Solo nos pudimos conformar con el destello de José Chacón en banderillas |
Tarde de toros en Madrid y el grito más notorio ha sido el
de un señor pidiendo música, clamando al cielo porque los señores profesores
estaban de instrumentos caídos. Que esto que no pasa de ser una simple anécdota,
da una idea del público que se pasa por Madrid últimamente. Un público que
igual se limitan a sestear cuando no toca el paisano, pero que cuando sale el
chico del Matías, ahí se reactivan como si les recargaran las baterías. Que el
chaval, o no tan chaval, puede estar abanicando las golondrinas, que se jalean
sin reservas y finado el burel, sea después de una, dos, tres o mil intentos y
alguno más con el verduguillo, se agita sin rubor la mascarilla. Sí, sí, la
mascarilla, que así, de lejos, igual desde el palco parece un pañuelo y así no
se tienen que quitar el pañuelico de la peña que lucen al cuello. ¡Mascarillas
al viento! Eso sí, si desde el palco no se atienden las demandas orejiles, después,
ni se les pasa por la cabeza sacar a saludar al paisano o incluso empujarle
para dar la vuelta al ruedo. Pero no, no hay despojos, no hay juerga; se corta
el jolgorio de golpe.
Pero con la señora novilla de los hermanos Sánchez Herrero,
la verdad es que jolgorio, lo que se dice jolgorio, poco o más bien nada. Desde
el campo charro nos llegó lo que en muchas plazas, incluso en carteles de
figuras o especialmente en carteles de figuras, habría pasado como una corrida
de toros. Una presentación impoluta, que solo bajó quizá en el cuarto, que
parecía lo que era, un novillo. Corrida con complicaciones, acrecentadas en
primer lugar por las rachas de viento y en segundo, por las nefastas lidias que
espadas y cuadrillas les han propinado. Que no niego el reconocimiento que se
merecen los chavales después de haber estado delante y haber salido andando,
pero si me lo permiten, cuando se hace el paseíllo en Madrid hay que tener más
ambición que la de cortar las orejas. Has que querer mostrar toreo y capacidad
lidiadora, recursos para intentar limar los defectos del toro y si esto no es
posible, porque no siempre lo es, evitar que estos se vayan acumulando a cada
momento. Justo lo que sucedió en la novillada, con el riesgo no de no triunfar,
no de no llevarse a casa unos despojos que ya no sirven para otra cosa que para
echar al puchero. El mayor riesgo es para los propios novilleros, que como
sucedió en el segundo de la tarde, pudieron haber sembrado el ruedo de
tragedia. Que sí, que todos nos conmovimos al ver a José Rojo a merced de los
gañafones que le tiraba del de los Hnos. Sánchez Herrero, qué mal rato; pero el
que se jugó el pellejo con todo al negro, fue el que vestía de luces.
En toda la tarde no solo no se puso a ningún toro al caballo
en condiciones, tampoco se les picó, ni se intentó medirles el castigo y a
fuerza de lo visto, a alguno le habría venido muy esos dos puyazos bien dados,
evitando que fueran al encuentro a su aire, el que se les tapara la salida, el
que se les pegara un picotazo y luego se les dejara en el peto arremetiendo sin
picarles, sin medir. Eso sí a más de un pica se le ovacionó por lo bien que no
picaron. Ya saben, esa humanidad que se genera en los autobuses de peñistas
camino de Madrid. Se les dejó a los novillos que anduvieran a su aire y en
demasiadas ocasiones estos se marchaban decididos a la puerta de toriles. Y luego,
pues eso, a ver quién es el galán que se presenta allí con un trapito a darle
capotazos, muletazos, o en el mejor de los casos, a intentar sacarle de aquella
querencia tan marcada. Un desbarajuste en las lidias que quedó especialmente
patente en ese segundo que sin que nadie se ocupara de él, especialmente José
Rojo, marchó en busca del caballo que hacía la puerta y se llevó de mala manera
a Julián Gómez Carpio, cuando este evitaba que se estampara de mala forma con
el peto. Tres viajes que afortunadamente quedaron en el susto, igual que el de
Alex Benavides, para acabar con el ya señalado del propio matador.
Como suele ser habitual en los últimos tiempos, hablar de
las carencias de un novillero es hablar de las de los demás. Parece como si
hubiera un molde de toreros modernos. Aunque, pensándolo bien, igual ese molde
es una realidad, el que se impone en las escuelas actualmente, más preocupadas
en “cuidar” a los chavales, intentando seleccionar en extremo el ganado, a
veces exigiendo que se toquen las defensas, el que aprendan a venderse, a dar
mantazos a diestro y siniestro con el único fin de alterar al personal para que
luego agiten los pañuelos… o las mascarillas, pero no a torear, ni a algo tan
básico y tan primario como a defenderse. La única variación entre los matadores
depende del paisanaje que consigan arrastrar. Carlos Olsina no debió lograr que
se moviera demasiada gente y su toreo ventajista, con el pico, citando casi
metido en las orejas y echando al animal para afuera, dejando que le tocaran
demasiado los engaños, aparte de su nefasto manejo de la espada y sobretodo del
descabello, no consiguieron levantar entusiasmo alguno. Eso sí a una
espectadora en la barrera del cinco sí que le hizo sobresaltarse sobremanera
cuando el verduguillo se le vino encima, saliendo despedido desde el ruedo. Eso
sí, en el último de la tarde Olsina aprovechó para acercarse a la aficionada e
interesarse por su integridad; todo un detalle a valorar.
José Rojo, aparte de los vicios habituales, mostró una
amplia variedad de trallazos electrizantes y a toda velocidad, sin mando, por supuesto,
como sus compañeros, pero con el agravante de ir allá adónde le llevara el
novillo, aunque fuera a la misma puerta de toriles. Y parece, por el bullicio
que preparaban, que el más acompañado era Daniel Barbero, pero ni así dio mucho
de sí. Quizá era el menos ducho, el que presentaba más carencias, y ni las
continuas peticiones de música fueron capaces de animarle y tapar tanta pobreza
torera. Igual que sus compañeros, dejándose tocar en exceso los engaños. Una
más y los novilleros llevándose las ilusiones de los que cada domingo van a la
plaza a ver si atisban una nueva figura que alimente sus ilusiones taurinas
para un futuro que pinta más bien oscuro. Que donde pone un nombre ustedes
mismos pueden poner otro, de los de esta tarde, de las pasadas y me atrevo a
decir que de las venideras. Eso sí, mientras unos esperaban toreo, otros se
desgañitaban pidiendo, clamando, exigiendo algo que en Madrid no se da,
afortunadamente, música, música, músicaaaaa.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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