Otros no tan artistas, ni tan amanerados, ni tan sublimes, sí vieron cómo se les entregaba Madrid |
Bueno, pues Madrid ya casi desapareció, se adueñaron de sus
piedras las huestes transeúntes que pisan el verde, arrancan las flores de tus
jardines y arramblan con la casa común y con el ser que aún diferente, único e
incomprensible para tantos la hacía ser codiciada y deseada, aunque fuera a la
fuerza, porque era el deseo de los muchos, que arrasaron con la entrega y el
verdadero amor de los pocos. Los triunfos en Madrid, ya fuera junto a la Puerta
de Alcalá, en Goya o en las Ventas, eran los más deseados y los más grandes,
porque los logrados con la aprobación de aquellos díscolos, pero fieles; duros,
pero entregados; incomprensibles, pero diáfanos, eran los que mejor sabían, los
más dulces y los más sabrosos, los que hacían engallarse a los héroes. La
conquista conllevaba entrega sin reparos, no el tomarla como los piratas se
hacían con sus botines a la fuerza, porque ellos eran más y despiadados; no les
importaba lo que dejaban atrás, solo las joyas y los cofres rebosantes de
ducados de un reino ajeno al que despreciaban. Y esa es la sensación que me
queda, que quienes desprecian la plaza de Madrid corren a llevarse el botín de
un triunfo, sin preocuparles si es merecido, honesto con la fiesta o si es
gracias a que las hordas de piratas superan en número a los que solo a aman una
cosa más que a la plaza de Madrid, a la fiesta de los toros.
Que ya llevábamos tiempo cocinando triunfos y puertas
grandes es algo que no se le escapa a nadie, quizá solo faltaba saber los
nombres. Ya nos anunciaron que se llegarían a las quince puertas grandes, como
si eso fuera lo importante para el aficionado, aunque sí para los piratas de
los Siete Mares. Los caballeros querrían conseguir el amor incondicional de su
amada, estos solo poseer el cuerpo de quién desprecian, quizá porque no llegan
a tener la capacidad de entenderla. Nos habían anunciado un encierro de
Garcigrande y Domingo Hernández, pero al final nada se ha sabido de lo primero
y ha salido al completo de lo segundo. Ponemos dos y así a ver si entre dos
hierros juntamos seis para Madrid. Ya ven, si hubiera sido solo de Garcigrande,
el señor empresario se habría visto obligado a devolver la mosca al que lo
hubiera solicitado, pero con estas trampas, al final no ha pasado nada. Nos
quedamos solo con lo de Domingo Hernández. Y lo que es la vida, no hay tarde
que no nos cuenten, incluso exmatadores de toros, y digo ex, porque creo que lo
dejaron de ser hace mucho tiempo y no precisamente cuándo se cortaron la
coleta, que los toros grandes son un imposible inaceptable a desterrar de
nuestra fiesta, salvo si al ganadero parte del sistema le conviene, claro. Pero
es que resulta que los de don Domingo hasta han ofrecido la posibilidad de
triunfo a los señores coletudos, entre ellos el gran prestidigitador de la
Tauromaquia 2.0, don Enrique Ponce.
Por la confirmación de Varea, a Ponce le tocó el segundo de
la tarde, un grandullón que pasaba las 50 arrobas de largo, al que veroniqueó
el valenciano no sin echar el pasito atrás en cada uno de los lances, con ese
disimulado resbalar hacia atrás la pierna de entrada. Mientras el animal se
apoyaba simplemente en el peto el pica tampoco hacía por apretar en exceso,
aunque hay que reconocer que al menos le picó. En la segunda vara lo dejó entre
las dos rayas, para esta vez ya no picar. Comenzó el trasteo de muleta por
abajo, sufriendo un desarme. Muletazos abusando descaradamente del pico,
llevándolo muy por fuera, empalmando pases, con lo que eso enciende a las
masas. Más pico aún con la zocata, mano que nunca ha manejado con especial
destreza, ya desde los tiempos en que jugaba a las chapas. Ese mismo pico era
el que al no dominar las embestidas, le obligaba al maestro a recolocarse
constantemente. Una faena en tablas, que tras un pinchazo y una entera muy
caída precedió a la primera orejita. Su segundo, que con el sexto fueron los
únicos que no brincaban por encima de los 600 kilos, con unas velas que
impresionaban, también fue recibido con verónicas rectificadas, que causaron el
mismo efecto en el público, el desmadre multitudinario. Le taparon en el primer
encuentro con el caballo, sin apretar ni el de arriba, ni el de abajo, mientras
Ponce merodeaba por allí, por dónde Dios le daba a entender, que no las normas
de la tauromaquia para una buena lidia. El animal perdía las manos y el
maestro, que para eso es el que manda, se atrevió a echarle el capote a ver si
el usía también se percataba de la merma física del de Domingo Hernández y se
lo echaba para atrás. Pero como fue que no, en la segunda vara el de aúpa se
desquitó. Comenzó a una mano, siempre manteniendo esa distancia prudencial
entre el hombre y la bestia, empleando el pico y estirando el brazo lo que
fuera menester: Pedía calma el matador al impaciente público que le pedía que
dejara de trampear. ¡Por favor! Tanto atravesaba el engaño, que el toro se le
