Eso de mandar en las embestidas debía ser algo que gustaba a la "señá" Lidia |
Debe ser una señora muy famosa la tal Lidia, porque cada vez
que voy a los toros, mientras estoy pendiente de lo que pasa en el ruedo,
siempre hay alguien o varios “alguienes” que empiezan a hablar o llamar a esta
señora. Y por lo que dicen, debe ser toda una señora, con mucho carácter, que
sabe estar y que no se amilana ni ante un toro, si fuese necesario. Pero nada,
que semejante dama no asoma por Las Ventas. Según he ido yo hilando las cosas,
ya digo que por oídas, y atando cabos, no debe llevarse demasiado bien con los
toreros, debieron tener sus disputas en algún momento y los de luces decidieron
hacerla el vacío y dejarla de lado. No lo entiendo, porque si la “señá” Lidia
es tan maravillosa, ¿no podrían ceder un poquito y admitirla en su círculo de
amistades”.
En la tarde de los de Alcurrucén se oía: vaya desastre, a
ver si cuidamos la lidia”. No sé será que la han tratado de mala manera. Pero
bueno, yo a lo mío, que es hablar de señoras y se me va el santo al cielo y la
mirada a las piernas. Los de los señores Lozano afortunadamente nada han tenido
que ver con los otros franquiciados que mandaron el primer día de feria.
Realmente bravo, no lo ha sido ninguno, más bien se puede afirmar que ha
saltado más de un manso; encastado, ninguno; y con genio, alguno que otro. El
primero, al que costaba manejar entre otras cosas por el vendaval que asolaba
la plaza, ya mostraba una embestida bronca al tomar los capotes. Se arrancó
pronto, y de cerca, al peto, para recibir un puyazo señalado, mientras pegaba
cornadas desesperadas al peto. Encelado en el caballo, y cuando ya empujaba con
más decisión, el picador tuvo que decidirse a emplearse un poco más en serio.
De nuevo de cerca y puesto en suerte por Ferrera, de nuevo se arrancó con prontitud,
para recibir un puyazo trasero. A pesar de las carreras en el tercio de
banderillas a cargo del matador, el toro aún estaba un poquito entero, lo que
se traducía en embestidas violentas, muy bronco, venciéndose por el pitón
derecho cuando el matador le metía el pico de la muleta; por el izquierdo
tomaba el engaño algo mejor, siempre y cuando se le obligara un poco, pero muy
al contrario, cada pase acababa en un banderazo. Eso sí, si alguien buscaba un
bravo en este toro y por si le quedaban dudas, solo tuvo que ver como buscaba
refugio en tablas a la hora de doblar. El otro de Ferrera salió pegando
arreones a todos los capotes que se le acercaban, que eran muchos, mientras la
gente seguía hablando de la señora esa, la tal Lidia, que por lo que se oía,
esta tarde tampoco asomó por Ventas, o igual sí, pero se quedó entretenida
fuera de la plaza. Mientras añoraban a doña Lidia, el toro andaba por el ruedo
a su aire, muy suelto. Un puyazo trasero cuando se encontró con el caballo,
repuchándose y a seguir de gira. Mal colocado en la segunda vara, pero el
Alcurrucén no quería nada con el caballo y otra vez de paseo, para pegarle un
tiento al reserva. Como en su primero, Ferrera se prestó a poner banderillas,
eso que tanto gusta al público, pero lástima que doña Lidia tampoco lo pudiera
ver; no pudo ver como a un matador hay que colocarle el toro una y otra vez a
fuerza de multitud de trapazos y todo para que el extremeño deleitara a la
concurrencia con pares meteóricos a cabeza pasada, a veces, muy pasada. Será
porque es parte del repertorio, pero ya podía dejar a los peones que hicieran
este trabajo. Le costó en los inicios de la faena de muleta, queriendo hacerse
con el toro, pero no hubo manera, mucho trapazo sin mando, muchas carreras,
moviéndose a mitad del pase, echándolo fuera, pico y cuando ya no veía otro
camino, a ahogar al pobre animal, que a pesar de su mansedumbre manifiesta,
seguía yendo a la muleta. Otra vez se acordaban de la señora esta, que debe ser
como el bálsamo de Fierabrás, porque cuando las cosas iban mal la nombraban
como solución a tanto desbarajuste.
La tal Lidia debe ser una señora viajada, pues hasta al
francés Juan Bautista le hablaban de ella, ya desde que recibió a su primero,
que en el caballo empujaba, pero con la cara alta, limitándose a cumplir.
Complicado para dejarlo al caballo nuevamente, o mejor dicho, complicado para
el matador, que no se lo quitaba de encima. El segundo puyazo fue trasero y
tapándole la salida y ese poco genio que pareció sacar en el primer encuentro, acabó
dulcificándose, sería el picor de los palos lo que le hizo recapacitar. Luego
ofreció embestidas de las que quieren los maestros, nobleza rayana en la
bobonería, que era recibida por apelotonamiento de muletazos aprovechando el
viaje, trallazos ausentes de temple, muy vulgares, mala colocación y mientras
el animal seguía persiguiendo el engaño, al bueno de Juan Bautista le dio por
innovar y echarse la espada a la mano izquierda y la muleta a la derecha, para
que viéramos que era igual de aburrido con las dos manos. En su segundo mostró
displicencia de salida, le dejó a su aire, que correteara todo u más por el
ruedo, que fuera en busca de los caballos mientras salían, tocando al de tanda
y al notar el hierro salir despavorido, encontrándose de rebote al reserva, un
pim pam de lo más bochornoso. Ya con los pencos un poquito más separados,
volvió a lo mismo, aunque esta vez ya fue el reserva el que mejor pudo hacerse
con él. La única vara en su sitio cayó trasera y el animal se limitó a cabecear
como si no hubiera un mañana. Será porque a ldoña Lidia le gustan estos
desbarajustes, que muchos la nombraban y se acordaban de ella, según el tono,
con cierto cariño y añoranza. Que malas son las ausencias no deseadas, ¿verdad?
