miércoles, 8 de enero de 2020

Vaciando los altares


De momento nos quedan algunas divinidades en nuestros altares. Quizá el más grande, Joselito

Muy a menuda se habla de esto de los toros como algo que va mucho más allá de una simple afición, de un espectáculo o de un entretenimiento, llegando a asimilarlo casi con una religión, con sus ritos, santos y divinidades a las que entregar el alma taurina, cuando este precisa de alimento espiritual. Y como toda religión que se precie, en los toros también encontramos nuestros altares habitados y dedicados a los que, de alguna manera, un día engrandecieron esta fe. Pero ya se sabe, una cosa es tal fe y otra sus feligreses, que, como en todas las religiones, también cuenta con esos elementos que predican más en favor propio, que no para honrar a la divinidad, ni para transmitir las enseñanzas que esta nos legó.

Aunque no vistieran de luces, ni criaran el toro bravo, los aficionados a los toros ofrendaban y dirigían sus oraciones taurinas a santos y mártires como Lorca, Goya, Picasso y otros tantos. Si bien es verdad que, a veces, pretendiendo inconscientemente emparejarse en sensibilidad y genialidad con esos ilustres aficionados, aferrados al hecho de compartir fe taurina. Pero hete aquí que a modo de reformistas luteranos aparecen los fieles de la doctrina antitaurina y nos quieren robar a nuestros santos; y no se crean que empiezan por lo bajo, que tiran directamente a lo más alto de la corte celestial taurina, a don Paco el de los Toros, a Goya. Que ahora se convencen y nos quieren convencer del antitaurinismo de don Francisco. Que no creo que haya mucha opción a debatir sobre ello, pero ojito con la mala baba que vienen estas huestes antis. Que la cosa va más allá, la cuestión es esa, querer vaciar de todo a los toros. Neguemos la sensibilidad, neguemos la posibilidad de que nuestras divinidades pudieran acoger el más mínimo aprecio por la fiesta. Que si cala eso de que Goya estaba en contra de esto, ya podemos enfangar a cualquier hijo de vecino, llámese Picasso, Lorca o Miguel Hernández. Quien incluso vivió escribiendo de toros. Despojemos a estos primitivos seres que van a las plazas de toda cualidad humana, acerquémoslos a los animales y habremos descalificado cualquier manifestación taurina. Que no digo yo que no ganemos si nos empiezan a tratar como animales; igual así nos permitirán poner los pies en su sofá, nos comprarán un abriguito y botitas para pasar el invierno, nos permitirán pasarnos el día encerrados en sus casas y nos dedicarán todo el cariño que cabe en sus corazones para todo lo que no suponga algo de humanidad. Primero la animalidad y luego, si queda algo, la humanidad.

Pero, ¿creen que esto de vaciar los altares es algo exclusivo del reformismo antitaurino? No hombre, no. Qué cosas piensan ustedes. También los hay en los que se dicen aficionados a los toros que descabalgan unos santos para poner otros, los suyos. Y como decía antes, en beneficio propio, para engrandecer a los que ahora ven pasearse en loor de santidad por los ruedos del mundo, amparados en una antigua fe, pero queriendo solaparla con sus nuevas creencias. No sé si existe el concepto de la desbeatificación, pero si no existe, en esto de los toros podemos encontrar un buen ejemplo de ello. Se pretende bajar de los altares a los santos de antes, para colocar a los suyos, a los que se intenta santificar antes de que tan siquiera se hayan cortado la coleta, hayan embarcado su último toro o montado su última feria. Como un nuevo protestantismo taurino, asaltan las capillas del clasicismo para sustituirlas por ídolos que según los casos ni cabrían en la hornacina, no por su devota genuflexión, sino por su herético retorcimiento. Y creo que no hará falta dar nombres.

Y si se ven en la necesidad de buscar un poco más atrás en el tiempo, se aferran a las hazañas de un señor de Córdoba, de guedejas revueltas y sonrisa fácil, o a las de otro de excelsas facultades de Barbate o a quien tantos pases le contaron que perdieron la cuenta. Que no quiero yo faltar al respeto a quien no está, ni mucho menos a quien dejó su todo en la arena, pero de ahí a subirles a los altares hay un trecho y grande. Pero ya ven, sea por los unos, sea por los otros, nos encontramos con dos nuevas creencias, la anti y la “moderni”, que nos hacen ser testigos de cómo ambas, frente al toreo de siempre, al clasicismo, a la verdad del toro, se afanan en pasarse el tiempo vaciando los altares.

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