La torería hoy en día parece ceñirse únicamente al amaneramiento alejado de la cara del toro y a manifestaciones excéntricas aparentando una genialidad tan falsa, como esa amanerada torería. |
En esto de los toros los tópicos abundan por docenas, que el
toro de cinco y el torero de…, que no hay quinto malo, que si al que no hace la
cruz el demonio se lo lleva y uno que rebosa optimismo como si no hubiera un
mañana, eso de que todas las tardes se ve algo bueno, que el aficionado siempre
encuentra aunque solo sea una cucharadita de esencia torera para alimentar su
espíritu de aficionado. Todo está muy bien, superior, pero oiga, que va uno con
toda su buena voluntad y una carga extra de optimismo a la primera de feria y
en la primera esquina te espera un malaje con un ramón de olivo empapado en
agua y te suelta un soplamocos que te deja temblando el naso un mes; y el otro
mes, pues a recuperarse del susto. Que vaya manera de empezar esta feria de San
Isidro. Que íbamos hechos un brazo de mar a los toros, porque así lo han
recomendado los que mandan en la plaza, que a los toros no se puede ir de cualquier
manera, hay que ir hecho un pincel; de lo de las cabezas parece que no han
dicho nada, si acaso eso ya más adelante. La cosa es quedar reguapo en las
fotos oficiales de la empresa ¡Qué gusto! Cuanta gente joven, todo sonrisas,
todo camaradería, quizá más que por pensar en el festejo, porque ya se están
imaginando el monumental botellón que les espera y la culminación en el after
después del sexto de la tarde. Que ya se sabe, el futuro está asegurado, pero
no el de los toros, no, el de las destilerías de Beefeater, Johnny Walker o de
los que producen el garrafón del güeno, ese que te cauteriza el alma ¿El
festejo? El festejo, bien gracias. De verdad, ¿esta es la juventud que queremos
en los toros? Esos que se pasan la tarde de aquí para allí, que si les dicen
que no pueden salir ponen cara de lechuga al pil pil; esos que al acabar se ponen
a tirar almohadillas sin pensar en que pueden partirle la cerviz a una buena
gente que pasaba por allí. Eso sí, todos reguapos, que lo dice la empresa y con
el entusiasmo que provoca el decir vivas a lo que sea o empezar a mentarle la
madre a no sé quién, porque ellos son muy de defender la “tauromaquia” ¡Pa
habernos matao”. Lo que no sé si alguien les habrá dicho a estas criaturitas
que en esto siempre se ve algo bueno. Casi mejor que no, porque lo mismo se
sienten defraudados, por lo que sea, y se pillan un berrinche, que a ver luego
cómo se les calma. Que si alguno piensa que lo bueno, esa esencia de perfume
caro iba a venir de lo los señores Lozano… ¡Blancazo! Que vaya encierro que han
echado estos oligarcas de la fiesta. De presencia, pues vale, pero sin locuras,
aquí no podía estar eso bueno que siempre aparece. Mansos como peluches, que
notaban el palo de picar y salían llamando a su mamá camino de toriles. Que era
notar el aliento del palo y ¡fiuuuuu! ¡Ahí te quedas con tu castoreño! Que
tampoco es que los de luces hayan puesto demasiado de su parte por intentar
sujetarles un poquito, porque los mantazos ni fijan, ni sujetan, ni dan
esplendor. Que la cosa era que los alcurrucenes salieran ya sabidos, como
todos, pero no. Que sí, que luego los ha habido que medio iban de acá para allá
en el último tercio, pero siempre y cuando nadie osara intentar someterlos ni
un poquito, muy poquito. Que sí, que los ha habido que esperaban en banderillas,
pero, ¿con tan poquito nos venimos abajo con los palos? ¡Hombre! Que así no hay
quién encuentre nada bueno, por poquito que sea. Que lo más emocionante ha sido
un burro con cuernos tirando coces al caballo al tiempo que escapaba de allí
como el rayo. Que si los petos no fueran de guata, de tanto derrote los habrían
dejado que ni para que los zurzan las abuelitas de todos los presente allí
presentes. Desastre ganadero. Busquemos lo bueno por otro lado.
