A los toros hay que ir como se dbe, ¿o no van los toreros de dulce y oro? |
Respaldado por los amplios, amplísimos conocimientos que
servidor atesora sobre esto de la Tauromaquia y con la feria de la Primera
Plaza del Mundo en ciernes, que quiere decir que ya no queda nada para que
empiece, voy a tener a bien desplegar mi sabiduría para que ustedes, simples
mortales y seres poco avezados en estas cuestiones, no desentonen cuando se
acerquen a la Plaza Monumental de las Ventas de Madrid. Que yo sé que me lo van
a agradecer, aunque nunca será suficiente, pero como soy un tío generoso, no
les voy a cobrar nada, si acaso, la voluntad, que nunca debería ser inferior a
los 30 o 40 euros, y ahí lo dejo.
Lo primero de todo es la forma de ir a la plaza. La
indumentaria/vestuario es fundamental. Pueden elegir el estilo sport, pero
elegante y señorial. Los caballeros con una chaqueta de punto, con los puños
vueltos, sin corbata pero con pañuelo, pantalones pesqueros, sin exagerar,
zapato sin calcetines, pelo engominado “haciatrás” y un clavel reventón en la
solapa, que demuestre esa alegría de ir a los toros con los amigos; si no le
acompañan, allí se hacen amistades, que todos somos taurinos. Eso sí, sin
olvidar los ademanes, muy importantes, con esa postura de las manos como si
acabáramos de amasar pan y buscáramos un paño en el que limpiarnos el pringue
de los dedos, acompañando el gesto con una ligera encorvadura de chepa y ese
saludo tan socorrido del: “¡Maestroooo! Malegroverte”. Todo seguido. ¡Ojo! Con
no soltarle esto al Municipal que está retirando coches con la grúa, pues puede
llevarse una sensación errónea.
Las señoras pueden vestir como gusten, pues como dicen los
castizos, las señoras siempre van perfectas. Eso sí, siempre ayuda el que vayan
encaramadas a unos tacones de cuatro alturas; pero que esto no se les note en
la expresión, por nada del mundo. Que no es que se agarren al bolsito de la
manera que se agarran porque lleven un capital, es que así se les pasa el
vértigo, pero si en lugar de bolsito, les pones a mano una barandilla, les aseguro
que no dudan ni un segundo, al pasamanos de cabeza. Las más atrevidas pueden
lucir un clavel, a juego con el del caballero, sujetando sus bucles con mechas
recién dadas esa mañana. Y por si refresca, un chal despreocupadamente
descolocado y muy bien colocado, sobre los hombros. La bandejita de pasteles
casi mejor que la lleve el hombre, más que nada para prevenir accidentes, ya
que la señora se estampe contra el suelo si se salta al vacío desde esos
tacones, al menos, que salvemos la merienda.
También se puede optar por el estilo taurino de pro,
aficionado de bodega de barrio. ¡Ojito! Camisa guayabera con pechera de
batista, en tonos cremas, en toda la gama, o azul celeste y si es con cierta
apariencia ajada y con el color matado, mejor, que eso quiere decir que se está
curtido en mil batallas por las plazas de todos los pueblos de la región. La
camisa sin meter, a su caer y las mangas “remangás” a mitad de brazo, para que
se vea la esclava, el reloj, el sello de la familia y para que destaque la uña destapa
birras, que si se sabe usar es más útil que una navaja suiza. Estos aficionados
es muy habitual que sean caballeros solitarios, pues a la parienta no le gustan
los toros, vale que aguantaron de novios eso de ir a los toros, pero ahora ya
prefiere quedarse en casa. Ya si eso, el día de los caballos le cede
gustosamente la entrada, para que vaya con la parienta de otro colega, tan
aficionado como él al toro y lo que sea, pero sin señoras, bueno, con señoras
igual sí, pero no con la propia. Que esto de los toros es cosa de hombres.
A la plaza se va con tiempo, con el tiempo necesario que nos
permita recorrer, como poco y tirando por lo bajo, cuatro bares de la zona.
Bares en los que uno debe desenvolverse como si el dueño fuera tu hermano, ¡qué
digo hermano? Tu compadre. Que igual los camareros no te han visto en su vida,
pero los taurinos nos hacemos cómplices con la simple mirada. Nada más plantar
el pie en la tasca ya hay que marcar terreno y dejar claro que allí hay uno que
sabe de lo que se habla. Echemos mano de una corrida de Atapuerca de los Montes
en la que viste a Fulanito de Triana torear como los ángeles, jamás nadie vio
nada igual. ¡Aaaayyy! Pobres infelices que os tenéis que conformar con ir a los
toros en Madrid o Sevilla. Paparruchas. Expláy
ense sin miedo, pues es poco
probable que nadie haya estado en Atapuerca de los Montes a los Toros y si
alguno se atreve a hacer tal aseveración, ya sabemos de qué pie cojea, pues en
este pueblo no se ha dado un festejo, ni mayor, ni menor, ni para conmemorar
las bodas de Cascorro.
Los verdaderos aficionados, los “afisionaos”, esos no entran
por cualquier sitio, esos entran por el patio de arrastre, más que nada, para
saludar a los conocidos. Si se va con la señora y se ha elegido el modelo
sport, pero elegante y señorial, a las damas le haremos una reverencia y un
amago de besamanos. “Mira querida, este es Paco, el carnicero del Mercao de
Ventas. Tanto gusto. Mira Mamen, Jacinto el ferretero, aquí mi señora. A sus
pies, un placer”. ¿Un placer? ¿A sus pies? Dejémoslo estar. Iremos entrando y
recogeremos el programa de mano que nos ofrecen unos espabiladillos que lo coge
del dispensador que tienen a su espalda, pero que por una propinilla, la
voluntad, te lo acercan metro y medio. Pero tú se lo aceptas con una sonrisa
socarrona y dándole una palmadita en el lomo. Y nunca responderemos a los
exabruptos con que nos ataquen por no tener voluntad y guardarnos la propina.
No abriremos el programa sin dirigirnos antes a una de las barras de la plaza,
esas que con tanto mimo mantiene la empresa de Madrid. Tal acercamiento se
producirá al grito de “¿Un peloti?” Seguido de eso tan recurrente de: “Maestro,
ponga de beber”. ¿ponga de beber? No, si quieres te pongo una chaqueta, que esa
te queda estrecha de hombros y con esa panza no te abrocha, ¡No te giba el
pavo!
Lo que va después, una vez que se entra ya a la localidad es
algo que me cuesta describir, no tengo palabras para transmitir tales
sensaciones. Siento no poder acabar la lección de otra manera, pero no sé si será
por la emoción que me embarga al sentir el granito venteño debajo de mi sentir
o porque después de tanta visita a tascas y tabernas y tanto peloti, se me
nublan los sentidos y el entendimiento. Eso sí, los baños de la plaza podrían
cuidarlos un poco mejor, porque no se imaginan lo que es arrodillarse ante uno
de esos inodoros, por muy de la Primera Plaza del Mundo que sean.
3 comentarios:
¡Que grande eres Enrique!
Fabad:
Muchas gracias, un abrazo muy fuerte
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