Los montados se van perdiendo en la penumbra |
Estábamos allí reunidos en contubernio en la grada del seis,
discutiendo y aportando soluciones a esa plaga que asola los ruedos de España,
Francia, América, Sebastopol y planetas adyacentes: las muletas que salen
volando de las manos de los matadores a la hora de entrar a matar. Que es
perfilarse y el trapito ya está volando, o mejor dicho, cayendo entre las
pezuñas del toro. Con lo feo que eso queda. Que yo sé que el público lo
aplaude, lo jalea y hasta lo comenta por guasapp: Chari, que ha tirado la
muleta al suelo LOLOLOL, Jajajaja. Me parto xq es lo + de lo +. Y la Chari lo
flipa. Pero es un mal a remediar y por eso andábamos allí arriba ofreciendo
soluciones. Ha habido cosas interesantes, pero difíciles de poner en práctica,
como el que se le clavara la muleta con chinchetas a la palma de la mano, pero
se desechó por el engorro de la sangre; Pegar un trozo de velcro con loctite, a
la palma, pero lo malo era que el velcro ya hacía masa con el pellejo e
imagínense esa mano acariciando la carita de la novia, la madre, la hija, la
hermana... No resultaba operativo. Pero llegó Daniel, chico con estudios y que
sabe lo que se hace y nos dio la solución, ¡Eureka! Pues que se les ponga una
pulserita como en el mando de la wii. ¿Ustedes se imaginan? Se acabaron las
penas para Fandiño, Garrido, Padilla, Roca Rey, Ureña, El Juli y tantos y
tantos afectados de ese mal de “la tiro porque me da la gana”.
Que no se crean que el invento de la pulserita es la
solución a todos nuestros males, pero bueno, ya estudiaremos como vencer eso
del pico, la pierna atrás, el trapazo destemplado, las carreras, los enganc...
¡Uff! Mucho que arreglar, ¿no? Casi mejor empezamos por algo mucho más
sencillo, como acabar con la golfería en España. Pero mientras se solucionaban
estos problemillas, se hacía presente en Madrid Juan José Padilla, ese torero
que tan buena conexión tiene con la plaza de Madrid, ese torero tan del gusto
de la afición de las Ventas. ¡Eeeh! Oiga a mí no me digan nada, yo solo me remito
a las palmas y olés que le han dedicado mientras correteaba para
banderillear peor que un peón o para
pegar trapazos quitándose a los toros delante como podía. Henchido de valor se
fue a portagayola en el primero de la tarde. Empezábamos fuerte, un órdago en
toda regla. El de Parladé salió despistado y casi le hace una cobra taurina al
maestro de Jerez. Verónicas con el pasito atrás y hay que destacar una cosa,
Padilla no pone a los toros en suerte, lo hace el peón de brega, además muy
eficazmente. Así debe ser. Lo que ocurre es que el matador debe sacarlo del
caballo y este se inhibió, pero que conste que se fijaba mucho en como lo
hacían los de su cuadrilla, ¿eh? Que no andaba por allí como despistado. El de
Parladé cumplió sin más en la primera vara, dejándose pegar. En la segunda ya
no hubo castigo. Padilla tomó los palos y en el primer par, incomprensiblemente
se quedó en la cara del toro, encunado entre los pitones, llevándose un buen
trompazo. Otro de dentro a afuera y el del violín. Con la muleta anduvo un
pelín perdido, pero no mucho ¿eh? Que luego dicen que si... Mucho trapazo, pico
y carreras a cada momento, no corriendo bien la mano y quitando el trapo de
golpe de la cara del toro. De repente, como si se sintiera poseído por un alma
adocenada, se puso a hacer el péndulo y a dar pases invertidos, más un bajonazo
de cuidado. Pero la gente aplaudía a aquello y a esto, ¡Fiestaaaaa!
Al cuarto le saludó rodilla en tierra, lo que empieza a
agradecerse, porque así los toreros no tienen forma de echar el paso atrás.
Otra cosa es como maneje el capote y que al final, acaban poniéndose en pie. En
el caballo le pegaron al toro, que se dejaba, en el primer puyazo y ya en el
segundo se redujo a cumplir el trámite. Más banderillas, siempre manteniendo la
distancia de seguridad, bien apartándose, bien clavando a toro pasado. Volvió a
echarse de hinojos, recordando a la troupe del Bombero Torero. La de siempre
con la muleta, para acabar ahogando la embestida del toro, echándose casi
encima de él. Una faena de dejar pasar el tiempo, hasta el momento en que con
la espada, el toro desarmó a Padilla. Y hasta aquí el San Isidro del jerezano,
del que seguiremos disfrutando en los programas del señor Molés, mostrando esa
dureza en los juicios tan propia del equipo de los toros en la radio. Si es que
se me ponen los pelos de punta con esa crudeza con que no dejan títere con
cabeza. Son tan duros, tan duros, como la crema pastelera.