La terna actuante, compuesta por Morante de la Puebla,
máxima expresión del jarte jartoso, el pitiminí con alamares; Diego Urdiales,
el que hubo tardes que nos puso delante lo que era el verdadero toreo; y García
Pulido, que cuenta con un paisanaje de lo más fiel, pero que igual no contaban
que una cosa son las novilladas rebosantes de corazones tan cándidos como
benévolos y otra abrir la feria ya con el toro. Morante, del que se esperaba que
desparramara jarte como si una DANA inundara la M30, pero… Que se nos puso
tímido y la cosa fue que no. Dejó a sus toros corretear, ¡alegría! En sus dos
toros dejó que el caos se adueñara del ruedo, sin tan siquiera intentar fijar,
sujetar a aquellos mansos a las telas. En su primero probó y probó y volvió a
probar con la pañosa, a veces hasta creando en algunos la ilusión de que
aquello era lo bueno que se iban a llevar a casa, pero no, siempre muy fuera,
abusando del pico y cuando el Alcurrucén ya se acomodó al paso de procesión,
ahí hizo creer que había toreo, cuando solo había acompañamiento y sin alardes.
Concluyó con un recital de pinchazos de todos los colores, tirando puñaladas
alevosas sobre el toro. Con su segundo no estaba para dejar nada bueno y al
cuarto trapazo ya montó la espada y a otra cosa. Hubo muletazos por bajo de
cierta vistosidad, que no dejaron de ser trallazos galanos, pero trallazos, y
dicen que un trincherazo. Y el personal, que no vio el jarte por ninguna parte,
se enfurruñó y le pitó como no se pita a las divinidades. Lo que pasa es que lo
mismo Morante no es una divinidad.
Diego Urdiales es un torero que siempre ha despertado
expectación, aunque luego la galbana le inunde de arriba abajo, pero ahora, con
perspectiva, casi uno prefiere la galbana a la socorrida vulgaridad para pasar
el trámite. Mal en la lidia, sin cuidar los detalles, como hacer circular el
caballo en el sentido de las agujas del reloj y no al contrario, como indica el
reglamento, para picar al quinto yendo a favor de la querencia de manso. Hubo
un aparente destello con un quite por verónicas, siempre con el pasito atrás.
En cuanto al toreo de muleta, pues no parecía ni de lejos el Urdiales que un día
vimos y que todavía algunos esperaban. Poco decidido, siempre fuera y tirando
de pico sin rubor, sin rematar en ningún caso y dejando pasar el tiempo
tanteando y tanteando, no se sabe a qué.
García Pulido, toricantano, pues venía a mostrar el toreo
moderno de siempre, el del pase, pase y más pase. Incapaz con el capote,
incapaz de llevar la lidia, incapaz de sujetar a ninguno de sus oponentes,
incapaz de darle sentido y criterio a todo lo que hacía. Su primero se toreó
solo, iba y venía el manso, pero él solo estaba para soltar su repertorio, que
ya le podía tocar la Revolución francesa, la Guerra de los Cien Años, que él
iba a los reyes godos y de ahí no le sacabas. Que lejos aquellos triunfos
autobuseros prefabricados por el paisanaje. Que no llegaba ni tan siquiera a
saber que en Madrid para pedir el cambio no hay que airear las guedejas, se le
pide al alguacil y este ya sabrá lo que tiene que hacer. Contaba como puyazo el
que el toro pasara cerca del peto y que el palo le pegara apenas un raspalijón,
pero no, caballero, aquí, de momento, las cosas funcionan de otra forma. Pero
él iba a lo suyo, a lo de todos, pases y más pases, siempre muy fuera, con el
pico, sin mando, teniendo que recuperar el sitio y desesperando al personal que
no aguantaba ya ni un trapazo más. Al final hasta hubo almohadillas en el
ruedo, aunque tal y cómo estaba el personal, uno no acaba de saber si eran
muestras de desagrado o la creencia de que después de los toros y antes del
after, lo que tocaba era ejercicio de lanzamiento de cojines y si se tenía
buena o mala puntería, desnucar al primero que pillara desprevenido en el
tendido por semejante majadera barbaridad que a una panda de bárbaros majaderos
les parecía divertido. Eso sí, si ustedes, gentes benévolas y llenas de optimismo,
si creen que siempre hay algo bueno… búsquenlo.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario