Lo mejor contra el aburrimiento, el toro |
De unos años a esta parte parece que el aburrimiento es un elemento indiscutible en los toros. Antes se hablaba de ilusión, expectación, decepción, bochorno, escándalo, triunfo excelso, mansadas, grandes corridas de toros, de sol y moscas, pero ahora muchas de esas sensaciones prácticamente solo son hechos muy ocasionales y ha sido el aburrimiento quién parece que, a base de codazos, se ha hecho el amo en todo esto. Es el nuevo amo que preside las corridas de toros, su excelencia el aburrimiento. Aburrimiento que por otra parte alimentan y mantienen los que viven del toro y que sin demasiada consideración hemos dado en llamar taurinos. Lejos de romperse los cascos buscando ganaderías, toreros en alza, toreros prometedores o que simplemente puedan mostrar algo diferente, repiten los mismos carteles año tras año, porque unos señores de luces no quieren sin alternar con nadie que no sea de su cuerda, ni torear otros hierros que no sean de garantías. Lo que traducido quiere decir que estos les garanticen que no les van a poner en complicaciones ni empeñándose mucho. Y así una tarde y otra y otra y una temporada y otra y otra y otra más. Pero no se crean que se inmutan porque nadie les diga que aburren, que aburren con unas combinaciones repetidas hasta el hartazgo, que aburren con un ganado insulso y bobalicón que va y viene y que aburren con un toreo anodino, vulgar y vacío de cualquier sentimiento torero que pudiera dar a esto algo de chispa. Eso sí, que ni dudan en autoproclamarse artistas y soltarnos eso de que se tienen que expresar y que necesitan un toro determinado para estar a gusto. Ahí es nada.
Tardes soporíferas, ferias sin fuste y, ¿qué remedio ponen? Pues muy fácil, si el aburrimiento dura 30 tardes y tres horas, o más por tarde, se acorta un poquito por aquí, otro por allá y marchando que es gerundio. Que no hay otra solución, porque a todo esto, el aficionado tiene que cumplir sin rechistar con su sagrada obligación: ir a la plaza todas las tardes, pasar por taquilla religiosamente y callar como postes mientras les cae encima ese infumable chorreo de vulgar y anodina sosería. Que si entramos en un caso como el de Madrid, ni se despeinan al afirmar que las treinta tardes, número arriba, número abajo, son una barbaridad y que sería mejor que fueran solo veinte, quince o diez festejos, porque lo que tenemos ahora, con tanto aburrimiento, no hay cuerpo que lo aguante. Y les digo una cosa; tal y cómo está esto montado, una tarde ya me parecería mucho. Que con un festejos ya se me hace largo. Y claro, ahora con esto de la reconstrucción, o demolición, para que los festejos no se alarguen demasiado, mejor ponemos cuatro tyoros y así nos vamos antes a cenar, que luego igual cierran los bares pronto y nos quedamos con el estómago cantando la marcha de granaderos hasta el día siguiente. Que digo yo, que puestos a acortar, que se eviten lo de los señores en un penco, casi también lo de las banderillas, el toreo de capote y que ya desde salida vaya el artista con la muleta, lo reciba a portagayola y a otra cosa. ¿Qué eso ya lo hacen? Lo que te digo, que hemos perdido el rumbo.
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2 comentarios:
Me considero un aficionado. Un aficionado debe ser exigente aunque no sea riguroso. Por eso, cuando me pongo a ver estas corridas de de... de lo que sea, veo que sale un animal terciado, que parece que ya lo han picado, se arrima al caballo y con un rasguño cambian el tercio, pues yo cambio de cadena. Me aburro y no quiero que me cuenten milongas ni que me den gato por liebre. Me aburro. Rigores.
Rigores:
Van contra esa misma lógica del que se aburre y se aparta y pretenden que aunque nos aburramos, vayamos una y otra vez, que hay que subvencionar su negocio. Eso sí, callados y si abrimos la boca, que sea para jalear o para pedir un yintoni.
Un abrazo fuerte
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