domingo, 11 de mayo de 2025

Si solo deslumbran las ganas y no hay nada más, es que hay muy poco



Parecía que aún nos quedaba lo que nos pudiera dar Urdiales, pero...


Segundo día de entusiasmo contagioso, que uno dice viva, otro dice “bieeejjnnn” y todos se unen al jaleo de la juerga que culmina con el agitar de pañuelos al aire, como si fueran palomas anunciando la dicha del despojo regalado y paseado, pero claro, hay veces que esos pañuelos son como las mismas palomas, una plaga que con su guano corrompen allá adónde llegan y si es el caso de la Plaza de Madrid, para qué les voy a contar. Que decían que era plaza de primera, la primera del mundo y con esta plaga insaciable de alcohol, despojos y jolgorio la han llevado a ser un gran muladar cercado de carros y talanqueras. Que si alguien pretende encontrar grandezas pasadas, si alguien quiere ver allí la cátedra que fue, olvídense, nada de eso queda. Que los habrá que reivindiquen su exigencia a boca llena, pero esperen dos suspiros y verán como esos mismos se entregan en cuerpo y alma a la vulgaridad en unos casos, a la incapacidad en otros, a la chabacanería en otros, cuando no a todo a la vez, mientras inventas con su palabrería justificaciones para hacer creer o que no es y ellos seguir creyéndose... yo ya no sé que se quieren seguir creyendo.

Corrida del Pilar, que si la medimos por la capacidad de los coletudos, pues fueron unos barrabases horribles, pero si la medida es lo que se le puede pedir a alguien que tiene el privilegio de vestir de luces, la cosa cambia radicalmente. Y uno es más partidario de pensar en lo que debe ser el toreo con toros y toreros y no convertir esto en un que “qué valiente el muchacho, que sin tener capacidad de nada, se pone delante de un toro”. Y que si a alguno le reconforta ver a un señor flameando una bandera sin mando alguno, adelante, es muy dueño, pero al menos que no me pidan que les imite, ni mucho menos que se me pongan de manos por no hacerlo. Los del Pilar, bien presentados, todos cornalones y algunos con tan poquita fuerza que igual no les daba para soportar semejantes coronas. El primero que debió ser devuelto, pasó por el caballo sin apenas poderle castigar, para a continuación intentar conseguir mantenerse en pie. Y el quinto y sexto que fueron sustituidos por uno de Castillejo de Huebra y otro de Villamarta, quinto y sexto. Al segundo, que derrotaba en el peto, no se le picó y lo que se le pegó fue muy mal. El tercero, con genio, ya de salida complicó la vida a quién no esperaba que nadie se la complicara. No se le picó, a pesar de ir tres veces al peto. El cuarto, siempre mirando la vía de escape, corneó el peto, sin dudar el salirse suelto de este. El de Castillejo, corretón, sin que tampoco nadie le fijara en los engaños, solo se dejó y en la segunda vara buscaba darse la vuelta a ver si así no llegaba el palo a su dolorida espalda. El sexto salió queriéndose enterar de todo, emplazado, como esperando a ver quién era el guapo que le iba a saludar. Cara por las nubes en el caballo, para recibir de mala manera en la segunda vara.

De los espadas, pues Diego Urdiales pasó como un espectro por Madrid, con esa apatía que para algunos no resulta nada extraña, que sí, que el viento molestaba, con un inválido que bastante con aguantar y con el que gastó demasiado tiempo tan solo por cubrir el expediente. En el cuarto en el que con la molestia del viento quizá tampoco hizo por buscar terrenos menos ásperos para pasar a ese bronco del Pilar, salvando los arreoncillos, dejándosela tocar demasiado y sobre todo, muy desconfiado, sin permitir al personal volver a ver al Urdiales que siempre se esperaba, pero al que cada vez se le espera menos.

