martes, 26 de mayo de 2009

Lo que se complican las cosas con la casta

Eso debieron pensar los tres novilleros cuando se vieron delante de los de Guadaira. O quizás ni eso, igual pensaban que había una fuerza maligna que había abducido a los novillos para fastidiarles a ellos y no dejarles salir por la Puerta Grande o ni tan siquiera cortar una oreja, una mísera oreja. Pero que nadie se piense que era una corrida dura, dura, que va. Eran unos novillos con casta, y eso es algo que los jóvenes maestros no saben lo que es, pero vamos, ni de lejos. Y les pasa como les ha pasado, que a la mínima dificultad se vienen abajo o deambulan desorientados por el ruedo o como si nada, se ponen a dar pases como hacen habitualmente. Pues no, hay que torear y no dar solo pases.

Sí es verdad que los hubo que tenían sus complicaciones, pero no ninguna que no se pudiera ir arreglando a lo largo de la lidia. Pero si cuando sale el toro nadie es capaz de pararlo, de fijarlo en los capotes y además se le pegan cuatro mil capotazos, pues el toro encastado lo acaba acusando. Eso fue lo que le pasó a Francisco Pajares, quien además agravió la situación con sus dudas y desconfianza, con los continuos cambios de terrenos y con la falta de temple, permitiendo que le tocara la muleta en casi todos los pases. Si juntamos todo esto, lo removemos, lo metemos al horno y lo servimos frío, el resultado es que el toro te levanta, con evidente peligro en el segundo, cuando se tiro a matar detrás de la espada, como si sólo viera morrillo. No tuvo una buena actuación, pero esa forma de entrar a matar por lo menos demuestra vergüenza torera y ganas de ser alguien, aunque antes tenga que aprender los fundamentos más básicos de la lidia.

Algo parecido pero con otro estilo, es el caso de Juan Carlos Rey, que no es capaz de poder al novillo que le sale pegajosito, ni de mandar, ni de templar. Ausente de la lidia cuando le sale un novillo corretón, como su segundo e incapaz de torear de otra manera que no sea con el pico de la muleta y a base de tirones.

Y el tercero, esperado por muchos por la cantidad de éxitos obtenidos por esos mundos de Dios, era Pablo Lechuga, que se llevó uno de los sustos de la tarde, cuando le cogió el novillo y le hizo dar la vuelta en el aire, como si él fuera las aspas de un molino. Pero como todos los chicos modernos, no duda en meter el pico y liarse a pegar trapazos como si fueran hondos muletazos. Eso fue en su primero, en su segundo tuvo bastante suerte y explico porque. En este segundo, a pesar de tener la vista de hacerle ir por tres veces al caballo, era un toro al que había que poderle, tenía mucho que torear, pero Lechuga no le toreó, y la suerte fue que tal y como estaba el animal, tocándole constantemente la muleta y cabeceando aquí y allá, logró salir indemne del envite. Como se suele decir, no pudo con él. Pero que no desesperen, seguro que mañana, pasado o al otro, les sale un torito tonto al que hacerle sus cucamonas de siempre y cortan un montón de orejas y la gente les dice ¡ole torero! O quizás la gente se canse, dejen de ir a verlos como figurones de la tauromaquia y acaben de cajeros en la sucursal del banco su barrio, y es que la vida... es así.

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