sábado, 9 de octubre de 2021

Como esto sea lo que nos espera

Y me sigo preguntando que qué será lo que les enseñan en las escuelas. A torear...

Becerrada de abono en la plaza de Madrid. La estación término de ese camino hacia las Ventas. Pues nada, después del camino, a descansar. Novillos, erales, de Jandilla, por momentos demasiado erales. Que sí, que a los chavales no les vamos a echar mastodontes con lanzas como pitones, pero tampoco es para irse al otro extremo, al de los corderillos con cuernos. Pero ni aún así han podido con ellos, a todo lo más que llegaban era a seguir lo que los animales les marcaban y en la mayoría de los casos, a duras penas. Pero que nadie se lleve a equívoco. Lo suyo en los novilleros sin caballos es que estén verdes como lechugas, que carezcan de recursos, de conocimientos de la lidia, de los terrenos. Que me atrevería a decir que eso es como debe ser, pues para hacerse tienen que seguir un camino mucho más arduo que el que les ha llevado a las Ventas. Lo más valioso es la intención, quizá más que la concreción. Esa intención es la que ilusiona a los aficionados, la que les hace mantener el interés por los novilleros, por verlos crecer, por verlos hacerse, como se decía antes. Por ver primero los mil defectos y poco a poco ir siendo testigos de como estos van siendo cada vez menos. Pero en los tres actuantes las intenciones eran para echarse a llorar. Unos modelos de lo que es el toreo actual, de la idea que se tiene en esta atosigante modernidad de lo que es torear. Elijan ustedes mismos uno de los tres, ya sea Rubén Núñez, Juan Herrero o Alejandro Chicharro y le podrán aplicar las mismas carencias y actitudes de los demás: toreo de mucha lejanía, siempre exagerando el abuso del pico, el esconder la pierna de salida y no saber si agarrarse a la zurda o a la diestra; aunque quizá de esto último habría que culpar a quienes les aconsejan desde la barrera. Y los tres, sin distinción, aliviándose en la suerte suprema, quizá porque les han contado que lo importante es que el burel caiga rapidito.

De toreo no es que anden muy sueltos, pero de descaro para darse una vuelta por su cuenta, de aprovechar el tirón de la masa, de eso andan más que servidos. Si hay que agradecerles algo es la voluntad en la variedad con el capote, aunque sin demasiado éxito, atropellándose y embarullándose las más de las veces. Con la muleta esa voluntad se ha traducido en faenas interminables, anodinas, sin el más mínimo asomo de toreo, sin que el aficionado pudiera ni tan siquiera imaginar el pronunciar aquella esperanzadora frase del “apunta maneras”, porque no apuntaban ni la lista de la compra. Y si hay que diferenciar entre sí a estos fieles alumnos de la escuela de la extenuante modernidad vigente, quizá Rubén Núñez parecía más bullidor, siempre siguiendo los cánones del destoreo, por supuesto y despachando a sus oponentes de infames y vergonzantes bajonazos a la altura de la paletilla, en su segundo soltando la tela con absoluto descaro en sus dos entradas.

Juan Herrero quizá por lo único que se diferenció fue por hacer salir al jefe de los matadores de toros y novillos a la arena para brindarle el segundo eral. Que claro, si este señor es el que debe enseñarle valores del toreo y a torear, apañados estamos. Y si él mismo no es capaz de decirle al chico que le brinde en el callejón y que no le haga salir de paisano a la arena como si fuera la arena de la playa de San Juan, poco podemos esperar. De su destoreo, pues poco se puede decir. Lo mismo que del de Alejandro Chicharro, quien en todo momento daba la sensación de que iba a pegar un respingo para atrás. Que ya es triste que con la plaza tan a favor, tan predispuesta a lo que fuera y que solo hayan dado dos vueltas al ruedo por propia iniciativa, excepto Chicharro, que no había manera para colar una vuelta más. Pero claro, era la final de un certamen y había que declarar un ganador. ¡Ufff! Complicado, ¿eh? Que parece ser que no podía declararse desierto, que hubiera sido lo más lógico y sensato. Pues nada, al de los bajonazos, por unanimidad, el jurado ha declarado ganador a Rubén Núñez, aunque quizá habría que haberlos obligado a declarar en otra instancia tras conocer su fallo; que apropiado el término en este caso, fallo, de apellido garrafal. Mientras los poquitos aficionados que acudieron esta tarde a la plaza, mientras esquivaban a los decepcionados paisanos y vecinos de la terna, salían ordenadamente repitiendo como si fuera una cantinela que como esto sea lo que nos espera.

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