iba al hueco una y otra vez. Cambió al pitón izquierdo para deleitarnos entre
enganchones y carreritas. Vuelta al derecho y más de lo mismo, pero en lo que
unos veían incapacidad y truco, otros veían hazañas y heroicidades de una
divinidad. Bueno, cada uno es cada uno. Pico, medios pases quitando el engaño
de golpe, una de meterse entre los pitones con pases vulgares, de plaza de por
ahí lejos. Muy perfilero, muleta atrás, pico y la locura. De nuevo pinchazo y
entera muy trasera y tendida, pero todo lo anterior dio igual, otra oreja, para
que el señor Ponce se pudiera pasear entre gestos y ademanes que pretendían ser
ceremoniosos, pero que resultaban algo un tanto diferente. ¿Estará orgulloso el
señor Ponce? Pues seguro que sí, faltaría más, pero eso no quita para que
muchos hayan sentido que los piratas llegaban a su puerto y les arrebataban la
honra, arrastrándola por el suelo entre el jolgorio de la soldadesca invasora.
Hacía segundo David Mora, que a pesar de orejas o no orejas,
se ha marcado una feria como para no recordarla demasiado, quizá mejor que la
olvide cuanto antes. Le tocó primero el más pesado del encierro, que aparte de
otras cosas tenía kilos de más. Salió corretón, fijándolo a los capotes
Antoñares. Primer puyazo al relance, en mitad del lomo, castigándole, mientras
el de don Domingo solo se empleaba con el pitón izquierdo. Solo cuándo le
levantaban el palo se aplicaba metiendo los riñones. Una segunda vara y el
toro, encelado con el peto, aún volvió por su cuenta. Apretó mucho en el
segundo tercio y el público, muy entregado él, hizo saludar a Ángel Otero a
pesar de no clavar los dos palos en su segunda entrada. Brazo largo, echando
fuera al animal en cada muletazo, con mucho pico, pero sin causar David Mora el
mismo efecto en la masa que su predecesor. Igual por un pitón que por el otro,
mientras iba dando la sensación de que al matador se le estaba escapando un
toro que ofrecía otras posibilidades que no esa retahíla de pases ventajistas.
En cambio, en el recibo de capote al quinto, Mora encogía los brazos, sin
alargar las embestidas con vistas al resto de la lidia. Sin poner el toro al
caballo, acudió desde dentro y fue sentir el palo y liarse a tirar derrotes. En
el segundo encuentro, más de lo mismo, aparte de repucharse. Ya en la muleta,
mucho enganchón, pico, carreras y más enganchones, alargando el brazo y sacando
el culo. Faena aburrida vulgar por momentos, para acabar entre los pitones,
pegando tirones, Entera traserísima, de la que quedó el torero prendido entre
los pitones, afortunadamente sin aparentes consecuencias.
Confirmaba Varea y no solo la alternativa, algunas cositas
más, como el que puede que no estuviera precisamente para esa confirmación. Le
costó hacerse con el primer grandullón, al que se picó al relance. Solo tiraba
cornadas por el pitón izquierdo, se fue suelto, no se le picó en el segundo
puyazo, tiró derrotes, para volverse a ir suelto. Sin picar, hasta daba la
sensación de que le faltaba un picotacito más. Doblaba las manos al comienzo de
faena, a lo que contribuyó aún más los tirones y trallazos sin temple del
castellonense. Muy fuera, estirando mucho el brazo y pasándose el toro muy
lejos, con la ayuda del pico de la muleta. Dejó que le punteara demasiado el
engaño, más enganchones y complicaciones con los aceros, llegando a once
descabellos. Muchas dudas en el sexto, al que permitió irse suelto al caballo,
al hilo de las tablas. A punto de derribar, pero en esta ocasión Pachano supo
defender su cabalgadura, picando en buen sitio, Quizá la próxima vez, cuándo al
personal ya le suene su nombre, le ovacionarán por picar, aunque ahora se lleva
el hacerlo por no picar. En la faena de muleta el toro se arrancaba muy
descompuesto, cosa que el matador se mostrara muy poco seguro. Pases y más
pases, mucho enganchón, ante un toro que cuándo veía la puerta de toriles al
fondo se arrancaba sin pensarlo. Se fue haciendo el dueño y a los defectos que
ya tenía, hubo que añadir el calamocheo, quizá porque nunca se le mandó. Solo
mostró un toreo más pausado, que no templado, cuándo el de Domingo Hernández ya
casi no tenía fuerzas y caminaba muy lentamente. Al final varea se puso
demasiado pesado y más con las ganas que tenía el personal de la fiesta de la
salida a cuestas de Ponce, les daba igual cómo, solo querían cobrar su botín y
con urgencia. No se había entregado la plaza, la habían ocupado y lo mismo les
daba todo lo demás. Otros en cambio pensaban en qué les quedaba, adónde
agarrarse si te roban la patria, si te roban tu ser
4 comentarios:
Enrique, me congratulo de haber estado ayer en la plaza viendo toreo del caro…PERO DE SALON. Magistral Ponce en la composición de la figura, en la estética. El problema, porque había un pequeño problema, es que había un toro delante. Y, la única conjunción que hubo entre toro y matador, fue la de actuar como dos amiguetes de los de toda la vida: “tú me dejas, yo te permito”.
