Con tanta vulgaridad, tanta verbena y tanta mentira, al final los taurinos se van a quedar solos mirándose al ombligo y diciéndose unos a otros lo buenos y sabios que son. Nos han preparado una feria no mala, absurda, sin ningún interés para nadie que pretenda ir tres tardes seguidas a los toros. Y es que un día se puede aguantar, si a lo que vas es a merendar, tomar cervezas, reírte con tu colega, que va a lo mismo que tú, y hasta el año que viene. Porque estos son los muy aficionados que ven las corridas por la tele y que todos los años van a los toros por San Isidro, una vez, y si pueden, también van a los caballos.
A estos herederos de Díaz Cañabate les importa un pito que salgan toros pequeños gordos y sin pitones, como los tres primeros de ayer, o que no aguanten casi ni un puyazo y que salgan sueltos del peto, luego si han ido a la muleta se les aplaude como si fueran el paradigma de la bravura y la casta brava. ¡La casta! Esa utopía casi desaparecida de los ruedos.
Y es que todavía se escucha eso de que Ferrera pone muy bien banderillas, aunque las ponga a toro pasadísimo y sea incapaz de torear medianamente regular con el capote y mucho menos con la muleta. Su toreo es de lo que hoy llaman espectacular, pero que se traduce en no templar lo más mínimo, meter el pico, aliviarse constantemente y no rematar ni un pase atrás, bueno, ni delante. Se limitan a vaciar la embestida allá donde pille. Y como lógicamente después del trapazo se queda descolocado, esto lo arreglamos con una “graciosa” carrerita. Todo esto coronado con una infame estocada, como mucho, desprendida, cuando no es un infame bajonazo.
Pero el espectáculo no es sólo Ferrera, el espectáculo lo es también Matías Tejela, caso típico de lo que es el toreo moderno clásico, ¡que incongruencia! Va de clásico porque se maneja por la plaza con unas maneritas de torero de la Carmen de Bizet, pero con los mismos defecto que todos, pico, carreritas “graciosas”, ignorancia absoluta para lidiar, ignorancia absoluta para colocarse y estocadas en los blandos. Pero este sí, este sí que corta orejas, ese bendito objeto de culto por el que más de media plaza sería capaz de cometer una locura. Una locura que no será volver mañana y al otro y al otro y al otro a los toros. Para eso estamos los demás, que además nos quejamos y protestamos y pensamos que nos están robando tarde tras tarde.
Pero después del “faenón” de hace dos días, estos “aficionados de tele” esperaban a Luís Bolívar, quien se presentó con la cornada tierna y sin haber podido curarse. Y yo me pregunto, si a lo largo de la lidia se sintiera indispuesto por una recaída por el incidente del otro día, tuviera que irse a la enfermería y dejarnos sin verle en uno o en los dos toros, ¿a mí me devuelven el dinero? ¿a él le quitan la parte proporcional de lo no toreado? La respuesta en ambos casos es no. Este es el respeto que piden a los que no nos tienen ningún respeto. Nosotros que no tenemos ningún derecho, excepto el de pagar y callar. Pero claro, si se cae un torero del cartel, tenemos derecho a la devolución de la entrada, lo cual igual no es conveniente para alguien que seguro que merece mucho más respeto que nosotros. Y después del “gesto”, el señor Bolívar se limitó a pegar banderazos, a permitir que el toro se le fuera viniendo arriba y a ver por dónde podía meter mano a sus oponentes. Es que nos sacan de la borriquita tonta y estamos perdidos. Este y la inmensa mayoría de los que se anuncian hoy en día, no son capaces de resolver la más mínima dificultad que les puedan presentar los toros. De momento este año ya se ven bastantes calvas en los tendidos. Y es que al final se van a quedar solos.
A estos herederos de Díaz Cañabate les importa un pito que salgan toros pequeños gordos y sin pitones, como los tres primeros de ayer, o que no aguanten casi ni un puyazo y que salgan sueltos del peto, luego si han ido a la muleta se les aplaude como si fueran el paradigma de la bravura y la casta brava. ¡La casta! Esa utopía casi desaparecida de los ruedos.
Y es que todavía se escucha eso de que Ferrera pone muy bien banderillas, aunque las ponga a toro pasadísimo y sea incapaz de torear medianamente regular con el capote y mucho menos con la muleta. Su toreo es de lo que hoy llaman espectacular, pero que se traduce en no templar lo más mínimo, meter el pico, aliviarse constantemente y no rematar ni un pase atrás, bueno, ni delante. Se limitan a vaciar la embestida allá donde pille. Y como lógicamente después del trapazo se queda descolocado, esto lo arreglamos con una “graciosa” carrerita. Todo esto coronado con una infame estocada, como mucho, desprendida, cuando no es un infame bajonazo.
Pero el espectáculo no es sólo Ferrera, el espectáculo lo es también Matías Tejela, caso típico de lo que es el toreo moderno clásico, ¡que incongruencia! Va de clásico porque se maneja por la plaza con unas maneritas de torero de la Carmen de Bizet, pero con los mismos defecto que todos, pico, carreritas “graciosas”, ignorancia absoluta para lidiar, ignorancia absoluta para colocarse y estocadas en los blandos. Pero este sí, este sí que corta orejas, ese bendito objeto de culto por el que más de media plaza sería capaz de cometer una locura. Una locura que no será volver mañana y al otro y al otro y al otro a los toros. Para eso estamos los demás, que además nos quejamos y protestamos y pensamos que nos están robando tarde tras tarde.
Pero después del “faenón” de hace dos días, estos “aficionados de tele” esperaban a Luís Bolívar, quien se presentó con la cornada tierna y sin haber podido curarse. Y yo me pregunto, si a lo largo de la lidia se sintiera indispuesto por una recaída por el incidente del otro día, tuviera que irse a la enfermería y dejarnos sin verle en uno o en los dos toros, ¿a mí me devuelven el dinero? ¿a él le quitan la parte proporcional de lo no toreado? La respuesta en ambos casos es no. Este es el respeto que piden a los que no nos tienen ningún respeto. Nosotros que no tenemos ningún derecho, excepto el de pagar y callar. Pero claro, si se cae un torero del cartel, tenemos derecho a la devolución de la entrada, lo cual igual no es conveniente para alguien que seguro que merece mucho más respeto que nosotros. Y después del “gesto”, el señor Bolívar se limitó a pegar banderazos, a permitir que el toro se le fuera viniendo arriba y a ver por dónde podía meter mano a sus oponentes. Es que nos sacan de la borriquita tonta y estamos perdidos. Este y la inmensa mayoría de los que se anuncian hoy en día, no son capaces de resolver la más mínima dificultad que les puedan presentar los toros. De momento este año ya se ven bastantes calvas en los tendidos. Y es que al final se van a quedar solos.
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