Si sale el toro, todo se revoluciona |
Lo que a priori era casi una tarde de relleno, una tarde de
transición, lo que se vio reflejado en la escasa asistencia a la plaza, se
acabó convirtiendo en un ejemplo de lo que puede ser la fiesta de los toros, de
esta fiesta que vivimos en la actualidad. Sale el toro, con sus cosas, con sus
maneras, cada uno con sus comportamientos y tres señores que se empeñan en
aplicarles la misma receta que a todos, beber mucha agua y paracetamol y si lo
que piden es distancia y mano firme, gárgaras de agua con sal y bicarbonato.
Se anunciaban con estos de Rehuelga, Fernando Robleño,
Alberto Aguilar y Pérez Mota y quizá se anunciaran estos tres espadas, porque a
otros no les veremos en la vida con este ganado. Pero cómo diría aquel, con
estos bueyes hay que arar. El primero no era del hierro titular y salió para
Robleño uno de San Martín, gesto que es de agradecer que al menos se respetara
la procedencia del sustituido. Ya en los primeros capotazos ni amagaba con
meter la cabeza. En la primera vara, aparte de picarle traserísimo, el animal
echaba mucho la cara arriba, un defecto que ya traía de casa y que el pica no
hizo por apaciguar, que otra cosa es que lo pudiera haber conseguido. Tanto le
picaba el palo, que hasta parecía que el darle la vuelta al caballo era para
alejarse de semejante instrumento del demonio. Robleño quiso comenzar por abajo
y el toro se vino al suelo, luego muchas carreras para recuperar el sitio,
pico, cites desde fuera y el animal sin meter la cabeza. Quizá el espada se
puso demasiado pesado, pues con prendas como este, lo único que se podría
llevar es que le levantara y la verdad, no merecía lo más mínimo la pena. Su
segundo, ya de Rehuelga, salió muy parado y perdiendo las manos. Fue al caballo
al paso, para empujar solo por el pitón derecho, mientras el de arriba se
empleaba a gusto, tapándole la salida. Un segundo puyazo desde lejos,
frenándose antes de llegar al peto, para a continuación seguir en la pelea y
seguir recibiendo castigo. Presto en banderillas y haciendo hilo con los
rehileteros. El toro iba bien por ambos pitones, exigiendo en cada embestida un
torero que le mandara y dominara y que le hiciera saber quién marcaba el
camino, pero ese no fue Robleño, que se perdió en trapazos y más trapazos, muy
ratonero, mal colocado, estirando el brazo exageradamente y sin tener nunca en
cuenta las condiciones del toro y lo que este demandaba, concluyendo su
presencia con un infame bajonazo.
Alberto Aguilar supo en seguida cómo venía la tarde. A su
primero no fue nada más que darle unos capotazos desmarañados y atropellados
para tener que darse la vuelta y ceder terreno hacia las afueras. Sin cuidar la
colocación en el caballo, se le picó muy trasero, mientras el toro empujaba
contra el peto. Le levantaron el palo, pero él seguía encelado en la guata. Si
ya perdió una vez las manos en el primer encuentro, en el segundo puyazo volvió
a caerse al topar con el penco, para continuar echando la cara arriba, sobre
todo por lado izquierdo. Tras un mal segundo tercio, Aguilar comenzó citando de
lejos, aguantando, pero atravesando mucho la muleta y echándose fuera al toro.
Muletazos con el pico de la muleta, sin mando y obligado a recuperar el sitio a
cada momento; uno de pecho estimable, pero que sabía a poco. Se limitaba a
estar ahí, por uno u otro pitón, pero sin poder, mientras que el toro se le
comía, se iba haciendo el amo, hasta que las fuerzas le hicieron pararse, lo
que aprovechó el espada para seguir con lo suyo y que al menos pasara el
tiempo. Pero el verdadero calvario vendría en el quinto, un torazo, como casi
toda la corrida, largo y grandón, que como en el anterior, le hizo darse la
vuelta de inmediato. Lo pusieron de lejos al caballo y se arrancó bien, pronto,
para recibir un puyazo trasero, tapándole la salida, sin que se empleara
demasiado el animal. Una segunda vez, bien puesto, en que se volvió a arrancar
con ganas, de nuevo para recibir un puyazo, tapándole la salida. Aquí ya
pareció reaccionar el de Rehuelga y se empleó más a fondo. Y un tercer puyazo,
lo cual hay que agradecérselo a Aguilar, de lejos, con alegría, para que solo
se señalara el puyazo en buen sitio, no hacía falta más. Ya en banderillas
empezó a confirmar que pedía distancia y así pareció entenderlo el espada, que
en la primera tanda así le citó por el derecho, solo acompañando el viaje. En
un derrote seco le llegó al muslo a Alberto Aguilar, que más tarde hubo de
pasar a la enfermería. Pudo proseguir la
faena, pero esa de las distancias ya era agua pasada, era lo que pedía el toro,
pero no lo que el matador estaba dispuesto a darle. Ya muy encima, ahí el de
Rehuelga iba peor, y le soltaron la retahíla habitual de trapazos y más
trapazos, dejándose ir a un buen toro, al que despachó de un bajonazo. Se le
dio la vuelta al ruedo, aunque si se le hubiera dejado ver en la muleta, es
posible que la cosa hubiera sido mucho más rotunda, pero a veces las cosas
vienen como vienen y el mérito no es darle la lidia que pedía el toro, sino
estar ahí. Pues bien, ahí estuvo.
Desde el inicio parecía que el tercero tomaba el capote de
Pérez Mota, fue bien de lejos al caballo, desde bastante lejos y con alegría,
para recibir un puyazo trasero, tapándole: en la segunda vara lo dejaron más
cerca, pero también se arrancó de buena forma, aunque peor que en el primer
envite. No se le dio demasiado, mientras el cabeceo hacía sonar el estribo.
Quizá habría estado bien un tercer puyazo, pero no lo consideró oportuno el
matador. Ya con la muleta el toro entraba despacito y Pérez Mota se limitaba a
acompañar el viaje, pasándoselo a una distancia más que prudencial. Cambió al
pitón izquierdo, para comprobar como tomaba bien la muleta si se le corría bien
la mano. Incluso ya avanzada la faena, el toro iba bien de lejos, pero el
torero traía ya una idea de faena y parecía que no estaba dispuesto a
cambiarla. Le salió otro torazo en último lugar, que en el caballo, aún yendo
de lejos, cabeceó en el peto y no humilló y en la segunda vara, también desde
lejos, solo se le señaló el puyazo. Si ya anteriormente se habría esperado un
tercer puyazo, en este caso con más razón, a ver si así se aclaraban las
posibles dudas. Hubo quién vio a este que cerraba plaza como un mejor toro que
el anterior, que tuvo un mejor comportamiento en el caballo, a lo que quizá
ayudó el que tomaba mejor la muleta, por momentos parecía que se toreaba solo,
llegando a dar la sensación de que se comía a Pérez Mota, que desplegó un toreo
al uso con pases y más pases, sin colocarse en su sitio, sin mando y dejando
que el toro se le fuera yendo sin torear. Que en esta ocasión han sido estos
tres toreros, pero es que es posible que con otros nombres el resultado hubiera
sido muy similar, porque eso del dar pases y no torear es algo tan extendido.
Pero ya ven sale el toro y parece como si se pusiera a tararear aquella
cancioncilla de los sesenta: si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería.
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