Ni una verónica salvadora nos ha podido sacar de esa histeria por estar en presencia de los ídolos |
Una fecha en que los astros se conjuntaron para que la tarde se convirtiera un hito histérico. Corrida Extraordinaria de la Beneficencia, la que en otros tiempos era la más importante del calendario, no por el nombre, ni tan siquiera porque acudía ekl rey, sino porque en ella se acartelaban los recientes triunfadores de la feria de San Isidro. Hoy en día no pasa de ser un día de domingueros claveleros, de postureo de todo menos elegante y de entradas regaladas para los fieles del gañote. Cartel de lujo, pero lujo de verdad, no de bisutería barata. Cartel con un ganado de máximas garantías para cualquiera que esté dispuesto a hacer el toreo moderno; del otro ni lo esperen, ni lo pidan, que no es posible con este ganado. Y los de luces, el rey del empaque en todo lo que no sea dentro del ruedo, calesas, puros, cafeses, cucuruchos de pipas y un exhaustivo conocimiento de los áridos y estabilidad de los suelos de las plazas. El rey del dominio, sobre todo de la escenificación, del momento y del respetable que tiene delante, a los que les da lo que piden, lo mismo un cachopo de dos palmos, que una tina llena de alubias con chopped cinco “Ch”, de chopped, pero sin llegar al jamón de bellota, que para un día que nos dejó una virutita con aromas de encina y dehesa, aún lo están recordando los los que lo vivieron. Y el tercero, otro rey, el del futuro, el que se empeñan en que vaya a ser, pero cuando parece que se va a encarrilar y empieza a entonar el “Nessum dorma” con voz aterciopelada, se arranca por “la cabra, la cabra la pu… la madre que la…” Y encima se pone flamenco.
Ganado de Alcurrucén, supuestamente procedencia Núñez, pero
que en algún caso habría hecho falta un notario que diera fe de ello, porque
les aseguro que no lo parecían, aunque la verdad, si el toro va, qué más da de
si es de buena familia, de familia de condes, marqueses o del guardes de la
finca. Que los animales tenían kilos, claro que sí, pero igual a más de uno era
lo que le sobraban, kilos y les faltaba trapío, aunque solo fuera para que
nadie dijera que estaban más que justitos. El primero, al que Morante recibió
con esos capotazos a manera de latigazos, como estuviera sujetando al mismísimo
Minotauro, en el caballo no había manera de que entrara. Quizá fue un anuncio
de lo que iba a ser cuando al picador se le cayó el palo de la mano al citar.
Ni se le picó, ni se le castigó, mientras se defendía corneando el peto. Ya en
la muleta parecía que el maestro no acababa de verlo claro, que si por aquí,
que si por allí, pero para qué darle más vueltas, ya con la espada de verdad
decidió abreviar, saliéndose mucho de la suerte. En su segundo, más capotazos
cimbreándose como si fuera un domador. Apenas se le picó y se le dejó suelto
por el ruedo, que total, tampoco se iba a escapar, ¿no? Y en estas que apareció
Morante, recibido entre aclamaciones con los primeros ayudados por abajo,
ninguno limpio, pero eso importaba poco, el arte es el arte y da igual como sea
si es “sentío”. Medios muletazos con la izquierda dejándosela tocar, sin
rematar y pegando el manivolazo al cuarto de muletazo. Con la derecha tiraba
del Alcurrucén con el pico de la muleta. Siempre fuera, adornos con la tela
hecha un burruño, pero la aclamación era general. Cómo se podía uno permitir el
lujo de volver al barrio y no contar que había visto el jarte del de la Puebla.
Pues vamos con todo. Muletazos en línea, sin rematar nunca, pero allí la gente
se emocionaba, que es el fin último de la actual tauromaquia. Si uno hace arte
y el otro se emociona, no hay más que hablar. Y hala, ya hemos visto a Morante
cortar una oreja. Pues que sea para bien y a ver si la próxima vez caen dos,
con toreo de verdad, con toreo profundo y con mando.
