Lo sencillo y lo complicado que es matar con ortodoxia, como para ponerse a inventar y mucho menos improvisar |
Tarde de toreros triunfadores, Ferrera, Perera y López
Simón, con ganado que en los últimos tiempos parecía que empezaba a repuntar y
a abandonar un pozo en el que estuvo durante años y del que nadie creía que
pudiera salir, el Puerto0 de San Lorenzo. Pues bien, ahora se imaginan todo al
revés y quizá se queden cortos. Por un lado, cinco mansos, a excepción del
primero, a los que no se picó apenas, a excepción del primero, de los que
cuatro fueron a morir a la puerta de toriles, que a pesar de todo en algunos
casos pudieron permitir algo de lucimiento a sus matadores, especialmente el
primero. Bien presentados, a pesar de perder algunos las manos en algunos
momentos, nada tuvieron que ver con aquellos encierros de años pasados en los
que más parecían una ruina con cuernos, que lo que se entiende por una corrida
de toros. Sin exceso de casta, a excepción de ese primero. En lo que sí
coincidieron los seis del Puerto es en el trato recibido por parte de los tres
espadas. No se puede decir que Ferrera haya devuelvo su triunfo de hace unos
días, pero desde luego que no ha podido rubricarlo. Otro caso es el de Perera,
aquel que dio origen a posteriores conflictos con el presidente de aquella
tarde. Perera ha devuelto las orejas, la puerta grande hasta las tapas que
pudiera tomarse en los bares de la zona. Lo mismo que López Simón, que dicen
que una tarde de esta feria obtuvo un trofeo y que aparte de devolverlo, lo ha
hecho con creces, no solo por no acoplarse con su lote, sino por esos extraños
intentos de convertir el toreo en una parodia de si mismo con extrañas
excentricidades difíciles de entender y si se entienden, además cabrean.
Antonio Ferrera se encontró con el toro de la tarde, que ya
de salida se veía que no iba a ser fácil, punteando los engaños y obligando al
extremeño a darse la vuelta y perderle pasos. Mal picado, en mal sitio,
peleando en el peto, aunque en el segundo encuentro se marchó suelto del
caballo. El viento era un problema añadido en el momento de tomar la muleta
Ferrera, que a poco de comenzar el trasteo por abajo se vio desarmado. El
animal no era fácil, precisaba un toreo de mando, había que dominarlo y hacerle
las cosas bien, porque si no, igual se enteraba peligrosamente de lo que allí
se cocía. Buscaba la muleta con codicia en los primeros compases, comiéndole el
terreno al espada, que no pudo evitar los enganchones, lo mismo por uno que por
otro pitón. Justo lo que menos falta le hacía al toro. Empezó a quedarse y
revolverse y a acusar ese palpar tan a menudo el engaño. No regalaba nada,
había que sacárselo, pero lo tenía. A su segundo lo recibió con un capotazo que
recordaba, aunque de lejos, a Rodolfo Rodríguez, El Pana, haciendo flamear el
capote, para justo en el momento del embroque, que el vuelo de la tela
enganchara la embestida del toro. Les confieso que ignoro el nombre de tan
vistoso recibo, espero que sean condescendientes con quién esto escribe. La
ejecución de Ferrera no gozó de la limpieza necesaria para que aquello tuviera
la vistosidad deseada. Prosiguió con cierto amaneramiento, acentuando la pose
de minucioso lidiador, quitando del caballo con un vistoso quite echándose el
capote a la espalda con un lance, como siempre fue. El animal se aquerenció en
tablas en terrenos del uno, de dónde lo sacó para llevárselo al lado opuesto,
entre el cinco y el seis. Las embestidas se le venían rebrincadas y por causa
de querer encelar con el pico, vino la colada y el susto. El viento arreciaba,
más pico y tirones, haciendo que el del Puerto perdiera las manos. La cosa
estaba complicada, un ligero calamocheo lo empeoraba, pero si se le corría la
mano por abajo, el negrillo seguía el engaño. Luego solo de uno en uno y
echándose el toro encima, hasta acabar en toriles, sin realmente saber por
dónde meterle mano al del Puerto, del que se deshizo de un bajonazo en la
puerta de toriles.
El primero de Perera se astilló el pitón rematando en tablas
de salida. Mostró fijeza en el caballo, aunque sin que se le castigara mientras
se le hacía la carioca. Con la muleta se pasó el espada un buen rato tanteando
si por aquí o por allá, entre enganchones y sin plantar las zapatillas en la
arena. Pico y el toro se le quedaba debajo, pero si le movían el paño, ¡qué
cosas! Lo seguía, pero Perera prefería seguir a lo suyo, dando la sensación de
estar dejando pasar el tiempo. Quizá se conformaba con el empate, ¿no? Su
segundo falló en el intento de saltar, para después ser recibido por su matador
con capotazos apartándose y más tarde consiguiendo meterle en las telas. Ni se
le picó, ni peleó en el peto. Primeros muletazos y corrió buscando su querencia
de manso. En las siguientes tandas la tónica se repetía una y otra vez, uno
citaba con el pico y el otro se marchaba a la salida del segundo muletazo
buscando las tablas, en un trasteo que el propio Perera alargó en demasía y sin
necesidad.
López Simón comenzó con capotazos a pies juntos, sin hacer
nada por sujetar al toro. No se le picó apenas y el animalito tenía que hacer
verdaderos esfuerzos por mantenerse en pie. Inició con banderazos con la
derecha por ambos pitones, que no dijeron nada a nadie, hasta que se lo pasó
por la espalda, ahí reaccionó el público. El animal, aunque sin un gramo de
fuerza, seguía la muleta muy despacito y el madrileño no tenía más recurso que
dar trapazos con el extremo de la pañosa, citando desde muy fuera, muy vulgar.
Más por la espalda y bernadinas para animar, recibiendo un terrible revolcón.
Se sobrepuso y de nuevo por lo mismo, más bernadinas, que por momentos eran más
que pasaba el hombre que el toro. Y entonces, en el momento de tirarse a matar,
surgió el número de la cabra. López Simón se cuadro y en el momento de tirarse
sobre el morrillo, en una maniobra extraña, tiro el trapo a las patas del toro
y él esperando encunarse, pero el toro no reaccionó cómo esperaba y todo quedó
en un esperpento, con un pinchazo. Un nuevo intento de la misma forma y el
mismo resultado. Resultaba grotesco ver semejante numerito, porque si lo que
pretendía era realizar algo de mérito, nada mejor que hacer la suerte, pero si
el objeto era que el personal se tomara aquello como un espectáculo bufo, lo
bordó. El sexto ya salió parado de chiqueros, pero con fuerzas suficientes para
arrancarle el capote a la primera de cambio. No quería caballo, lo que originó
un completo desastre en la lidia, con el caballo caminando al revés y al final
con el penco yendo al toro y no al revés. Acabó yendo a refugiarse en tablas,
se puso un pelín andarín, muletazos con la muleta atravesada y tropezándosela,
dudas sin saber por dónde entrarle al del Puerto, sin ubicarse, largando tela
en cada pase, para acabar dando un mitin con los aceros y dejando allí mismo
aquella orejita que algunos no entendieron y que López Simón no ha tardado en
devolver. Tarde para el sopor, en la que los entusiastas de Madrid,
defraudados, exigían la devolución de prendas a quién otra tarde entregaron su
alma, acabando todo como suelen acabar estas historias, devuélveme el rosario
de mi madre.
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