Y que conste que esta no ha sido la peor tarde que se ha pasado de destoreo, esperando a alguna que otra que queda por venir. |
Hay carteles que desde que nacen ya te dicen mucho, avisan
que no debes esperar gran cosa de ellos, que incluso si ese día no vas a la
plaza, mejor para ti, que allí no vas a encontrar nada de lo que podrías esperar
en una tarde de toros, pero claro, no todos somos iguales, que hay quién ve lo
del Ventorrillo, con Eugenio de Mora, Ritter y Francisco José Espada y corre a
deleitarse con el excelso arte de la tauromaquia. Eso sí de lo que no estamos
libres, desafortunadamente, es de que en el momento menos esperado surja la
cornada, y cornada fuerte, como ha sido el caso de Ritter, quien al ir a hacer
un quite ha visto como el toro le atravesaba el muslo. Pero el personal al
final se ha podido marchar feliz, pues tras tanta sequía, ya tres días sin
despojos, se hacía necesario un despojo que alimentara el espíritu de los
taurinos.
Lo del Ventorrillo ha salido en modo moderno, a lo que han
colaborado los espadas actuantes. Desidia durante la lidia, sin poner el más
mínimo cuidado en poder dejar ver a los toros en el primer tercio, lo que no
quiere decir que los montados de Espada no se hayan explayado con el palo sobre
los lomos de sus dos oponentes. Luego, pasado el trámite de los petos y las
puyas, los animalitos iban a la muleta y más sin los muletazos no les obligaban
lo más mínimo, que eso no solo alegra a los astados, sino que también hace
feliz al personal, que así ve más trapazos, que ya se sabe, que si son con
mando y poder, igual los del Ventorrillo habrían dicho que por aquí se va a
Madrid.
Eugenio de Mora, que sigue viniendo por Madrid, será por
esas maneras en las que algunos creen ver clasicismo y pureza, no llegando más
que a ser un claro exponente de la modernidad imperante. A su primero le hizo
poquito caso con el capote y en la muleta hasta parecía que le complicaba la
existencia. Se mostraba poco firme, poco seguro, echándose para atrás con cada
embestida, intentándolo con el pico, mucho trapazo, hasta quedar desarmado.
Tomó la espada y escuchó los dos primeros avisos de la tarde. El cuarto quería
poca tela y menos si era para recibir mantazos en el hocico. Tampoco quería
caballo, no había manera de hacerle entrar al peto, pero sí que atinó, muy
certero, en el quite que Ritter le intentó por chicuelinas. El torero se enredó
con el capote ante un animal que no ofrecía una embestida franca. El toro se
iba complicando por momentos. Quizá por eso de Mora le recogió no sin ciertas
precauciones. Citando desde fuera, con enganchones, sin rematar ni atrás, ni abajo,
hasta que el bicho se le paró. Hubo de vérselas con el sexto, que era el que
correspondía a Ritter y para no tener que torear dos toros seguidos, se cambió
el orden de lidia. Le recibió entre mantazos y carreras. Poco picado, lo que
parte del público celebró mucho, especialmente ese momento mágico para algunos
en que el picador levanta el palo y se lo pone como un lancero bengalí o
apoyado en el suelo, tal cual Moisés bajando del monte de recoger las tablas de
la ley. Lo recogió Eugenio de Mora con ayudados por abajo, a dos manos. Decidió
darle distancia y si a un toro hoy en día se le da distancia, mucho se tienen
que torcer las cosas para que el personal no se entregue sin reservas.
Trallazos por la derecha con el pico de la muleta, otra tanda más, más
distancia aún, sin variar la tónica, un primer muletazo como un latigazo, para
a continuación esperarle con el pico preparado. El animal escarbaba una y otra
vez. Cambio a la zocata y lo mismo, con muletazos en línea recta y el del
ventorrillo acudiendo a cada cite. Vuelta a la diestra y tanda de empalmados.
