sábado, 10 de junio de 2017

No es bueno mezclar, sienta mal


Hay cosas que no se pueden ocultar ni con una gran polvareda

Anda que no habré escuchado veces eso de que mezclar no es bueno, que mezclar no es bueno, que… Pues don Adolfo Martín parece que no le quiere hacer caso a la sabiduría popular y se empeñó en mezclar la casta con lo comercial, para ver si el sabor tomaba un poco de dulzor y así vender más combinados, pero que será por la Coca Cola, por los hielos o por la selección, que el resultado es anodino, sin gracia y después de toda una feria, después de un mes yendo a la plaza, la gente ya no está para un toro que parece toro, que no se mueve como un toro, que no sabe a toro y que no recuerda a un toro, si acaso al calimocho de mezclar vacas suizas con un morucho desbravado. ¡Hay que ver! Con la fe que mucho aficionado tiene a este hierro y se encuentra con un encierro descastado con tintes de buey para carne.

Con este material, la verdad es que poco se puede decir de los matadores, Antonio Ferrera, Juan Bautista y Manuel Escribano, porque a cualquier crítica pueden contestar con un argumento irrefutable: es que yo venía a matar una corrida de toro. ¿Y qué les dices a eso? Pues que es verdad. De poco sirve contar que Ferrera intentara alargar el viaje por abajo a su primero, en los lances iniciales de capote. No demasiada pelea en el caballo, dónde hasta mostró cierta fijeza. Luego vinieron las banderillas de Ferrera y Escribano; un número que ya no entusiasma demasiado. Ya en la muleta, a lo más que se llegaba era a muletazos de uno en uno, no pudiendo evitar que antes de la salida ya levantara la gaita como buscando la noria. Lo que sí es de agradecer es que Ferrera no se pusiera exagerado en las poses, aunque para pegar un espadazo trasero, para eso es tirarse recto o no, poco tiene que ver el mueble que tenga delante. Al cuarto costaba darle un capotazo, él andaba pendiente de ver por dónde quedaba la salida. En el primer puyazo el animal echó la cara arriba y mandó por los suelos al pica, que se encontraba sin casi ningún auxilio de un capote. Una segunda vara desde más lejos, y el pica, que se agarró bien, no pudo contener ese impulso de zurrar al que te tira. Con el toro muy cerrado, costaba saber por dónde meterle mano a aquello, que se marchó tranquilamente a toriles. Se iba del engaño a cada muletazo y Ferrera al menos consiguió una tanda. Todo el tiempo muy aquerenciado en tablas, lo que dificultaba cualquier intento de sacarle algo, además de esos ademanes de mulo. Quizá el extremeño pecó de alargar demasiado su labor, lo que pudo costarle un disgusto, pues a punto estuvo de sonarle el tercer aviso y, francamente, que te echen un animal de estos al corral habría sido para darse de cabezazos.

Luego vino lo de Juan Bautista, que a veces no se sabe muy bien si quiere no estar a mal con su compatriota empresario de Madrid, alargando faenas innecesariamente, o que por dónde va es por el “no quieres caldo, toma tres tazas”. Que ya sería curioso que utilizara su toreo como herramienta de tortura. Su primero, a punto estuvo de derribar al caballo, al que levantó hasta el ¡ay!, porque lo siguiente sería el ¡ay, ay, ay! Pero del picador. Después de eso, ni presentó pelea, ni tampoco le castigaron. Un segundo puyazo andandito, le dieron lo suyo y no opuso la más mínima resistencia. Fue al comienzo de la faena cuándo el animalito hasta dio la impresión de que iba a ir, pero fue un espejismo que se diluyó entre el toreo con el pico y los enganchones y con un cambio de pitón que acabó con cualquier tipo de especulación, ahí la sosería de toro y torero rebosaba por los bordes. Al quinto le dejó Juan Bautista que se pegara las carreras que le parecieran bien, fue al caballo para que no le picaran, a lo que el de Adolfo respondió con un “vamos a ser amigos”. El público protestaba por una eminente falta de fuerzas, pero no se cayó ni una vez, esto llegó en el momento en que se hizo intención de bajarle un dedito la mano. Y para justificarse él, al presidente y al Sumsum Corda, se puso s hacer que daba pases, dejando que pasar y pasara el tiempo, provocando la desesperación y enfado de la concurrencia. Igual es que el galo quería hacerse con un puesto en la novillada de triunfadores de la semana próxima.

Cerraba Manuel Escribano, que se fue de primeras a recoger al suyo a portagayola. Muy suelto en los primeros compases así acudió al caballo, dónde peleó con fijeza, lo contrario de lo ocurrido en la segunda vara, dónde ahí ya dimitió de toro encastado y de todo lo que se le pudiera parecer. Más banderillas de los matadores, lo que seguía sin despertar el entusiasmo del personal. Y para el último tercio ya estaba el toro parado del todo. Toreo moderno, escondiendo la pierna de salida, lo que en un momento le pudo costar un susto, pues por ese hueco se quería colar. Muy, muy parado y con Escribano tan parado como él. El sexto hasta parecía que de salida iba a tener un poquito más de brío que sus hermanos, hasta iba lejos si le alargaban los brazos. Le costó al matador quitárselo de encima para que entrara al caballo, dónde le administraron cierto castigo y hasta se vislumbró un querer meter los riñones, pero ya saben, poco dura la alegría en casa del pobre. Faena iniciado al abrigo de las tablas, para proseguir sacándoselo fuera, pareciendo que hasta iba a humillar. Con la muleta en la zocata, Escribano largaba tela, sin llevar al toro y sin rematar, muy cerca, por ambos pitones, acabó atosigando al animal, que por otro lado tampoco tenía un cortijo en cada pitón. Por no tener, no tenía ni el pago de una letra de la finca. Y así se fue el respetable, con la sensación de haber pasado allí años y solo fueron un par de horas, pero es que cuándo los combinados no cuajan, se convierten en un brebaje imbebible y así pasó que la corrida de Adolfo Martín fue cabezona, con lo mal que se pasa después y es que no es bueno mezclar, sienta mal.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enrique, como bien dices, lo que vimos en el ruedo no era una corrida de toros. El primer requisito que debe tener una corrida de toros es movilidad. Esa movilidad es la que hace que la faena tome vuelo, bien sea con el bravo, el codicioso, la alimaña, el manso, el noble, etc. Lo contrario al toro con movilidad es el toro soso y eso es lo que vimos ayer. En una palabra, toros vagos. Vamos a ver cómo reacciona la empresa a este tipo de fracasos. Yo, desde luego, le ponía al ganadero un par de años en el banquillo. Y así con todos los fracasos ganaderos.

Lo único destacable son las ganas y el oficio que puso Ferrera en algunos momentos del quinto, a pesar de que el toro casi da la vuelta al ruedo. Mi único reproche es que no nos dejara ver en banderillas a Montoliu, no sea que le robe los aplausos.

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

J. Carlos:
La empresa reaccionará atacando a los "toristas" y queriendo evidenciar que lo bueno es lo comercial. Estaría bien que no asomaran muchas ganaderías por aquí en un tiempecito.
Un abrazo