Si con algo nos podemos quedar, es con la estocada. |
En esto de los toros siempre ha habido apasionamientos y si
no, esto no habría sido lo que es, pero lo que nunca hubo fue el hooliganismo
incondicional hacia nadie, ni toreros, ni ganaderos, ni floristas con garbo. Es
más, los partidarios, que siempre los hubo, cuando el suyo no estaba, eran los
más críticos con su ídolo. Pero claro, es que el ídolo se elegía por lo que
hacía en la plaza, o eso al menos es lo que unos hemos vivido en la plaza de
Madrid. Pero, ¡Amigo! Lo que ha cambiado el cuento. El hooliganismo, el
paisanaje o ese contar las grandes tardes por el número de despojos… Y no digo
nada si además el despojador es paisano. La locura más loca. Pues bien, ya les
avisé al inicio y si han seguido, vayan por delante mis disculpas. Mis
disculpas por no dejarme llevar por todo esto que lleva la modernidad, no por
pretender tomar una postura firme y llena de argumentos, sino porque simple y
llanamente, no lo entiendo. No entiendo como una corrida de Domingo Hernández y
Garcigrande, muy bien presentada en su conjunto, pero a la que no se picó, como
viene siendo habitual. A lo más que se llegaba era a simular la suerte y el que
más peleó fue buscando escapar y no a contraquerencia. Eso sí, luego, como todo
toro moderno que se precie y los de estos hierros familiares son un paradigma
de ello, van y vienen en el último tercio poniendo el triunfalismo a cien. Que
nadie piense en eso de someterlos, basta con dejarlos ir y venir y llamarles
allá dónde se paren. Ni cruzarse, ni muletas planas, ni nada de nada. Trapito y
marcha.
Pero ojo, que para meterse con esto no vale cualquiera, se
precisan especialistas; absténganse toreros que pretendan mandar e imponer el
poder de su capote y muleta. ¡Dónde vas muchacho! Pues eso, a ver si ahora nos
vamos a volver locos, que ya se volverán otros con esos especialistas. Que sin
necesidad de entrar en detalle, o quizá sí, pero tampoco me apetece demasiado, nos
centramos en El Juli. ¿Qué decir del Juli que no se haya dicho ya? Bueno, de
torear con verdad, toros de verdad, creo que no ha hablado mucha gente. El
madrileño es un prototipo del toreo moderno, obedeciendo a esquemas que se
vienen repitiendo desde… Desde hace mucho. En el primer tercio se deja a los
animales a su aire, que tampoco interesa demasiado, se deambula por el ruedo
mientras simulan la suerte de varas, mientras los de plata se esmeran en que el
animalito no se caiga, echando los capotes al cielo. Luego llega el momento
cumbre, la muleta, se empieza a pegar derechazos con el engaño al bies, ahora
con la izquierda más de lo mismo, acumulando una serie tras otra. Al cabo de un
rato se toma la espada, se le pega un sablazo mientras se escapa a todo correr
sin apararse a pensar si se hace la suerte o no o si el acero cae en lo alto o en
la mismísima paletilla. Una orejita y así incrementamos la estadística para que
el señor Casas pueda anunciarte otra vez sin apenas dar explicaciones y para
que los más fieles palmeros puedan decir que El Juli ha entrado en Madrid.