Quizá recuerden que un día de esta misma feria alabamos al
Juli una tarde, ¿recuerdan? Pues quédense con ese recuerdo, que será mucho
mejor que quedarse con lo de esta tarde histérica; y eso que el público estaba
que se los quería comer. A su primero no se le picó y lo poco que estuvo en el
peto fue echando la cara arriba. Pero tampoco le hagamos mucho caso a esto,
¿no? Porque tal y como parece, lo importante es la muleta y fuera historias de
lidia, tercios, caballo y demás trámites, que solo valen para saborear el
yintonis. Trapazos acelerados por ambos pitones, siguiendo con la zurda con
enganchones, carreras y más carreras, aquí viene, me paro y se lo pego según
voy. Trallazos tirando del pico, enganchones, venga carreras y bastó uno de
pecho tropezado para que se desatara la locura en esta tarde histérica. Le
desarmaba el toro y la ovación era clamorosa, concluyendo con muletazos citando
dándole la espalda, muy fuera y muy vulgar. Y como uno es como es, pinchó en
esa suerte que Joaquín Monfil, maestro de aficionados, bautizó como el julipié.
Cito, echo a correr para afuera y cuando me parece estiro el brazo y dónde
caiga la espada ha caído. El mal uso de esta suerte al julipié nos evitó un
despojo y la vergüenza de ese éxtasis despojero que se respiraba esta tarde y
todas las tardes en la plaza de Madrid. El quinto le salió corretón, pero
enseguida se paró. Se durmió en el peto, donde no se le dio ni las buenas tardes.
Empezó con la pañosa despacito, por abajo, para continuar pegando pases y más
pases a la velocidad del toro, que andaba muy justito de aliento, pero El Juli
no estaba dispuesto a agotarle y mucho menos a agotarle sometiéndole. Muletazos
desde fuera, en línea, cambiando de mano a cada serie, sin exigirle lo más
mínimo. Pases y más pases y quizá por los repetidos fallos al julipié, cinco,
el respetable sintió cierto pudor y no sacó los pañuelos al viento, pero ya
digo, porque les dio cosas.
Y cerraba esa gran esperanza que es Ginés Marín, que al
menos recibió a su primero de forma aseada a la verónica. A ver si este iba a
ser. Pero no, inmediatamente se vio como dejaba corretear al toro por el ruedo.
Mucho capotazo, aunque al menos llevó al toro al caballo, donde peleó en la
primera vara solo por un pitón y en la segunda se fue suelto. Inició el trasteo
con cierto gusto, por abajo, con un cambio de mano aceptable, para ya de pie continuar
por ambos pitones, pero hasta aquí, a partir de este momento ya nos cayó un
chaparrón de modernidad difícil de digerir, pico, tirones, enganchones,
banderazos, toreo en línea, encimista, muy fuera, rematando con banderazos de
pecho. Muy mal con la espada, sablazo en mitad del lomo, con el que lo mejor
habría sido que no se adornara. Su segundo ya dejó clara su condición, buscaba
la salida detrás de las tablas, muy suelto, no quería ni capotes ni a los que
los sujetaban. Derrotando mucho en el caballo, donde al menos se le pudo castigar.
Embestía a arreones y siempre queriéndose marchar en dirección a toriles. Marín
se fue a toriles a querer arrancarle muletazos, muletazos con ventaja, pero en
el terreno del toro. Quizá habrían bastado un par de series más, pero el espada
se empeñó en seguir y seguir y seguir, cada vez más vulgar y con menos sentido,
con un toro que solo quería escapar, que huyó de toriles por el ruedo hasta
llegar al diez y para terminar de nuevo en toriles. Y Ginés Marín empeñado en
sumar trapazos y más trapazos, pesadísimo, vulgar y pretendiendo que se
jalearan cosas que quizá gustan más en otras plazas. Cobró una casi entera
caída y empeñado en no tirar de verduguillo, nos regaló un espectáculo a evitar
a todas luces, con el toro agonizando y él poniendo poses adornándose,
regalando unas magníficas imágenes para que los antis las utilicen y manipulen
con ellas lo que quieren hacer creer que es la fiesta de los toros. Y
afortunadamente aquí acabó lo que parecía que iba a ser eterno, lo que nunca
iba a tener fin, pero sería que el rey tenía prisa, que se terminó, gracias al
cielo, una tarde histérica para la histeria de la tauromaquia.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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