A puntito han estado de tener que torear en las marismas, porque parece que nadie avisó al operario con un Lalo la lona. |
Son temporadas de ciclones, de huracanes y de galernas en el
Cantábrico… pero no en Madrid. Que bueno, que sí, que llovió de noche con
fuerza, pero tanto, tanto y tanto tiempo como para que se inundara el ruedo
venteño, no sé. Que en otras ocasiones ha caído mucho más, durante más tiempo y
sin dar un segundo de descanso, pero la cosa no desembocaba en catástrofe como
ha ocurrido en esta que inauguraba la feria de Otoño. Igual es que… A ver,
pensemos un ratito. Que lo mismo era que antes… va a ser eso. A ver si la
cuestión es que el ruedo se desalojaba de agua más rápido gracias a la chepa
que desde los medios bajaba hasta debajo de los estribos de las tablas. No me
digan que aquella chepa servía para algo; para algo tan útil como que no se
formaran charcos por toda la plaza sin que estos fueran absorbidos por el
drenaje del que tan bien se hablaba por todos los rincones. del orbe taurino, pero se le antojo al señor de la Puebla que la quitaran, para él no volver después por aquí. Así es el señor genio.
Faltaban unos minutos para las cinco de la tarde y allí
andaban unos señores operarios empujando el agua para acá y para allá por
encima de la lona. No había que preocuparse por el agua, pues la lona habría
hecho su función a la perfección. Pasadas las cinco el que parecía que mandaba
más que nadie decidió que había que atacar la lona. Tú de aquella esquina,
vosotros al medio, tú y tú al otro lado y ahora… ¡Vamosss, todos a la vez!
Empezaron a plegar la lona Todo estaba controlado, no pasaba nada porque unas
gotitas de nada resbalaran hacia la arena. Lalo, que igual unas gotas, lo que
se dicen unas gotas… lo mismo… Seguían plegando y venga a verterse agua o quizá
es que ya estaba vertido. La lona iba desapareciendo y a medida que el plástico
blanco desaparecía los charcos nos miraban a los que ya estábamos en los
tendidos como diciendo: ¡Qué bien cubro! Traedme el mundo que lo tapo todo. Se
iba acercando la hora del festejo; si hasta el sol picaba y todo. Se avecinaba
una gran tarde de toros. La lona ya era solo un mal recuerdo. Entonces comenzó
la sesión de volquetes y excavadoras entrando y saliendo con su carga de arena
para tapar aquella marisma de Bricomanía, hecha en casa. El tiempo avanzaba y
allí seguían aquellos señores jugando en la arena. Que porque amenazaba lluvia,
que si no, la cosa estaba para montarse un campeonato interbarrios de
castillitos de arena. Huy, casi las seis y los vehículos venga a traer arena y
más arena, que otros caballeros extendían sobre los charcos, pero el barro seguía
allí. ¡Atención! Van a hablar. Ah, sí, que las practicas van de tal a cual
hora. A cada vez que hacía su entrada una de estas máquinas, el público
reaccionaba con júbilo. Uno y otro y otro, pero nada, que no. Las seis y ni las
rayas se podían pintar, que la cosa era más de poner boyas, que de pintar rayas
en el suelo.
Mensaje por megafonía, que traducido era: Esto es un
infierno y no se ve el fin. Y venga a pelearse con el barro. ¡Atención! Alguien
decide modificar la estrategia, más máquinas acarreando arena, más palas
esparciéndola, uno con dos palas, más arena, venga arena, ¡traed arena, es la
guerra! Nadie sabe cuánto se demorará el comienzo, han dicho unos minutos, pero
no cuántos. Lo mismo parecían pararse aquellos señores provistos de palas, que
aceleraban el ritmo. Y cuando el personal ya se estaba desesperando de tanto
esperar, al fin, como caídos del cielo, aparecen los tres espadas por la puerta
del patio de caballos. Ahora, ahora sí que sí, esto se arregla en nada y menos.
¡Oh, oh! Empiezan a caminar por el ruedo, se les hunden los pies en aquel
lodazal, gestos con la mano, gestos con la cabeza, atraviesan el ruedo; ¡huy!
Que esto no pinta bien. Paran las palas, las máquinas. Se ponen a quitar barro
desesperadamente, pero nada, la suerte estaba echada. Que se aplaza el festejo.
¿Se aplaza? ¿No es suspensión definitiva? No, solo se aplaza. Que más bien
parecía que tanto despropósito buscaba la suspensión, pero no. ¡Oh sorpresa! Y
la pregunta es: ¿No podían haber aparecido los actuantes a la hora del festejo
y evitarnos la espera? Era evidente que allí no se podía torear, pero lo que
también parecía evidente es que no se había tomado ni una medida efectiva para
que allí se pudiera torear. Más bien daba la sensación de todo lo contrario.
Pues nada, habrá que esperar una tarde más y quién quiere ver el remiendo de
Jandilla y Victoriano del Río, con Urdiales, Manzanares y Ureña, que espere al
ocho de octubre, que seguro que hará mejor tiempo, ¿no?. Aunque ya nos
podríamos dar con un canto en los dientes si de aquí para entonces han
aprendido a poner bien y a quitar mejor la lona y que no haya que andar con eso
de Lalo la lona.
5 comentarios:
Enrique, pensé lo mismo que tú, el antojo del de la Puebla..."de aquellos polvos, estos lodos".
Un abrazo
J.Carlos
Y de ese antojo y vistos los resultados no se podría levantar la chepa otra vez .Creo que nl sería tan difícil y redundaría en beneficio de todas las partes. Aficionados, toreros y empresa. Vamos digo yo
J. Carlos:
Igual es que el señor de la Puebla no sabe que las chepas dan suerte. He aquí la prueba. ¿No?
Un abrazo y me alegro mucho de volverte a encontrar por aquí.
Miguel Ángel Olmeda:
Pues sería un rasgo de sensatez bastante estimable.
Un saludo
Buenas tardes
A parte de los caprichos de José Antonio, parece bastante lamentable que la plaza más importante del mundo tenga que suspender un espectáculo por la lluvia, cuando está no se produce durante el mismo.
Alguien se puede imaginar que en cualquier otro espectáculo de primer orden mundial esto pudiera suceder?
Donde está la crítica periodística acerca de esto?
A los que tenemos el veneno de la Tauromaquia en vena, pues mira una faena. Pero que pasa con los acompañantes neófitos de los aficionados? Además de neófitos salieron atónitos ante esta situación, incomprensible en cualquiera de las otras aficiones que tienen.
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