La Vane no ha podido disfrutar a pleno gozar, pero al menos ha visto a su Josemari |
Pero qué cuqui, tía, todo muy cuqui, en plan cuqui, tía. Que
además, tía, no ha llovido y Josemari no se ha mojado el traje, ni se han
manchado ni de barro, ni de nada, en plan nada, tía. Que no sabes lo guay que
era la peña, todos encantados con Josemari. Que bueno, que algunos, peña nada
cuqui y nada guay, se han chinado mazo porque decían que los tres toros de
antes eran chicos y que estaban inválidos. ¡Qué exagerados! Que bueno, que sí
que es verdad que se caían, que oye les costaba hasta andar, pero chica, se
esperan un poquito y a ver si se curan de eso que decían los picaos estos, ¿cómo
era? ¿Inválidos? Eso, inválidos. Pero no veas como se enfadaban cuando les
picaban con el palo, venga a tirar cornadas a las faldas del caballo. Pero
cuando salían los toreros con la tela roja, ¡pobres! Que no se sostenían en
pie. No eran cuquis, tía. Me han gustado más los tres del final, los del señor
Victoriano. Mucho mejor que los del señor Jandilla. Los del señor Victoriano
eran grandones, grandones, tía, mazo grandones, en plan grandones. Osá,
grandones, ¿sabes? Que uno, el cuarto de todos, el pobre parecía que se quedaba
dormido apoyado en las faldas. Luego vino uno detrás, en plan mole, pero mazo
mole, que ha tirado el caballo y todo, aunque a mí me ha parecido que el
caballo se ha echado solo. Y este, tía, en plan guay, tía, que no veas como iba
y venía cuándo le decía Josemari. Era el que más ganitas tenía de ir a por el
trapito rojo, que nunca me acuerdo bien cómo se llama ¿Muleta? Pero la muleta
tenía que ser para los inválidos, ¿no? Porque si es muleta para los inválidos,
¿cómo es para los que van y bien en plan que van y vienen? ¡Tía! Luego el
último no estaba para corretear demasiado, que casi no le dieron con el palo
largo, pero nada, tía, que nada de nada, osá, nada, tía. Y luego movía así
mucho los cuernos como queriendo coger el cielo y como si quisiera quitarse el
humo de la cabeza, la movía así mucho.
Que hoy los toreros eran tres, no como el señor del otro
día, que era uno solo, ¡qué aburrido solo uno! ¿No? Tía. El primero era un
señor que se llamaba Diego Urdiales, pero tía, si es que parecía que lo habían
llevado obligado. Que primero estaba allí, como si quisiera curar al toro, uno
de los que decían inválidos. Le dado muchas veces con la tela, pero nada, que
seguía inválido, osá, que no se podía mover. Que ni ha hecho por torear con la
capa rosa grande, todo con la muleta. Y al otro, él se ponía así, como muy
puesto, ¿sabes? Sin arrastrar la tela, siempre con cuidado de no arrastrarla,
imagino que para no mancharla, que luego la tierra se quita muy mal. Pero ha
estado tanto rato dale que dale, que, tía, casi me tomo el yintonis de un
trago.
Pero luego le tocaba a Josemari. ¡Tíaaaa! Me lo , me lo
como, me lo como. Y la gente to guay con él, si hasta había peña que el móvil
lo llevaba de su fábrica. Como se apellida Manzanares, le han puesto una
manzana al móvil. ¿Cuqui? Mazo, tía. Que majo y cuidadoso. Como en el primero
el pobre no se aguantaba casi en pie, pues ponía el trapo así, como atravesado
y sin tocar el suelo y hacía para que pasara, pero lejos, para no mancharse el
traje, que un señor muy amable me dijo que se llamaba terno. Con la tela, la
muleta, tuvo menos cuidado, que yo pensaba que en un enganchón con los cuernos
se la iba a romper y eso que él cada vez echaba a correr para separarse del
toro. ¡Qué agilidad! Que él se ponía así, apartado, pero tía, por si acaso, se
echaba una carrerita. Imagínate que se mancha el, ¿cómo era? ¡Ah! Terno. Que la
sangre sale mal, remal. Que así se echó a perder a mí una falda tableada que
era mi favo, tía. Luego, en el otro, el que más quería ir a por lo rojo, se
puso así muy derecho y no tenía que hacer nada, que el toro iba solo y no se
cansaba. Que eso, la muleta, debe pesar mazo, tía y por eso una vez se la
cambió de mano, para que descansara el brazo derecho, ¿no? Pero enseguida se la
volvió a cambiar, porque si no, el toro le rompe la… ¿muleta? Por ahí le
gustaba menos. Que Josemari le ponía la tela así, como de punta, para que fuera
detrás del pico y que diera la vuelta más grande. Pero yo sé por qué lo hacía,
tía, para no mancharse el terno. Terno, terno, terno, que palabra tan bonita.
Cuando vayamos de shopping nos vamos a comprar muchos ternos, tía. Pero sigo,
tía. Cuando le descansó la mano derecha siguió así estirando el brazo y
gastando solo el pico de la muleta. Y cuando acabó, hasta salió para despedirse
y todo. Que majo, ¿no?
Y había otro más, un chico que se llamaba paco Ureña, que el
pobre, parecía que no estaba muy inspirado, porque esto es arte y hay que estar
inspirado, ¿sabes? ¡Tía! Este empezó dando muchos pases con el capote, pero un
montón. El señor del terno me dijo que capotazos. Y luego, como era un
inválido, mazo flojeras, cogió la muleta. Oye, que se despegaba tanto como
Josemari, pero a la gente le gustaba más. Envidiosos. Que se ponía así como
lejos y con la tela para gastar solo el pico y así reservar el resto. Eso es
cuidado y mimo. En el otro, uno así, grandullón, parecía como si se cogiera sus
precauciones; como para no cogerlas, tía. Que él no se hacía con esas cornadas
que tiraba al aire, pero cualquiera. Que hoy no han salido ninguno a cuestas de
la peña, pero bueno, yo he estado cerca de mi Josemari, que hacía mucho que no
le veía, pero… ¡Ainsss! ¡Osá tíaaa! Me mola, me mola, mola, tía, en plan tía.
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