viernes, 7 de junio de 2019

Devuélveme el rosario de mi madre


Lo sencillo y lo complicado que es matar con ortodoxia, como para ponerse a inventar y mucho menos improvisar

Tarde de toreros triunfadores, Ferrera, Perera y López Simón, con ganado que en los últimos tiempos parecía que empezaba a repuntar y a abandonar un pozo en el que estuvo durante años y del que nadie creía que pudiera salir, el Puerto0 de San Lorenzo. Pues bien, ahora se imaginan todo al revés y quizá se queden cortos. Por un lado, cinco mansos, a excepción del primero, a los que no se picó apenas, a excepción del primero, de los que cuatro fueron a morir a la puerta de toriles, que a pesar de todo en algunos casos pudieron permitir algo de lucimiento a sus matadores, especialmente el primero. Bien presentados, a pesar de perder algunos las manos en algunos momentos, nada tuvieron que ver con aquellos encierros de años pasados en los que más parecían una ruina con cuernos, que lo que se entiende por una corrida de toros. Sin exceso de casta, a excepción de ese primero. En lo que sí coincidieron los seis del Puerto es en el trato recibido por parte de los tres espadas. No se puede decir que Ferrera haya devuelvo su triunfo de hace unos días, pero desde luego que no ha podido rubricarlo. Otro caso es el de Perera, aquel que dio origen a posteriores conflictos con el presidente de aquella tarde. Perera ha devuelto las orejas, la puerta grande hasta las tapas que pudiera tomarse en los bares de la zona. Lo mismo que López Simón, que dicen que una tarde de esta feria obtuvo un trofeo y que aparte de devolverlo, lo ha hecho con creces, no solo por no acoplarse con su lote, sino por esos extraños intentos de convertir el toreo en una parodia de si mismo con extrañas excentricidades difíciles de entender y si se entienden, además cabrean.

Antonio Ferrera se encontró con el toro de la tarde, que ya de salida se veía que no iba a ser fácil, punteando los engaños y obligando al extremeño a darse la vuelta y perderle pasos. Mal picado, en mal sitio, peleando en el peto, aunque en el segundo encuentro se marchó suelto del caballo. El viento era un problema añadido en el momento de tomar la muleta Ferrera, que a poco de comenzar el trasteo por abajo se vio desarmado. El animal no era fácil, precisaba un toreo de mando, había que dominarlo y hacerle las cosas bien, porque si no, igual se enteraba peligrosamente de lo que allí se cocía. Buscaba la muleta con codicia en los primeros compases, comiéndole el terreno al espada, que no pudo evitar los enganchones, lo mismo por uno que por otro pitón. Justo lo que menos falta le hacía al toro. Empezó a quedarse y revolverse y a acusar ese palpar tan a menudo el engaño. No regalaba nada, había que sacárselo, pero lo tenía. A su segundo lo recibió con un capotazo que recordaba, aunque de lejos, a Rodolfo Rodríguez, El Pana, haciendo flamear el capote, para justo en el momento del embroque, que el vuelo de la tela enganchara la embestida del toro. Les confieso que ignoro el nombre de tan vistoso recibo, espero que sean condescendientes con quién esto escribe. La ejecución de Ferrera no gozó de la limpieza necesaria para que aquello tuviera la vistosidad deseada. Prosiguió con cierto amaneramiento, acentuando la pose de minucioso lidiador, quitando del caballo con un vistoso quite echándose el capote a la espalda con un lance, como siempre fue. El animal se aquerenció en tablas en terrenos del uno, de dónde lo sacó para llevárselo al lado opuesto, entre el cinco y el seis. Las embestidas se le venían rebrincadas y por causa de querer encelar con el pico, vino la colada y el susto. El viento arreciaba, más pico y tirones, haciendo que el del Puerto perdiera las manos. La cosa estaba complicada, un ligero calamocheo lo empeoraba, pero si se le corría la mano por abajo, el negrillo seguía el engaño. Luego solo de uno en uno y echándose el toro encima, hasta acabar en toriles, sin realmente saber por dónde meterle mano al del Puerto, del que se deshizo de un bajonazo en la puerta de toriles.

El primero de Perera se astilló el pitón rematando en tablas de salida. Mostró fijeza en el caballo, aunque sin que se le castigara mientras se le hacía la carioca. Con la muleta se pasó el espada un buen rato tanteando si por aquí o por allá, entre enganchones y sin plantar las zapatillas en la arena. Pico y el toro se le quedaba debajo, pero si le movían el paño, ¡qué cosas! Lo seguía, pero Perera prefería seguir a lo suyo, dando la sensación de estar dejando pasar el tiempo. Quizá se conformaba con el empate, ¿no? Su segundo falló en el intento de saltar, para después ser recibido por su matador con capotazos apartándose y más tarde consiguiendo meterle en las telas. Ni se le picó, ni peleó en el peto. Primeros muletazos y corrió buscando su querencia de manso. En las siguientes tandas la tónica se repetía una y otra vez, uno citaba con el pico y el otro se marchaba a la salida del segundo muletazo buscando las tablas, en un trasteo que el propio Perera alargó en demasía y sin necesidad.

López Simón comenzó con capotazos a pies juntos, sin hacer nada por sujetar al toro. No se le picó apenas y el animalito tenía que hacer verdaderos esfuerzos por mantenerse en pie. Inició con banderazos con la derecha por ambos pitones, que no dijeron nada a nadie, hasta que se lo pasó por la espalda, ahí reaccionó el público. El animal, aunque sin un gramo de fuerza, seguía la muleta muy despacito y el madrileño no tenía más recurso que dar trapazos con el extremo de la pañosa, citando desde muy fuera, muy vulgar. Más por la espalda y bernadinas para animar, recibiendo un terrible revolcón. Se sobrepuso y de nuevo por lo mismo, más bernadinas, que por momentos eran más que pasaba el hombre que el toro. Y entonces, en el momento de tirarse a matar, surgió el número de la cabra. López Simón se cuadro y en el momento de tirarse sobre el morrillo, en una maniobra extraña, tiro el trapo a las patas del toro y él esperando encunarse, pero el toro no reaccionó cómo esperaba y todo quedó en un esperpento, con un pinchazo. Un nuevo intento de la misma forma y el mismo resultado. Resultaba grotesco ver semejante numerito, porque si lo que pretendía era realizar algo de mérito, nada mejor que hacer la suerte, pero si el objeto era que el personal se tomara aquello como un espectáculo bufo, lo bordó. El sexto ya salió parado de chiqueros, pero con fuerzas suficientes para arrancarle el capote a la primera de cambio. No quería caballo, lo que originó un completo desastre en la lidia, con el caballo caminando al revés y al final con el penco yendo al toro y no al revés. Acabó yendo a refugiarse en tablas, se puso un pelín andarín, muletazos con la muleta atravesada y tropezándosela, dudas sin saber por dónde entrarle al del Puerto, sin ubicarse, largando tela en cada pase, para acabar dando un mitin con los aceros y dejando allí mismo aquella orejita que algunos no entendieron y que López Simón no ha tardado en devolver. Tarde para el sopor, en la que los entusiastas de Madrid, defraudados, exigían la devolución de prendas a quién otra tarde entregaron su alma, acabando todo como suelen acabar estas historias, devuélveme el rosario de mi madre.

No hay comentarios: