Poco le hace falta al ¿respetable? para pasarlo pirata. |
El profesor Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, obtuvo grande reconocimiento a través del método de la observación, de la serena, meditada y prolongada observación, mucho menos cansada y apartada del agotamiento, que el trabajo de asfaltar la M40 de Madrid los meses de julio y agosto a las tres de la tarde:
Si hay una parte del espectáculo
que está obligada a mostrar respeto, que incluso lo demandan para otros, pero
que no se respeta a si mismo, ese es el respetable. Que parece ser que alguien
decidió que eran los dueños de todo y de tanto repetírselo, se lo creyeron. Y
debe ser por esto que decidieron adueñarse y tomar posesión de las plazas, de
la de su pueblo, su barrio, la de su capital de provincia y si se les ponía,
hasta de la Monumental de Marte. Ellos son soberanos, palabra que algunos no
debieron entender en su literalidad y la interpretaron, pues eso, a su manera,
y hablando de soberano, hurgando en su yo más profundo, con ese nombre les
venía una señorita a caballo, un caballo blanco espectacular, con una botella
de coñac al lado. Pero claro, ¿quién se iba a poner a tomar semejante brebaje a
pleno sol una tarde de toros? Pues algo habría que hacer y pensando y pensando,
pues se inclinaron por el yintonis, fresquito, con sus hielos, siempre en una
copa como para bañar a un gran danés.
Estos soberanos, porque así lo
han decidido, ocuparon los tendidos como se ocupa un chiringuito de playa, pero
no de las señoriales playas del norte, con sus cambiadores a rayas, sus
pamelas, sus vestidos remangados casi hasta las rodillas, no, estos optaron más
por los tascurrios de los astilleros de esos puertos envueltos en voces,
martillazos, blasfemias y demás sonidos corporales. Y como si se hallaran en
dichos lugares, este respetable soberano gusta de pasarse la tarde dando vivas
a unos, a otros, al que inventó el teléfono, al que lo privatizó… hasta que las
piernas les aguanten antes de colapsar. Como soberanos y conquistadores de la
plaza, gustan también de levantarse cuando les pica… la moral. Van de aquí para
allá y si alguien les recuerda el reglamento y usos y costumbres del lugar,
pues en el mejor de los casos se encogen de hombros y siguen y en el peor, pues
agárrese, que puede pasarle de todo y nada bueno, ni indoloro. Lo de picar,
banderillas y otras majaderías trasnochadas les importa bien poquito. Eso sí,
es ver al ejecutante con algo rojo y ahí ya se acabaron las fiestas, todo el
mundo a callar. A partir de entonces se entona una desafinada sinfonía de
sifones a escape libre o un millar de serpientes buscando a quién morder.
¡Ssssssss! ¡Ssssssss! ¡Ssssssss! Y no chistes.
También es tradición que en las
plazas aún quede algún subversivo disidente de otro tiempo, otra época, que ose
levantar la voz. ¡bajaaaa tú! Vomita una voz, sin lugar a dudas, sin saber que
eso es en las capeas, adónde baja al ruedo todo aquel que lo desee, tú, tu
cuñado, la novia de tu cuñado que se ha levantado valiente, el padrino de la
novia o el crío recién cristianado y el loco del abuelo, que un día quiso ser
torero, con el desasosiego de la parentela y, sobre todo, del cuidador que le
ayuda con el andador. Pero no, en la plaza no se puede bajar, que si se
pudieraaaa. Estos soberanos suelen ser unos verdaderos expertos en materias que
ya hemos tratado, el trapazo, el mantazo, en el levanta el palo y en lo de los
sablazos, y como ellos lo saben apreciar, no se pueden contener y rugen
delirantes. Que a veces no, pero da igual, llegado el momento sacan pañuelos de
todas partes imaginables, el de la chaqueta del caballero de al lado, el de
aliviarse la nariz, el de la señora que se limpia el sudor, la camiseta del
joven musculoso que se ha quitado para que se le vean los bíceps, tríceps, cuádriceps
y cinquiceps, el pañal que le acaban de retirar a una criatura, el pañal del…
todo lo que sea blanco, que si Dios nos dio dos manos a los humanos, fue para
eso, para sacudir cosas blancas. Y que no se les ocurra a los disidentes emitir
ni medio desacuerdo, que la tenemos. Si el usía no da la oreja, pues se pita un
poco y ya, obviando muy a menudo hasta la vuelta al ruedo. Pero si la otorga,
¡Ay amigo! Esto da para mucho, para abrazarse y besarse, para hacer gesto poco
amistosos a los disidente, para pedir otro barreño de alcohol, para tirar una
gallina, un conejo, un salchichón, un sombrero, el foulard de un elegante
apoderado con un curso de “Estiramiento y estupidez supina” en Oxford. Y cuando
el paisano circula ante ellos, ya se ocuparan muy bien de hacerse notar, si
falta, hasta se suben al andador del abuelo de la fila de arriba, que para algo
tiene que servir el que se lo estén clavando en la espalda toda la tarde. Eso
sí, para facilitar la tarea al ejecutante, se recomienda llevar una camiseta y
un pañuelito de la peña del mismo. Y al saludar se agita en una mano dicho
pañuelico con un veguero de tres palmos y en la otra la bañera casi a estrenar
y si se moja al de adelante, pues un día es un día, ¡qué caray! Porque si para
una tarde al año que vamos a los toros, nos vamos a andar con remilgos. Y yo
proseguiría en mi estudio psico- sociológico del respetable, que no se respeta,
pero que es soberano, pero tampoco quiero pisarle el terreno al eminente
sociólogo el profesor Amadeo Quemeque Dosolo.
Quedaremos a la espera de poder consultar las
recomendaciones que nos hace don Arsenio Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte
Abstracto en la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, profundo conocedor
en la percepción y descripción de la “tauromaquia” del s. XXI.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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