Al fin una corrida de toros. Con toros bravos, menos bravos, buenos, menos buenos y hasta un manso, pero esto es el toro de lidia, animales con un comportamiento variable, no tan solo entre distintos ejemplares, sino en el mismo, que va cambiando a lo largo de la lidia.
Pero esto tan poco habitual en la actualidad en las tardes de toros, hizo que los matadores estuvieran un tanto desorientados. Ellos que esperaban alimañas que supieran lo que se dejan atrás, toros tobilleros y que recortaran, se encontraron con todo lo contrario, si exceptuamos al quinto, que fue el más complicado del encierro. Casi todos cumplieron en el peto, unos con más estilo que otros, pero en líneas generales cumplieron. Así el primero acudió tres veces al caballo y tuvo una embestida noble, que su matador Rafaelillo no supo como convertir en algo importante. Su desconfianza le hizo torearle a larga distancia, como si esperara el derrote que nunca llegó, acabando con una media, soltando la muleta, artimaña bastante fea, pero que al público en general le importa un pito, con tal de que la estocada entre donde sea, como si le tiran confeti por encima. Y Rafaelillo se encontró con otro muy potable, no tan cumplidor en el caballo, pues se lo pensó y escarbó antes del segundo encuentro, pero que seguía la muleta como un niño un caramelo. Y el murciano se empeñó en toreo encimista, queriendo hacer ver que el toro no iba, pero ya se habían visto las condiciones de uno y de otro.
Fernando Robleño vio las dos caras de los de José Escolar, el bueno y bondadoso al que toreo a base de tirones, cuando la receta que pedía el segundo, más flojo que el primero, era el temple, la distancia para ir a buscar la muleta y la suavidad. Pues bien, de esto no hubo nada. Distinto fue el quinto, el más peligroso y manso para más señas, y que encontró a Juan Carlos García como su peor enemigo, ya que le obligó a entrar en el capote y a humillar en el capote. Robleño empezó con buenas intenciones, macheteándole por bajo y después se puso a torear. Pero el animal no quería poner ninguna facilidad y aunque lo único que se podía hacer era coger la espada y abreviar, Robleño se empeñó en el pegapasismo, poniéndose pesado.
Y el último que se puso en evidencia ante los de José Escolar fue Sánchez Vara, quien se debía pensar que estaba en una de las plazas de sus triunfos, Brihuega, Moralzarzal o Velilla de San Antonio. Y pasaron delante de él dos toros de triunfo. Un primero flojo, pero que seguía la muleta como un parvulito y el último de la tarde que, aunque en el caballo se dejaba pegar sin ninguna codicia, luego en la muleta entraba al trapo preguntando cuándo le iban a cortar las orejas.
Fue una tarde de toros, de toros que mantuvieron el interés hasta que dobló el último de la tarde y que descubrieron a quien sólo sabe pegar pases. Seguro que habrá tardes con toros de más calidad que estos, pero si todas las tardes fueran como esta, yo lo firmaba ahora mismo. Y lo que estoy seguro es de que más de una figurita de esas que no entendemos en la Plaza de Madrid, se tendrían que ir para casa.
1 comentario:
¿Ves como no hay que desanimarse? Venga, que queda mucha feria y a lo mejor encontramos a los toreros...
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