lunes, 17 de mayo de 2010

Un domingo de agosto en mayo




Con un cartel que por los nombres que se anunciaban parecía más del mes de agosto, que del mes de mayo, probablemente nunca se habrían imaginado los Gabriel Picazo, Emilio de Justo e Israel Lancho que harían el paseíllo en Madrid con la plaza casi llena y con unos torillos como los de los Bayones y el remiendo de José Luis Pereda. Y más después del corridón del día anterior con esos figurones que cortan la respiración y a los que conocen e idolatran hasta los ermitaños del Tibet. Aunque estos mandones del toreo se lo pusieron muy fácil a cualquiera que viniera después en la feria.

Como ya he dicho, tocaban torillos, de los Bayones, lo que nadie esperaba era el peligro que desarrollaron por momentos y las dificultades que ofrecieron, ni las facilidades que presentaron algunos de ellos. Aunque en líneas generales fueron mansos, sin fuerzas y descastados, echando la cara arriba en el caballo y sin entregarse nunca, pero también los hubo que permitieron ser toreados, aunque sin confiarse, en esta corrida sin caballos, o con caballos que se daban la vuelta al ruedo y se marchaban con las mismas casi sin tan siquiera haber regañado al toro o haberle propinado un cachete.

Gabriel Picazo parecía apuntar buenas intenciones y sin estar bien, tampoco era para tirarlo al Manzanares, por lo menos consiguió que se le esperara y se viera que podía dar de si. No ponía la muleta plana, pero tampoco renunciaba al pico, estaba en el filo del toreo entre la verdad y la vulgaridad. Pero la fuerza del lado oscuro es grande y acabó decantándose por esta última, dando toda una exhibición de vulgaridad y toreo de plaza de talanqueras. Cantidad de pases en los que no toreaba, sólo acompañaba la embestida, siguiendo al toro por toda la plaza hasta que este le guió hasta la puerta de toriles.

Emilio de Justo hizo lo mejor y lo peor. Salió muy dispuesto y en el primero de Picazo no regaló un bonito quite por chicuelinas, toreando al de los Bayones, dándole el capote, no sólo la puntita y sin prisas. Pero en su primero la cosa cambió y no dudó en emplear el pico con descaro, en estirar el brazo y en despedir al toro en cada lance, lo que le obligaba a tener que colocarse a la carrera para el siguiente pase, lo que casi le cuesta un disgusto cuando se tropezó a mitad de carrera y cayó al suelo a merced del toro. Siguiendo los usos de la modernidad alargó la faena innecesariamente hasta recibir el primer aviso antes de que se pensara lo de entrar a matar. Y ahí empezó su calvario. Seis pinchazos y suena el segundo aviso. Ni bajaba la mano izquierda, ni metía la derecha, ni el corazón le empujaba hacia el morrillo; seis pinchazos más, varios descabellos y el toro al corral. Eso que muchos clásicos decían de “gracias a Dios, nunca me echaron un toro al corral”, en parte con orgullo y en parte con alivio, pues eso ya no lo podrá decir Emilio de Justo. En una tarde tan importante para él, en Madrid, en San Isidro y con la plaza “abarrota” pega el mayor petardo de su vida. En el quinto quiso redimir su culpa y entregar su alma al público, pero la presión de lo ocurrido, las prisas y que el toro tenía sus cosas, que él se empeñó en acrecentar dejándose enganchar la muleta constantemente, no le dejaron lavar su imagen. Eso sí, esta vez no se durmió en el pegapasismo y no hubo que decirle que a matar, porque ya se había ocupado él de coger la espada y dejar una estocada entera, traserilla, que con un descabello valió para no pasar penas.

Israel Lancho volvía a Madrid después de aquella espeluznante cogida de hace un año, pero 365 días después no ha mostrado demasiada mejoría en su toreo. Ni con el capote, ni con la muleta. Y no es que tenga más o menos arte, técnica o clase, es que está a merced del toro. Las ganas las derrocha, pero carece de recursos para poder a un toro y si este además tiene dificultades, como fue el caso del sexto, que recortaba por ambos pitones, muy especialmente por el izquierdo, y que no paraba de echar la cara arriba, pues ahí se pierde. La corrida le sirvió para agradecer en forma de brindis las preocupaciones de todo el mundo hace un año, pero nada más.

Tarde en la que se lucieron en distintos momentos los subalternos como Vicente Herrera o Lipi en banderillas, Domingo Navarro haciendo un quite muy oportuno o Guillermo Marín cuando cogió bien al último de la tarde, picándole adelantado. Y resultó que le día después de las figuras ofreció más seriedad y dignidad en los actuantes y que sin ser una tarde ni tan siquiera regular, ofreció más que el día del patrón.

2 comentarios:

I. J. del Pino dijo...

La de ayer me la perdí, Don Enrique, así que gracias por la crónica. Da gusto leer a alguien que cuenta lo que ve, y si además es entretenido, mejor que mejor.
Lo de "Don" se lo ha ganado a pulso estos días de feria.
(Es que hoy estoy jabonero)

Enrique Martín dijo...

Don I. J. del Pino:
Gracias por depositar esa confianza en mi escrito y si además entretiene, pues mejor que mejor.
Lo del Don, es como dicen, "hoy por ti, mañana por mí". Y que bien viene un poco de buen humor y lo bien que sienta.
Un saludo más jabonero aún.