por la de verdad, acompañando el momento por unas flexiones
aquí y allá. Torería es brindar un toro, así con poses como si se fuera a
bailar el zapateado de Sarasate, tirando la montera con tal desprecio, como si
esta pinchara. Y si cae bocarriba, pues se le da la vuelta; eso es de lo más
celebrado en el mundo mundial; mucho se tiene que torcer la cosa para que no te
lleven en volandas a la Luna. Lo que sigue ya se ha explicado en otros
apartados, así que lleguemos al momento de agitación pañuelera, que exige al
ejecutante poner mala, malísima cara, como si le acabaran de quitar una novia
en sus narices, pero mirando al palco. Entre mirar al palco y a las tablas
refunfuñando y diciendo que no con la testa. Que es mucho lo que asoma esta
torería, quizá demasiado, pues ya se sabe, lo bueno, en dosis pequeñas… como el
veneno. Y tengan la precaución de la estricta observancia de contemplar todo
esto con un caballero en traje de luces, en el entorno de una plaza y el
vocinglerío de los paisanos, familiares y los que se acoplan, porque si no,
podría más parecer el ejecutante un macarra arrabalero que te exige el parné
con ninguna cortesía.
Y cerraremos esta serie con el último escrito de don Arsenio
Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de
Chesterton, Virginia del Sur, como resulta más que evidente, profundo conocedor
en la percepción y descripción de la “tauromaquia” del s. XXI.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
1 comentario:
Querido Profesor Cienfuegos:
Usted si que tiene torería. Podría usted viajar desde Virginia del sur hasta Madrid, en concreto a la plaza de toros. Una vez allí, hay una puerta por la que llegan unos Señores con coleta. Si fuera Usted tan amable de repartirles su tratado para que le echaran un vistazo algunos se lo agradeceríamos enormemente.
P.D.; ya se que lo de Plaza de TOROS ha sido una licencia que me he permitido,lo siento y le pido disculpas. Sin otro particular, un abrazo.
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