sábado, 21 de mayo de 2016

Esto sí que es coherencia y sentido de la normalidad

Por favor, cuando piquen a los toros, que sea en silencio, que me despiertan al crío


Que mal rato he pasado desde que acabó la corrida del Puerto de San Lorenzo, hasta que la de Alcurrucén empezó a andar, digo el festejo, no lo que han mandado los señores Lozano, que eso era una colección de muebles de ocasión que no había cristiano que los hiciera parecer un toro de lidia. Tarde plena de coherencia y normalidad. Corrida de figuras con bueyes para las figuras y figuras con un quehacer vulgar, ramplón, aburrido, desesperante e ideal para quitarle la afición al más pintado. ¡Uff! Pero mal rato, malo, malo, ¿eh? No se imaginan, que alivio, que sensación de volver a la realidad, a lo de siempre, cuando salió el primer Alcurrucén que ya venía parado de fábrica. Eso sí, con poderes de súper héroe, sopló al caballo y este se desmoronó. Lo que se ve con la Tauromaquia 2.0. Y o lo derribaba soplando o no lo echaba abajo, porque pegando cabezazos al peto y escapando de él al notar el palo en la segunda entrada, pocas cosas se pueden derribar. El confirmante José Garrido le recibió con unos derechazos de rodillas, que al final fueron lo mejor de la corrida. ¡Cómo está el percal! Unos rodillazos lo mejor. Y la verdad es que de tal postura llevó al toro metido en la muleta y quizá por no haber escapatoria posible, lo tuvo que fiar todo al mando y a correr la mano con solvencia. Pero ya en pie, la canción sonaba con ese desafine propio de estos tiempos en los que predomina el tirón, la ausencia de temple u levantar la mano al final del pase. Lo mismo con una que con otra mano, la muleta muy torcida, citando muy fuera, encimista, acabó sufriendo un revolcón. La faena transcurrió por los mismos derroteros, dejando una única cosa clara, que ya podía decir que había confirmado la alternativa.

Hacía El Juli su primera aparición en Madrid este año, porque ya se sabe que este es un trámite que hay que pasar todos los meses de mayo, sin demasiadas ganas, quizá siendo parejas las del diestro y las del aficionado, pero bueno, son esos obstáculos que hay que pasar, la revisión anual al dentista, las cenas de empresa de Navidad, aguantar los pitos de los especialitos de Madrid, subir la cuesta del ruedo de Las Ventas... esas pequeñeces, pero vamos, que tampoco hay que pasar por esto si no quiere; muchos se lo agradec... se lo perdonarán. Pero estábamos en que venía El Juli por Madrid. se le frenaba y echaba la cara arriba en el capote; fue al caballo al relance, a pegar cabezazos como un descosido. Tampoco es que se le picara demasiado, más bien poquito. Y luego, así para resumir, una lección de toreo moderno a base de trallazos destemplados, cite muy fuera, mucho pico, carreritas entre pase y pase e intentando no doblar el lomo cómo es su costumbre, pero claro, si uno se pasa la vida como una alcayata, no pretendas levantarte un día por la mañana y ponerte derecho, porque vas a estar muy poco cómodo. Juli, tú a lo tuyo, que nos descolocas.

En cambio a Castella no le da por experimentar, él diseñó un día su faena tipo y zasca, así la suelta allá dónde le llaman, lo mismo en un bautizo, que en un funeral, que en una junta de vecinos, que en la plaza de Madrid. Será que no la tiene trabajada. Años de experiencia siempre haciendo lo mismo. Así a su primero le dejó a su aire, ¡Viva la libertad! Sin coartar al animal. En una de estas se encontró con un tío con un palo, que se lo clavó muy atrás y luego le hizo la carioca con el caballo que montaba. El de Alcurrucén simplemente se dejaba, hasta que decidió irse suelto a seguir correteando, lo mismo ue a la segunda vez que fue, palo en el lomo y pezuñas para qué os quiero. En banderillas ya paró de correr y esperaba a los de los palos, que le hicieron pupa. Lo de después fue un largar tela y estirar el brazo constantemente, con la muleta muy oblicua, así hasta que le tocaron un aviso sin haber pensado en tomar la espada. Estábamos todos tan a gusto. Él con sus trapazos y los demás con el campeonato de chinos de la grada, aunque no se crean que somos unos irrespetuosos, que también le mirábamos por el rabillo del ojo, no todo va a ser disfrutar.

De nuevo El Juli, esta vez ya más en Juli, claro que sí y al que no le guste, que siga jugando a los chinos. El toro recordaba mucho a los ponentes de un congreso de mulos. En el caballo se apoyó en el peto, de lado, mientras no le castigaban nada. Luego se lió a pegar cabezazos, mientras le tapaban la salida. El pobre no podía con su alma. Y el Juli decidió poner en práctica eso que tantas satisfacciones le ha dado y a otros tantos sinsabores, el toreo retorcido con el culo fuera, alargando el brazo para que el toro no se acerque, con el pico de la muleta y sin rematar los pases, vaciándolos en un trapazo final allí, pero muy allí. Algún enganchón y esa forma tan especial y familiar de ejecutar al toro con la espada,

De nuevo Castella, más sacudiendo el capote, que intentando torear y bregar. El toro a su aire por la plaza, así en la primera vara, absolutamente descolocado, para que no le picaran, para simular que le castigaban en la siguiente. Se dolió de los palos y esperaba a su matador escarbando mucho. Y menos mal que vimos a Castella dando un muletazo por detrás. Nos faltaba algo. Si ya digo que tanto cambio... Estábamos ya como en casa, solo necesitábamos los enganchones, el pico, el cite muy fuera, el empalmar trapazos con la pierna de salida atrincherada y venga y otro y otro, hasta que logró que el toro se confundiera con un burro al embestir. Ahora te cazo un pase, te persigo y otro, ya digo, como en casa. Más a gusto que en brazos, se lo juro a ustedes.


Y como todo se acaba, hasta lo bueno, llegó irremediablemente el sexto, el de Garrido, un Alcurrucén de feas formas, que no iban a desentonar con su comportamiento. Se vencía por el pitón izquierdo. Muy mal puesto en suerte, casi mejor diría que lo tiraron por allí, para que el de aúpa si acaso le regañara un poquito, pero nada de castigarle: Trapazos, tirones, brazo largo, pico y como la cosa no arrancaba, arrimón al más puro estilo de plaza de carros, invertidos y si le faltó algo fue que le diera al toro en el hocico con un matasuegras. Ya estábamos todos a gusto, ya podíamos volver a casa y decir lo de siempre, que había sido una calamidad, que si el toreo moderno, que los mulos de Alcurrucén. Las cosas ya estaban en orden. Y es que esto sí que es coherencia y sentido de la normalidad

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Todo queda dicho, ni un solo detalle digno de destacar en la santa tarde. Ni un muletazo hondo y mandón, ni un par de banderillas, ni un quite, ni una vara digna de destacar. Del ganado mejor no hablar. En fin, ná de ná. Así está el patio!

Un abrazo
J.Carlos

Enrique Martín dijo...

Así está, J. Carlos, pero como decías el otro día, luego parece que la cosa no va con ellos, que pasaban casualmente por aquí.
Un abrazo