Si sale el toro, pocas mentiras le valen |
A los niños siempre se les está con la monserga del “no hay
que mentir, la mentira mala, caca”, pero eso es para los niños, no sé si para
que de mayores se entreguen incondicionalmente a ella y se conviertan en
beatorros cofrades de la hermandad del “hagan lo que yo les digo, pero no lo
que yo hago”. Santa y bendita mentira que nos lleva por los caminos del placer.
Es tan bella y adorable, que nos permite deambular por el mundo con los ojos
cerrados, como si nos acurrucáramos en un perpetuo sestear. ¡Ay, que goce tan
grande! Y no eso de la verdad, que nos obliga a mantener despierto el sentido
crítico, la integridad, el rigor y la honestidad con los demás y con uno mismo.
Si no hay nada mejor que engañarnos a nosotros mismos. Que delicia ir a un
restaurante y que nos pongan un chuletón de Ávila con aspecto de jabonera Krungdem
y tacto de estantería Trondsval, que en seguida le encontramos el por qué, la
sequía estival en la Sierra de Gredos; o eso de ir a un musical en la Gran Vía
de Madrid y comprobar como el prota tropieza, rueda por el escenario, se arma
un revuelo, los demás corren a socorrerle y el playback sigue funcionando como
si nada, la orquesta sonando sin que haya orquesta, el cantante cantando sin
que haya canto y todos felices, ¡es que es tan bonito!
Entonces, ¿por qué nos empeñamos en ir a los toros esperando
y algunos descabezados exigiendo el toreo de verdad? ¿Nadie se da cuenta de la
belleza de la mentira? ¿Quienes son los grandes maestros del momento? Los más
mentirosos, que no solo no se conforman con echarnos el señuelo del pseudotoro,
tan mono él en apariencia, tan dócil, tan feble, tan mullido, tan “toreable y
durable”, aunque si te suelta un viaje, ¡cuidado! Pero aún con este peligro que
siempre está, dejará de tener mucha más importancia lo que se le haga a un
barbas encastado. Pero ya digo que no se conforman con hurtarnos lo fundamental
de esto, el toro, sino que además nos atiborran de cucamonas pintureras y
descafeinadas, manteniendo el animalillo a una distancia prudencial, que corra
el aire, y llevándolo allá a lo lejos para llevarlo más lejos, con los
arrabales de la muleta, escondiendo piernas con una y echándolas para atrás sin
rubor cuándo torean de capote. ¡Pero todo es tan bonito!
¿Para qué eso de la verdad? Con lo bien que se vive en la
mentira, sin sobresaltos descontrolados, sin decepciones, porque la mentira
nunca decepciona, siempre es mentira, y tranquilos, no resulta factible que de
repente se transforme en verdad. Eso de ver el torillo ir y venir, manteniendo
la distancia de seguridad, por supuesto, que una veces va por aquí y otras por
allá, que según el maestro se lo pasan por la proa, que por la popa, por babor
o estribor, que por la circunvalación o si llega el caso, por el mismísimo
culo, con perdón. Que uno no quiere el riesgo gratuito, pero en dependiendo que
casos, unas gotas de verdad no vienen mal, con ese sabor entre dulce y salado
del riesgo y lo sublime del arte real del toreo, porque lo otro, lo que
conlleva la mentira, no nos engañemos, no es arte, puede ser al toreo lo que la
bisutería es a la joyería, lindo, pero sin lo excelso de la belleza.
Que ya sé, ya sé, que los maestres de la trampa no paran de
contar que lo bueno es lo suyo, ¡pachasco! Solo faltaría que me dijeran que lo
suyo es una filfa indecente. Tampoco pido yo tanto, pero al menos que no nos
tomen por bobos de baba pretendiendo que nos creamos lo increíble. Que no me
cuente uno que los que pedimos el toro solo queremos la tragedia, que esto no
es tragedia, que el arte no puede serlo; ni que salga un iluminado santificando
el pico, sin otro fin que justificar su mediocridad, su abrumadora mediocridad,
sin caer en la cuenta de que aún los hay que vieron torear de verdad y hasta
los hay que lo practicaron en el ruedo y ante un toro. Porque no creo que este
iluminado pretenda decirnos que todo lo anterior no vale, que todo lo pasado
hay que borrarlo, al menos hasta el momento de su aparición en esto del toro.
¡Ufff! Qué trabajo más arduo y sobre todo, inútil, porque se pueden romper
periódicos, fotos, láminas, se pueden borrar vídeos, destruir películas, pero,
¿y la memoria? ¿Qué hacemos con la memoria? ¿Qué hacemos con los recuerdos de
los aficionados? Que esos no los borramos ni con aguarrás, que tan fuerte fue la
impronta del toreo verdadero, que no hay disolvente que lo quite y mucho menos
si el sustituto es la caricatura que nos quieren hacer tragar estos caballeros.
Que casi paso mejor las ruedas de molino que el molino entero, ¿eh? Que me
dicen que unos retorcimientos me van a hacer obligar al de Camas, que unos
banderazos por delante y por detrás van a borrar al del mechón, que un
encararse con el público van hacer que se disuelva el duende del gitano de
Jerez. Pues no piden ustedes na’. Casi mejor que me cuenten que la tierra es
plana, que el hombre no llegó a la Luna o que un filete de brócoli fileteado es
mucho mejor que el chuletón de Ávila, que igual cuela, porque ya se sabe lo que
mueve el poderoso influjo de la mentira.
4 comentarios:
Parece que los comentarios acerca de lo del pico a puesto incontrolable a La Lirio.Al menos no se puede jalar de las mechas y se conforma con el soponcio.
L.J.D.
La -corpórea-Viuda Lupe es socia de La Lirio en lo de ver cambiarse a los toreros.Debe administrarle sus estrógenos respectivos a la Sandunguera.Ya comentaré lo del novillero en América y La Lirio.
M.D.X.
L.J.D:
Ya sabemos de las filias de la Lirio y de su falta de rigor en lo tocante a cierto torero.
Un saludo
M.D.X:
En lo de vestirse los toreros no entro, prefiero hablar de toros, de otras cosas, allá cada uno con sus preferencias.
Un saludo
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