Fandiño volvía y se iba al fin de este San Isidro, que da la
sensación de haberle sorprendido; es como si hubiera pasado del día de San
Antón al mes de mayo, así, en una noche. Muy desorientado, se lió a trapazos
con su primero, dándose la vuelta para ceder hasta los medios. El animal fue al
caballo con la cara alta y cabeceando, saliéndose suelto. La segunda se redujo
a un cabezazo y a escapar. Se dolió una barbaridad en banderillas, casi tanto
como lo hizo el toro que el año anterior fue premiado como el más bravo de la
feria. Tomó Fandiño la muleta, así como desafiante, como soltando un “aquí
estoy yo” y fue asomar el toro y no pararse quieto un segundo, enganchones
continuados, carreras y el toro que le comía terreno a cada pase. Se vio
absolutamente superado por el de Parladé y muy poco confiado. La montó con la
espada y el toro acabó echándose de aburrimiento.
En el quinto, un pavo, hasta se quedó quieto en alguna
verónica, las del pitón izquierdo. No está mal, el 50%. Como el picador, en el
primer puyazo e agarró en buen sitio y hasta parecía medir el castigo, pero en
el siguiente, solo hizo que dejar el palo trasero. Comienzo de faena en los
medios, tanda un poco acelerada, pero que recordaba a aquel Fandiño en fase
ascendente, con carencias, pero queriendo, pero enseguida se le pasó el
arranque, ¡Uff! Se habían sobresaltado, ¿verdad? Pues nada, cálmense, el de
Orduña sigue en ese bache en el que parece que se metió el día de los seis en
Madrid. Siempre citando desde fuera, tirando del pico de la muleta, teniendo
que recuperar el sitio, se lo llevó al tercio y allí el toro no apretaba tanto,
pero se defendía más y se le echaba más encima. Pases de uno en uno, arrimón,
martinetes y el rapo a volar a cobrar una entera caída.
Y llegamos al que para algunos era una de las pocas
esperanzas que nos quedan en este mundo, José Garrido. No sé si le habrá
aclarado las cosas al personal, pero se ha definido y de forma categórica y
concluyente, como un torero pesado, vulgar y chabacano dónde los haya.
Latigazos de rodillas a la verónica, acelerado y unos tirones que además de
feos, pueden ser peligrosos. Dejó al tercero sin picar y puede que al final
acabara pagándolo, o al menos esa era la sensación, cuando en los primero
muletazos el Paladé iba comiéndoselo pase a pase. Estaba demasiado entero y el
extremeño no parecía ni dispuesto, ni capaz, de arreglar con la muleta lo que
no se hizo en el caballo. Mala colocación, carreras, banderazos y cuando la
parroquia creía que ya terminaba, otra retahíla de trapazos. El sexto tuvo que
sufrir a un picador que en el primer encuentro marró con la vara, para después
dormirse en el peto; en la segunda vara le tiro el palo y le cogió en buen
sitio, pero ni le picó, ni le regañó, ni tan siquiera le puso mala cara. Eso
sí, los aplaudidores se ganaron el sueldo y si algunos vislumbraban un toro
bravo, lo confirmaron en banderillas cuando el Parladé se dolía con descaro.
No, no, no me miren así, ¿no se han enterado que los que se retuercen al notar
las banderillas son los bravos? Y vuelvo al Alcurrucén premio de la feria del
año anterior. ¿Que no lo entienden? Toma, ni yo tampoco. Pero cosas de la
modernidad, el toro iba con bondad a la muleta, pero había que estar firme y
torearle, mandarle en las embestidas y a partir de ahí, cualquier cosa y además
buena. Pero lo de Garrido parece que nada tiene que ver con eso, con torear.
Multitud de trapazos como tantos y tantos que vemos, con los mismos defectos de
todos, que ya son norma y que muchos se resignan con que es lo que hay y hay
que adaptarse a ello. Yo no puedo y miren que lo intento. Llevo intentándolo
desde que asomaron los grandes pegapases, Espartaco, Ojeda, Juan Cuéllar,
Litri... Y a José Garrido, además hay que añadirle lo de la sosería, ¡qué
aburrido! Que pan sin sal. Enganchones, trapazos y de repente un desplante de
rodillas, para coronar ese canto a la ramplonería, en la que el toro iba a más,
sin parar de embestir, comiéndole la merienda y empezando a acusar ese no
saberle hacer las cosas cómo el animalito exigía. Arrimón, pases de uno en uno,
para terminar soltando la muleta al entrar a matar. Y quizá ya sea hora de
poner en práctica la solución que aportó Daniel: la pulserita del mando de la
Wii.
2 comentarios:
Genial maestro!Vaya maestría de la ironía y la retranca. Me recuerda al mismísimo Navalon q.e.p.d. Muchas gracias.
Manuel, Gabriel y Ramón:
Muchas gracias, se hace lo que se puede. Eso sí, lo de acercarme al maestro ya me da muchísimo vértigo, aunque agradezco la buena intención, la buenísima intención.
Un saludo
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