Como buen hijo de ganadería de figuras, el Alcurrucén empezó a seguir las telas
con esa nobleza que solo los muy puestos saben apreciar y que a los menos a
veces saca de quicio, mientras el señor Bautista, don Juan, pareció dejar ver
un intento de erguirse para torear, pero todo quedó en nada, un desarme y
vuelta a lo de siempre, pases y más pases sin gracia ninguna, sin importarle
que por el pitón izquierdo embistiera hasta con suavidad. Eso sí, se debió
sentir algo tenso, pues al acabar la faena se pegó una vuelta al ruedo así
porque sí. Querría estirar las piernas, ¿no?
Y llegamos a El Capea, que no sé si es un nombre o la
conjugación del verbo capear en su tercera persona. No, no, debe ser nombre,
porque no dice “Él capea” y sí El Capea, aunque lo primero le vendría como un
guante. Es ver a este chico y uno se ve sentado en la plaza de Ciudad Rodrigo,
en el Carnaval, viendo como los capas pegan mantazos como pueden, pendientes
del toro y del de al lado, para que no le quiten el toro. Le salió el más chico
de la corrida y sería por estar acostumbrado al tamaño del toro de las capeas
carnavalescas, que no sabía por dónde echarle mano, igual le faltaba toro. Allí
que dejó al animalito abandonado en los medios, para que cuando le pareciera
bien, irse en busca del caballo. Se quedó debajo del peto, muy quieto y en
correspondencia ni se le arañó el morrillo. Suelto en la segunda vara,
simplemente le señalaron el puyazo. Sería para que los banderilleros tomaran
referencia del sitio, pero fue inútil, no debían ver el hoyo de las agujas. Así
se organizó el desastre que prepararon. Y también algo sería que para no
desentonar con el jefe. Cuánto trapazo se trajo el Capea a Madrid. Ha debido
dejar la trapacería sin existencias. Y el novillote seguía y seguía sin
descanso, pero este no era el suyo, el bueno iba a ser el sexto, ¿seguro? Pues
no, porque fue la historia que se repite una y otra vez. En esta ocasión
intentó poner el toro en suerte, pero nada, misión imposible, le costaba un
mundo, era un Sísifo taurino arrastrando al animal a un punto, para volver a
empezar de nuevo. Al final le picaron y bien, trasero y tapándole, pero le
dieron; ya digo, el chaval está hecho al toro del Carnaval. Y lo mismo en la
segunda. Se dolió mucho de los palos y por momentos apretó bastante a los
banderilleros. Un comienzo de faena por abajo, aunque tal y como estaba el
toro, quizá no habría estado de más el insistir un poco más por ese camino.
Quién seguro que sabría si esto era así, por lo que se escuchaba, era la “señá
Lidia”, pero ya saben, no estaba en la plaza. Si acaso en el puesto de helados
de fuera de la plaza, que en esto también tiene buen gusto la dama. Y El Capea
a lo suyo, trallazos, mano alta, pico, una falta de mando absoluta y cuando ya
no daba para más, él seguía y vuelta a recolocarse y así una y mil veces.
Vamos, que nada ha cambiado en una tarde, los de Alcurrucén nobles en la
muleta, manseando sin pudor, pero era ver la telita roja y hala a cumplir.
Ferreras lejos del torero que llegó a hacerse respetar hace no demasiado, Juan
Bautista y El Capea tan muermos como siempre, pero seguro que el año que viene
vuelven y todos esperando a la señora esta, a la tal Lidia, que debe ser un
portento de la naturaleza, pues era ponerse la cosa fea, montarse el pitote y
todos se acordaban de ella. Y yo que me creía que simplemente “Lidia, es un
nombre de mujer”.
5 comentarios:
Uffff...solo paso a saludarte maestro.
Un abrazo
Ahhhh, que se me ha olvidao, hoy teneis al gran Fandi!!!! que envidia que os tengo. Pero además de la mala.
Otro abrazo!!!!
Marín:
Ya sé yo que nos envidias, pero desafortunadamente yo tampoco estaré en la plaza. En el momento de sacar el abono me dio un aire y le dije a la taquillera que no me diera esa entrada. Bueno, a pechar con las decisiones, ¿no?
Un abrazo
Enrique, se aprende mucho contigo...Que mérito ver todo San Isidro...
Mañana me pongo de viaje camino de Vic Fezensac y un poco de turismo previo en Nimes. (No hemos visto la plaza Y la veré pese a los perrichicos de Morante y El Juli).
A la vuelta veré algunas de Madrid y me imagino que no encontraré entradas para las figuras, Beneficencia ni Victorinos, pero no me quita el sueño...Un abrazo y gracias por las enseñanzas...
Lo de El Capea (él capea) me hace pensar en el concepto de su padre, iniciador del destoreo...
Un abrazo.
Fabad:
Muchas gracias. Los que nos enseñan, aunque para mal, son esos que nos están mostrando como se hunde un ideal.
Me gustaría mucho poder encontrarnos en esa visita que tienes pensada para Madrid. Así nos podríamos llorar cara a cara.
Un abrazo
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