David Galván es pura elegancia, aunque esa elegancia es al toreo lo que un ramo de flores de plástico a floricultura; todo muy bonito, pero sin fundamento, sin toreo. Y como las flores de plástico, duran una eternidad, como sus faenas larga y sin sustancia, que quizá para algunos aparenten episodios grandilocuentes del toreo, pero no. Inoperante con el capote, a lo más que llega es, como en su segundo, a mantear y darse la vuelta reculando hacia los medios. Lo suyo es la muleta, ahí sí que está a sus anchas, sin descomponer la figura, da aire a sus oponentes con mucho garbo. Pases distantes y abusando del pico, sin rematarlos ni por asomo, largando tela allá a lo lejos, sin llevar al toro, sin importarle que este vaya y venga como un mulo, como el segundo, retrasando la pañosa, cuartos de muletazo y pegando el ventanazo, que no remate del muletazo. Lo más destacable lo dejó para el final, con una buena estocada en el sitio, algo que aunque pueda parecer un contrasentido, es algo excepcional en estos tiempos. Como tantas cosas en esto de los toros, lo que debería ser habitual adquiere categoría de excepcionalidad.

Y cerraba Víctor Hernández, que mostró decisión, pero una decisión ante un primero que se le comía de salida, no pudiendo con él ya en el recibo. Ni ponerlo al caballo, que en su primero se vio que el capote voló de sus manos, teniendo que huir a la carrera. Quizá habría que reprocharle al ganadero que no mandara a sus toros educados en el noble arte de embestir con la cadencia que precisa el espada de turno, porque este no será capaz de aplicarla y solo sabrá estar a merced, que lo mismo un enganchón, que una carrerita para recolocarse después de un trapazo o de un achuchón inexperado. Carreras y más carreras, muletazos de uno en uno, porque no fue capaz de aplicar un mínimo de mando para conducir las embestidas y poder al del Pilar. Que habrá quién diga, como se habrá podido escuchar, que estuvo firme. Pues si estar a la carrera es firmeza, estuvo más firme que un poste, pero, ¿no es un poco un contrasentido? Que sí que estuvo ahí a ver que pasaba y daba trapazos, pero sin mando, ni mucho menos temple. Pero ya sabemos que esa sensación de peligro, aunque no se repare en que es provocada por la falta de recursos del coletudo, siempre es bien recibida entre el personal. Que si el toro se le viene encima no es porque él se limite a poner el trapo y moverlo sin embeber la embeber la embestida, es porque el animal es un mal bicho. Pobre bicho, que hace lo que tiene obligación de hacer.. Pero anda que tardó el presidente en regalar un despojo. Luego, en el sexto, cuando la cosa era diferente, especialmente por el tipo de toro, la cosa no fue tan épica. Lo mismo del primer caso, pero con un animal que parecía una borrica sin alforjas, al que se hinchó a pegar trapazos y banderazos. En esta ocasión no hubo petición por los fallos a espadas, pero eso de sacar el pañuelitos por los alaridos del personal se puede convertir en actividad de riesgo para el personal. Eso sí, son solo dos festejos, pero la deriva parece más que evidente, fabricar triunfos a toda costa, para luego venderlo como el gran éxito del siglo. Que si traducimos despojos igual a éxito, pues hala, la perra gorda para ellos, pero si no... Aunque claro, siempre nos quedará el comodín de la actitud, que no de la aptitud. Que esa actitud se puede medir por el volumen de los gritos del espada, por los achuchones que aguante porque no manda en el toro, por los trapazos de pecho que cada uno pueda empalmar, por los redondos apelotonados, por ese descararse con el público, por el encararse según con quién, las variables son infinitas y la aptitud solo tiene un camino, mandar, dominar al toro. Pero ya les digo, si solo deslumbran las ganas y no hay nada más, es que hay muy poco.


Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:

https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html

4 comentarios:

franmmartin dijo...

Muy buena crónica.Lo mejor que he leído. Hoy me cambio a Miura.Ya veremos qué Miuras salen y esperemos que ayuden a los tres valientes.

Enrique Martín dijo...

franmartin, que alegría me das cuándo me visitas. Pues a ver cómo seguimos. Paciencia. Un abrazo

Anónimo dijo...

Pues ni los toros ni los toreros me dijeron gran cosa yo ví muchos pases por fuera, mucha muleta retrasada y sentí pena y decepción con Diego Urdiales, el que muchas veces me gustó. Simplemente mi opinión. Un saludo

Enrique Martín dijo...

Pues esa sensación la tuvimos más de uno. Un saludo