martes, 19 de mayo de 2009

Esos novillos y estos novilleros


Esos novillos de la Quinta, los santacolomas, esos que iban venían y volvían otra vez, se nos han quedado un poquito parados, justitos, justitos de fuerzas. Y sí es verdad que ha habido alguno que nos hacía pensar que la cosa iba a cumplir con las expectativas que teníamos puestas en este ganado, siguiendo la muleta allá donde ésta fuera, pegajositos y agobiando a los novilleros. Daba la sensación de que los novillos iban acorralando poco a poco al torero, hasta que éste se lo tenía que quitar de encima como buenamente pudiera.

Este tipo de ganado sirve para saber la medida de quien se pone delante ellos; seguro que cuando sean matadores, figuras o figurones, no se volverán a encontrar con unos elementos como estos. Y si se volviera a dar el caso, sólo tienen que hacer lo que hacen ahora sus mayores, desentenderse de la lidia y torear a base de trapazos y mentiras. Aunque por lo demostrado ayer, van por buen camino en eso de poner el toro al caballo, o mejor dicho, abandonarlo en las inmediaciones del picador, para después escapar como raterillos por la puerta de atrás del penco.

Pero aunque los tres novilleros estuvieron, como dicen los taurinos, por debajo del toro, hubo alguno que se quedó muy al fondo. Un ejemplo de esto fue Daniel Martín, empeñado en dar pases, muchos, pero todos malos, muy malos y pesado, muy pesado, aunque delante tuviera un novillo que embestía y embestía, sin fuerza, pero embestía. Pero seguro que alguien habrá que le jalee con esos ¡bieeeeen! salidos muy de dentro. Ellos sabrán si quieren que el chaval aprenda o que siga nadando en la vulgaridad.

Pero también hubo quien en algunos momentos dejó ver algo de gusto, como fue el caso de Mario Aguilar, aunque tuvo la mala suerte de tocarle otro buen novillo, el segundo, que seguía la muleta como un niño un caramelo. Y lo que son las cosas, el propio matador se ocupó de estropearlo. Sí lo estropeo, lo estropeo a base de citar sin distancia y mal colocado, y dejando que le tocara la tela una y otra vez, cosas que acusó el toro hasta el final de la faena. Quizás lo más destacado fue la forma en que terminó con el quinto, macheteándole por bajo con sabor antiguo, para prepararle para la espada.

Por su parte, Miguel Ángel Delgado fue el “triunfador” de la tarde, por lo menos eso decía la gente que ya se frotaba las manos pensando en la oreja que le iba a pedir y que el presidente le iba a dar. Es verdad que dibujó muchos pases con gusto y muy, muy despacito, pero siempre caemos en los mismos defectos del toreo moderno, el pico, la descolocación… Y para colmo casi no fue capaz de matar a sus novillos, pero de forma literal. Al primero, después de varios pinchazos, lo avió con el descabello y al último casi ni eso. Alguien tendría que juntar unos euros, comprarle un carretón y tenerle horas y horas practicando, porque el torear bonito está muy bien, pero como no se mate, ¡ay como no se mate! Como no se mate no se hace nada.

No hay comentarios: