Y me sigo preguntando que qué será lo que les enseñan en las escuelas. A torear... |
Becerrada de abono en la plaza de Madrid. La estación
término de ese camino hacia las Ventas. Pues nada, después del camino, a
descansar. Novillos, erales, de Jandilla, por momentos demasiado erales. Que
sí, que a los chavales no les vamos a echar mastodontes con lanzas como
pitones, pero tampoco es para irse al otro extremo, al de los corderillos con
cuernos. Pero ni aún así han podido con ellos, a todo lo más que llegaban era a
seguir lo que los animales les marcaban y en la mayoría de los casos, a duras
penas. Pero que nadie se lleve a equívoco. Lo suyo en los novilleros sin
caballos es que estén verdes como lechugas, que carezcan de recursos, de
conocimientos de la lidia, de los terrenos. Que me atrevería a decir que eso es
como debe ser, pues para hacerse tienen que seguir un camino mucho más arduo
que el que les ha llevado a las Ventas. Lo más valioso es la intención, quizá
más que la concreción. Esa intención es la que ilusiona a los aficionados, la
que les hace mantener el interés por los novilleros, por verlos crecer, por
verlos hacerse, como se decía antes. Por ver primero los mil defectos y poco a
poco ir siendo testigos de como estos van siendo cada vez menos. Pero en los
tres actuantes las intenciones eran para echarse a llorar. Unos modelos de lo
que es el toreo actual, de la idea que se tiene en esta atosigante modernidad
de lo que es torear. Elijan ustedes mismos uno de los tres, ya sea Rubén Núñez,
Juan Herrero o Alejandro Chicharro y le podrán aplicar las mismas carencias y
actitudes de los demás: toreo de mucha lejanía, siempre exagerando el abuso del
pico, el esconder la pierna de salida y no saber si agarrarse a la zurda o a la
diestra; aunque quizá de esto último habría que culpar a quienes les aconsejan
desde la barrera. Y los tres, sin distinción, aliviándose en la suerte suprema,
quizá porque les han contado que lo importante es que el burel caiga rapidito.
De toreo no es que anden muy sueltos, pero de descaro para
darse una vuelta por su cuenta, de aprovechar el tirón de la masa, de eso andan
más que servidos. Si hay que agradecerles algo es la voluntad en la variedad
con el capote, aunque sin demasiado éxito, atropellándose y embarullándose las
más de las veces. Con la muleta esa voluntad se ha traducido en faenas
interminables, anodinas, sin el más mínimo asomo de toreo, sin que el
aficionado pudiera ni tan siquiera imaginar el pronunciar aquella esperanzadora
frase del “apunta maneras”, porque no apuntaban ni la lista de la compra. Y si
hay que diferenciar entre sí a estos fieles alumnos de la escuela de la
extenuante modernidad vigente, quizá Rubén Núñez parecía más bullidor, siempre
siguiendo los cánones del destoreo, por supuesto y despachando a sus oponentes
de infames y vergonzantes bajonazos a la altura de la paletilla, en su segundo
soltando la tela con absoluto descaro en sus dos entradas.
Juan Herrero quizá por lo único que se diferenció fue por
hacer salir al jefe de los matadores de toros y novillos a la arena para
brindarle el segundo eral. Que claro, si este señor es el que debe enseñarle
valores del toreo y a torear, apañados estamos. Y si él mismo no es capaz de
decirle al chico que le brinde en el callejón y que no le haga salir de paisano
a la arena como si fuera la arena de la playa de San Juan, poco podemos
esperar. De su destoreo, pues poco se puede decir. Lo mismo que del de
Alejandro Chicharro, quien en todo momento daba la sensación de que iba a pegar
un respingo para atrás. Que ya es triste que con la plaza tan a favor, tan
predispuesta a lo que fuera y que solo hayan dado dos vueltas al ruedo por
propia iniciativa, excepto Chicharro, que no había manera para colar una vuelta
más. Pero claro, era la final de un certamen y había que declarar un ganador.
¡Ufff! Complicado, ¿eh? Que parece ser que no podía declararse desierto, que
hubiera sido lo más lógico y sensato. Pues nada, al de los bajonazos, por
unanimidad, el jurado ha declarado ganador a Rubén Núñez, aunque quizá habría
que haberlos obligado a declarar en otra instancia tras conocer su fallo; que
apropiado el término en este caso, fallo, de apellido garrafal. Mientras los
poquitos aficionados que acudieron esta tarde a la plaza, mientras esquivaban a
los decepcionados paisanos y vecinos de la terna, salían ordenadamente repitiendo
como si fuera una cantinela que como esto sea lo que nos espera.
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