La locura. Media tendida que tardó en hacer efecto y de acuerdo a esas normas
no escritas de la modernidad, el matador no tomó el verduguillo para abreviar
la agonía del toro, llegando a permitir que sonaran hasta dos avisos. Le
dejaron al abrigo de las tablas y hubo hasta quién ovacionó al toro. Ya ven, la
felicidad quería salir ya, cuanto antes, mejor. Al final dobló y el usía le
concedió un despojo que hizo que el personal tocara el cielo con las manos, que
la felicidad les rebosara, que raptara todos sus sentidos. ¿Y lo baratito que
nos sale?
Ritter solo pudo torear el primero de su lote, por resultar
cogido y no poder volver al ruedo. En este segundo no tardó en darse la vuelta
con el capote y ceder terreno hacia los medios a un animal que ya empezaba a
mostrar ciertas trazas de mulo descastado, sospechosamente estrecho de sienes,
peri que muy estrechas. Muy suelto por el ruedo, apenas se le picó. Con la
muleta mucho pico, enganchones y mucha carrera. Optó por darle distancia para
pasarlo por la izquierda, con más enganchones y obligándole a correr todavía más.
No acababa de encontrar Ritter el sitio adecuado, para acabar echándose encima
del toro, muy en corto, muletazos vulgares de uno en uno, con la muleta
atravesadísima, robando trapazos por ambos pitones, cambios de manos y en estas
que le sonó un aviso sin tan siquiera haber pensado en cambiar el estoque de
mentira, por el de verdad. Solo cabe desearle que se recupere pronto y con bien
del percance sufrido, por supuesto.
Francisco José Espada era quién cerraba la terna. Quizá de
los tres, el que menos disimulaba su modernidad más descarada. No olvidemos que
su maestro era un auténtico especialista en esto del destoreo. Con su primero,
que ya salió parado, se dio enseguida la vuelta. Picado en la paletilla, con la
cara alta, tapándole la salida, fijo en el primer encuentro, derrotando el peto
en el segundo. Ya con la muleta, Espada comenzó con la zocata con muletazos
para afuera y sin quedarse quieto, trapazo estirándose y a hacer con las
piernas lo que no llegaba con la tela. Pase por detrás, dando comienzo a un
repertorio vulgar y chabacano, metido entre los cuernos y dando trapazos a
discreción. Media muy caída y un mitin surrealista entre él con el descabello y
el puntillero. Al quinto le quiso bajar las manos en los capotazos de recibo. Mal
picado, en mitad del lomo, tapándole la salida, encelándose el animal con el
peto cuando ya no había palo que le molestara. Telonazos para iniciar el
trasteo, enganchones y acabando con el pico. Derechazos con la pierna de salida
escondida, pico, medios pases, muy vulgar, también con la izquierda, un
desarme, para ya entregarse a todo el repertorio que pretende ser efectista y
resulta adocenado, el péndulo, pases por detrás, carreras y las manoletinas de
la tarde, que no podían faltar. Pero el destino hizo que no fuera Francisco José
Espada el que cerrara el festejo, sino Eugenio de Mora, que con esa oreja mandó
al personal feliz para su casa. El despojo aterrizó en Madrid, celebrémoslo y que
la felicidad rapte nuestros sentidos.
2 comentarios:
Otro día de verbena. Dejar agonizando al toro por no hacer el ridículo con el descabello cuenta como oreja... Pues así nos va, y después de hacer una faena floja sin ponerse en el sitio
Seguiré aguantando que me digan lo que quieran pero yo no paso por el aro
H:
Pues le alabo el gusto. Lo malo de ese rehusar a tomar el descabello es que desde los tendidos ya se empieza a justificar, porque antes están los despojos, que el sufrimiento innecesario del toro y la imagen de la fiesta. Esa es la afición y el cariño que esta gente tiene por esto.
Un saludo
Publicar un comentario