Ahora resulta que la técnica del siglo XXI es, no hacer ir al toro por donde no quiere, sino permitirle transitar por donde le venga en gana, obligándole lo menos posible. El nuevo muletazo del siglo es la “lazarina”, es hacer que pueda caminar el inválido y soporte sin pestañear 60 u 80 pases yendo y viniendo como el vendedor de refrescos que pasea por la plaza. El enfermero Ponce es con mucho el máximo exponente de esta suerte.
Nadie pone en duda que es el mayor conocedor del toro borrego de la época moderna, conoce bien los terrenos, mide bien sus fuerzas y todo esto lo envuelve en torno a una estética que hasta a mí me gusta. Esto sería genial si existiese un compromiso con el toreo con mayúsculas. Bien colocado, exponiendo las femorales y haciendo ir al toro borrego por donde no quiere ir.
Dicho esto, es cierto que vino muy dispuesto, que dirige a la perfección a su cuadrilla, que recetó un par de buenas verónicas sin rectificar la pierna de entrada (algo que hacen todos, incluido el Dios Morante), y que en un par de ocasiones intentó hacer el toreo. Sí, fueron efímeras, pero existieron. Al final de la faena del segundo de la tarde, Don Enrique, viendo que había metido al toro en el canasto se puso en el sitio y echó la pata p’alante pero el resultado fue el esperado, carrerita para atrás y a colocarse de nuevo. Podemos imaginar el resultado de la faena si desde el principio se hubiese puesto en el sitio y echado la pata p’alante. Pues eso, que no le hubiera aplaudido ni Simón Casas. Pero este público es de pandereta, público facilón, ignorante, con nulas ganas de aprender y en ocasiones faltón e irrespetuoso con lo que no estamos de acuerdo con la neotauromaquia.
Ciertamente salí deprimido de la plaza, en esta ocasión me fui a la finalización del quinto. Como bien dices, se han dado muchas orejas baratas. Uno incluso puede llegar a entender que le hubieran premiado en su primero pero que lo hicieran en su segundo fue el colmo del despropósito.
Las Ventas ha muerto. Como dijo Víctor Manuel: “paren el mundo, que yo me bajo”.
Un abrazo
J.Carlos
Un público festivalero que aplaude faenas ventajistas y las premia.Todo ajeno a los cánones y torería.Los ex toreros y comentaristas de la Tv tienen como objetivo manipular los criterios del público,consideran más "provechoso" apoyar a la empresa y toreros que arriesgarse a comentar lo que en verdad pasa en el ruedo.Sí los"figurones o maestros"necesitan para triunfar un toro noble hasta la exageración y un público que se limite a aplaudir o callar,es que no son figuras ni nada.Saludos y gracias.
Docurdó.
J. Carlos:
Es que o miras al uno o al otro, porque a la vez no tiene sentido. A mí me gustaría saber si estos toros aguantarían, no solo por fuerza, esos 60 o más muletazos. Porque claro, si nos quedamos con las bonitas posturas, entonces nos quedamos con una danza. Pero bueno, conociéndote, creo que te voy a ver muchas más veces por la plaza. No tenemos remedio y lo que es peor, ¿tú crees que queremos que alguien nos remedie esta enfermedad del toro?
Un abrazo
Docurdó:
Se ha cambiado el punto de mira, la fiesta no importa, hay que entender al que se juega el dinero criando toros, al que organiza los festejos y respetar hasta la idolatría, a los de luces, pero, ¿quién piensa en la fiesta?
Un abrazo
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