domingo, 2 de julio de 2023

Tratado de “Tauromaquia” del s. XXI: y VI La torería

La torería nunca puede recordar a un ligón de discoteca por momentos, hasta soez.


Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, aborda un aspecto de profundo calado y que se maneja a veces con ligereza y quizá sin ajustarse a lo que muchos creen, pero que él aclara en pocas líneas:

Nos encontramos con un aspecto que provoca cierta controversia, o mejor dicho, la provocan esos anticuados que creen que esto de la “Tauromaquia” es… en fin. Hablamos de la torería. ¿Qué es un torero sin torería? Un mindundi de chichinabo, un caballero sin afición. La torería es mucho más y lo que es peor, o se tiene o no se tiene.  Con la torería se nace, esta no se hace. A un crío no se le puede enseñar, eso sí, se le puede potenciar. A un chaval que está empezando se le puede incentivar aconsejándole con conceptos claros y concisos, como: “Véndelo”, “Bieeeen torero bieeen”, “date importancia”. Y a partir de ahí, luego que cada uno. Pero estos son solo los inicios. A partir de ahí será el ejecutante el que tenga que desplegar toda su torería.

La torería debe empezar por saber elegir los terrenos, porque en esto del toro, los terrenos y su sabia elección es algo vital. Si lo que se pretende es crear las condiciones óptimas para el triunfo, uno debe elegir los terrenos próximos a los paisanos, a la familia, porque estos nunca te abandonan… bueno, casi nunca. Y ya en esos lares, lo que toca es levantar mucho la cara mirando a los parroquianos, bien con una enorme sonrisa, o si le caso lo requiere, poniendo una cara de solemne altanería, así como con desprecio, con mucho desprecio, que los públicos del momento tienen una capacidad infinita de aguantar desprecios casi procaces, que además reciben con glorias y alabanzas. La torería en estas requerirá que el ejecutante airee mucho las telas.

Pero hay veces que el toro no está para festejos, quizá debido a que el ejecutante se encuentra en un mar de dudas y no sabe por dónde meterle mano. En ese caso, y contando con la complicidad de paisanos, familiares y los que se acoplan con ellos, lo mejor es encararse a los que no están de acuerdo con su arte supremo aireando las telas. Esto suele ser definitivo. A los discrepantes se les pone cara de asco, de mucho asco, con el toro a una distancia suficiente para que no quiera intervenir en la representación, claro. Los discrepantes es probable que respondan, que con uno que no aplauda ya es suficiente para mentarle a lo más grande. En este preciso momento los paisanos, familiares y los que se acoplan ya no estarán en otra cosa que en que aquello termine, pedir despojos a dos manos y sacar a cuestas a su ídolo de luces. Que luego es probable que no recuerden nada, pero al menos se han pasado un rato bueno. Y, ¿por qué? Por la torería. Aunque hay que ser muy preciso en esto de la torería, pues si quitamos el traje de luces, el entorno de una plaza y el vocinglerío de los paisanos, familiares y los que se acoplan, podría más parecer el ejecutante un macarra arrabalero que te exige el parné con ninguna cortesía.

La torería se adereza con múltiples detalles que solo los más avezados y adeptos a la sensiblería de la “Tauromaquia” del s. XXI pueden percibir. Andar desubicado en los dos primeros tercios, porque claro, el ejecutante está en sus cosas, en me coloco el capote, en que me da por torear de salón y si acaso en un momento dado sacudo la manta. Torería es hacerse la toilette antes de tomar los trastos y cuando se cambia la espada de mentira por la de verdad, acompañando el momento por unas flexiones aquí y allá. Torería es brindar un toro, así con poses como si se fuera a bailar el zapateado de Sarasate, tirando la montera con tal desprecio, como si esta pinchara. Y si cae bocarriba, pues se le da la vuelta; eso es de lo más celebrado en el mundo mundial; mucho se tiene que torcer la cosa para que no te lleven en volandas a la Luna. Lo que sigue ya se ha explicado en otros apartados, así que lleguemos al momento de agitación pañuelera, que exige al ejecutante poner mala, malísima cara, como si le acabaran de quitar una novia en sus narices, pero mirando al palco. Entre mirar al palco y a las tablas refunfuñando y diciendo que no con la testa. Que es mucho lo que asoma esta torería, quizá demasiado, pues ya se sabe, lo bueno, en dosis pequeñas… como el veneno. Y tengan la precaución de la estricta observancia de contemplar todo esto con un caballero en traje de luces, en el entorno de una plaza y el vocinglerío de los paisanos, familiares y los que se acoplan, porque si no, podría más parecer el ejecutante un macarra arrabalero que te exige el parné con ninguna cortesía.

Y cerraremos esta serie con el último escrito de don Arsenio Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, como resulta más que evidente, profundo conocedor en la percepción y descripción de la “tauromaquia” del s. XXI.

 

Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

1 comentario:

David Grada 6 dijo...

Querido Profesor Cienfuegos:
Usted si que tiene torería. Podría usted viajar desde Virginia del sur hasta Madrid, en concreto a la plaza de toros. Una vez allí, hay una puerta por la que llegan unos Señores con coleta. Si fuera Usted tan amable de repartirles su tratado para que le echaran un vistazo algunos se lo agradeceríamos enormemente.

P.D.; ya se que lo de Plaza de TOROS ha sido una licencia que me he permitido,lo siento y le pido disculpas. Sin otro particular, un abrazo.