Pero todo en esta vida es mejorable y en esto de la modernidad
tenemos ante nosotros al nuevo dios del toreo, perdón, de la tauromaquia. Emilio
de Justo es un ejemplo, un modelo a seguir por todo aquel que quiera ser
figura, que no digo torero. Podemos aplicar eso de dejar que los demás hagan en
el primer tercio, que él ya verá mientras deambula por el ruedo. Eso sí, para
una vez que después de doce docenas de mantazos intentamos poner al toro en el
caballo y el animalito se marcha a otros lares dónde no haya pencos con faldas,
tampoco es culpa suya. Y luego a la muleta, vamos a lo que vamos y dejémonos de
zarandajas de que si la lidia, el tercio de varas; aquí a lo importante. Que
tengo que reconocerle a De Justo el inicio de la faena a su segundo, tirando
por abajo del toro, con el pico de la muleta, pero tirando de él. Luego ha sido
una retahíla de muletazos siempre con el pico de la muleta, cruzándola más
descaradamente con la zurda, dando pases hasta la extenuación allá dónde decidía
su oponente, ¿o quizá aquí debía poner colaborador? Ya digo que esto no lo
manejo, no lo entiendo. Tandas a diestro y siniestro bajo el mismo patrón, en
ocasiones teniendo que recuperar el sitio. Adornos finales y eso tan efectista
de tirar el palo, que total, para lo que vale. Y venga por aquí, por allá, por
arriba, por abajo. ¿Estético? Pues seguro que sí, pero ya digo, es que uno no
se encuentra en esta tauromaquia, lo de los colaboradores me echa tanto para
atrás. Eso sí, un estoconazo, que eso sí los caza como nadie. Y, ¡Pumba! Dos despojos. Que no sé quién me decía que la segunda oreja
era por la lidia completa, lo que no incluye ausentarse en ella, aunque igual
así le evitó al toro sus buenas docenitas de mantazos. Y además también había
que contar con la condición del animal, que no sé, no sé… Eso sí, si es por
cantidad de pases, el palco se ha quedado corto.
Y cerraba el cartel Juan Ortega, que no sabemos si pretende
seguir la línea clásica o si podrá aguantar las fuerzas oscuras que lo quieren llevar
al lado más negro. Es verdad que da pinceladas, pero esos trazos de toreo que
recuerda al de siempre es una bocanada de aire fresco que a muchos les da la
vida. Quizá se pierde en eso de andar buscando su toro, mientras otros están
como locos porque vaya simplemente a buscar un toro y punto. Y de nuevo he de
disculparme, pero entiéndanme, si después de los trapazos, de los picos, de las
carreritas, de las piernas escondidas, uno se va a poner exquisito con quién
tiene en la cabeza otra cosa muy diferente. Lo reconozco, no soy imparcial, ni
sé si quiero serlo. Pero que conste que no pretendo engañar a nadie, que ya
avisé nada más empezar, que si usted es hooligan, paisano o moderno, mejor no
siga.
2 comentarios:
Enrique, como bien dices, qué no se ha dicho ya de la tauromaquia de El Juli! Toreo despegado, muleta baja, figura extremadamente retorcida y ejecución horrenda de la suerte suprema. Ya sabemos que el público de Las Ventas, si los pases son limpios, los jalea. Con estos mimbres consiguió la oreja.
Te lo dije en la plaza, en mi opinión la faena de Emilio de Justo fue de una oreja y, muy importante, toro por encima del torero. El toro tenía mucho motor, por ello creo que se debió exprimir más. Que sí, que los adornos fueron preciosos y algunos de pecho fueron muy buenos, nadie pone eso en duda. Sin embargo, vi a De Justo rectificando terrenos al inicio de cada tanda de muletazos, señal de falta de dominio. Después, eso sí, las terminaba con gran belleza y el espadazo fue fulminante. Ese matiz es el que me hace desdeñar esa segunda oreja y es la diferencia, por ejemplo, que veo con otra puerta grande: la de Urdiales en Otoño al fuentymbro, ahí sí hubo mando y no cedió el matador un solo palmo de terreno a un toro que también traía mucho motor.
Juan Ortega es un torero de corte clásico pero falto de poder, en cuanto tiene un toro con la más mínima dificultad se muestra inoperante, como sucedió en el tercero. Sin embargo, en el sexto toro hizo una buena labor, de hecho se inventó un toro que no llevaba nada dentro. Y, ahí sí, vimos temple, verticalidad y mando sin perder pasos al toro. Me hubiese gustado ver a este toro con el motor del anterior para ver qué hubiera hecho el sevillano con él.
El ganado flojo, con un par de buenos ejemplares para la muleta y sin mostrar aviesas intenciones con la terna. Pero eso creo que todos lo sabíamos antes de la corrida!
Un abrazo
J.Carlos
Para mi ver torear a Ortega en su segundo fue una maravilla. Entiendo que pudo faltar profundidad, fuerza. Pero de repente el torero volvía a ponerse vertical, y el toro horizontal, y todo tenía un sabor, una naturalidad, una belleza. De lo anterior ni me acuerdo.
Atentamente,
Genaro García Mingo.
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