domingo, 4 de septiembre de 2022

Concurso, concurso, el Pasapalabra

Queríamos ver buenos tercios de varas, lidias, pero na de na. Un señor que solo pedía al de aúpa que levantara el palo, pero ni ese gusto le quisieron dar. Todo quedó desierto.


La ilusión que hacía hace años una concurso, pero el paso del tiempo y quizá la nula selección de los ejemplares a lidiar, que más bien parecen reses que se quedan descolgadas y sin poder encajar en ninguna corrida. Pero si encima añadimos a esto lo de “novillada concurso”, entonces es posible que a algunos nos estalle la cabeza, sobre todo si pensamos que las concurso requieren un bagaje determinado, conocimiento de la lidia y del toro. Pues nada, con cogemos tres chavales, de los cuales incluso uno se presentaba en Madrid, les anunciamos para esta cosa rara y ya tenemos montado el esperpento, que como tal, como esperpento, no ha defraudado a nadie; otra cosa es si lo vemos como una corrida especial y de características muy determinadas, en lo que lo principal es el lucimiento del toro, hasta más allá de lo que debería ser habitual. Pues nada, novillada concurso y novilleros que… vamos, como si en un juicio por un crimen de los gordos ponemos a estudiantes de segundo de Derecho. No lo quiero ni pensar.

Y ahí que han ido Rubén Fernández, Alejandro Adame y Fernando Plaza a ver si se llevaban el bote del concurso y nada, Pasapalabra Pasapalabra, Pasapalabra… Si ni poner el toro al caballo, que sabían que era una delas preguntas que les caían seguro, pero nada, los que en contadas ocasiones han puesto el toro en suerte han sido los peones. Igual es que ya habían estado en el concurso y se lo sabían de otras veces. Que mira que se lo tenían dicho a los tres, que son tres entradas al caballo, pues nada, hasta pedían el cambio con dos entradas, que no me atrevo a llamarles puyazos, porque tampoco nos vamos a poner ahora a contar mentiras y hacerles creer a ustedes lo que no ha sido. El primero de los Bayones mostraba una invalidez más que manifiesta, pero ni el usía, ni el propio espada y algún despistado más repararon en ello. Eso sí, ya se encargó Rubén Fernández de descalificarlo al pedir el cambio en el segundo puyazo. Hala, fuera del concurso. El segundo, de Alejandro Vázquez, parecía plantar batalla en el caballo, aunque sin humillar, pero ya en la segunda vara apenas ni llegó a cumplir y en la tercera se limitó a topar contra el peto. En la muleta sí que iba y venía, sin sometimiento, pero se movía. Influyó para mal el que su matador, Alejandro Adame, le dejara tocar demasiado la tela. El de Montealto, que fue bien al caballo dándole distancia, pero apenas tuvo opción de poder demostrar más que algún derrote cuando le levantaron el palo, pues apenas se le señalaron las tres varas. Hay que destacar la buena labor de Blas Márquez para dejar el toro en suerte. Pero lo que no se vio en el peto se vio con los palos, de los que se dolió sin pudor alguno. Si alguna opción podía tener para el último tercio, Fernando Plaza se ocupó de desbaratarla. El animal parecía querer ir, incluso venirse arriba, no mucho, pero si lo suficiente para que el espada no saliera del embarullamiento en el que cayó en su idea de dar pases y más pases. Hacía cuarto uno de Brazuelas, que ya buscaba las tablas desde el inicio. Muy corretón, siguió suelto en el caballo, donde pegaba un cabezazo y salía de najas. Tampoco parecía que se le fuera a picar con tanto fallo con la vara y en la tercera, bien colocado por Andrés Revuelta, le cogieron en buen sitio, pero se marchó de inmediato. En la muleta la verdad es que tampoco tenía nada, pero Rubén Fernández se ocupó de que pudiera dar menos. El de Quintas, un aparejado, rara avis en la actualidad, nos podía hacer recordar aquellas fotos de toros de comienzos del XX. Pero si acaso la estampa y ya. No quería caballo y a la mínima ya estaba o tirando derrotes o queriéndose marchar. Que él no estaba para concursos, ni mucho menos para premios, ni tan siquiera para clasificarse para la siguiente fase. Es verdad que desde el primer muletazo Adame le atosigó, ahogándole cualquier posibilidad de embestida, pero tampoco es que tuviera el animal mucha idea de tomar el engaño. Eso só, el azteca pareció ver allí una alimaña y nada más lejos. Iba a cerrar uno de Pablo Mayoral, con una bella estampa, pero empezó haciendo extraños con la pata izquierda y acabó rebozado por el suelo, por lo que tuvo que ser devuelto, para que saliera uno de Rekagorri que quería poco caballo, estando más pendiente de si alguien le invitaba a salir de debajo del peto. Y como solo se le dieron dos puyazos, otro que quedaba fuera del concurso. Mostraba querencia hacia las tablas, entraba con aspereza y hasta se puso pegajosito, sin que Fernando Plaza supiera meterlo en cintura. El toro iba a su aire y ya fuera por la incertidumbre que ofrecía el propio toro o por la falta de pericia evidente del espada, hacía que la faena transcurriera en un cierto ambiente de inquietud.

En cuanto a los espadas, pues poco que decir y bueno, pues nada, nada bueno. Rubén Fernández sin recursos, sin saber cuál era su sitio en el ruedo en una lidia ordenada, incapaz de dar un muletazo limpio, siempre bailando y mal, muy mal con los aceros; pinchazos, innumerables descabellos y encima se permitía el lujo de alargar innecesariamente el trasteo del cuarto, hasta tener que oír dos avisos. Alejandro Adame sufrió el engaño de los paisanos y vecinos, que le jalearon la vulgaridad y la trampa, ignorando un primer bajonazo que le descalificaba para cualquier concurso de todo, ni el Pasaconelpico, ni Saber y trapacear, ni el 1, 2, 3, descabella otra vez. Pero él, que es muy descarado, se dio una vueltecita al ruedo entre las protestas del personal. ¿Qué más da? Si yo lo valgo. Si lo valdrá, que hasta entró en quites cuando no le tocaba, pero eso daba lo mismo. A su segundo le convirtió en un imposible mayor de lo que podía ser, con un encimismo injustificado, más bajonazos de esos que te lleven los civiles, y golpes de verduguillo atornillados, a ver si así … Pero oiga, que aún hubo una familia, muy cariñosa ella, dispuesta a batir palmas en su honor y a encararse con quién no las imitara y a estos, lo más apropiado parecía ser el mostrarles el dedo corazón, el del medio, así levantado o doblar el bracito de señorita delicada con el impulso del otro brazo. ¡Qué monas! No me digan que no. Y el tercero, Fernando Plaza, quizá fue el más discreto, que incluso medio condujo a su primero en los comienzos de faena del tercero, pero ya no hubo más, pico, embarullado, vulgarote, con mucho enganchón. Al sexto le hizo el caso justo, no se asentó nunca con él, ni siquiera daba sensación de poder defenderse de la incertidumbre del toro. Al menos habrá que agradecerle que no masacrara a sus novillos con la espada, incluso con una rinconera y otra trasera. Y se suponía que al final habría premio, ¿no? O el bote, o lo que dieran esta semana o volver la que viene, pero nada de nada. Que no es que no se repartieran despojos, que no, es que ni un ¡Qué guapo eres!, ni el complementario, ni el reintegro. Vaya chasco de concursos y es que para concurso, concurso, el Pasapalabra.

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