martes, 11 de junio de 2019

Que la felicidad rapte nuestros sentidos


Y que conste que esta no ha sido la peor tarde que se ha pasado de destoreo, esperando a alguna que otra que queda por venir.

Hay carteles que desde que nacen ya te dicen mucho, avisan que no debes esperar gran cosa de ellos, que incluso si ese día no vas a la plaza, mejor para ti, que allí no vas a encontrar nada de lo que podrías esperar en una tarde de toros, pero claro, no todos somos iguales, que hay quién ve lo del Ventorrillo, con Eugenio de Mora, Ritter y Francisco José Espada y corre a deleitarse con el excelso arte de la tauromaquia. Eso sí de lo que no estamos libres, desafortunadamente, es de que en el momento menos esperado surja la cornada, y cornada fuerte, como ha sido el caso de Ritter, quien al ir a hacer un quite ha visto como el toro le atravesaba el muslo. Pero el personal al final se ha podido marchar feliz, pues tras tanta sequía, ya tres días sin despojos, se hacía necesario un despojo que alimentara el espíritu de los taurinos.

Lo del Ventorrillo ha salido en modo moderno, a lo que han colaborado los espadas actuantes. Desidia durante la lidia, sin poner el más mínimo cuidado en poder dejar ver a los toros en el primer tercio, lo que no quiere decir que los montados de Espada no se hayan explayado con el palo sobre los lomos de sus dos oponentes. Luego, pasado el trámite de los petos y las puyas, los animalitos iban a la muleta y más sin los muletazos no les obligaban lo más mínimo, que eso no solo alegra a los astados, sino que también hace feliz al personal, que así ve más trapazos, que ya se sabe, que si son con mando y poder, igual los del Ventorrillo habrían dicho que por aquí se va a Madrid.

Eugenio de Mora, que sigue viniendo por Madrid, será por esas maneras en las que algunos creen ver clasicismo y pureza, no llegando más que a ser un claro exponente de la modernidad imperante. A su primero le hizo poquito caso con el capote y en la muleta hasta parecía que le complicaba la existencia. Se mostraba poco firme, poco seguro, echándose para atrás con cada embestida, intentándolo con el pico, mucho trapazo, hasta quedar desarmado. Tomó la espada y escuchó los dos primeros avisos de la tarde. El cuarto quería poca tela y menos si era para recibir mantazos en el hocico. Tampoco quería caballo, no había manera de hacerle entrar al peto, pero sí que atinó, muy certero, en el quite que Ritter le intentó por chicuelinas. El torero se enredó con el capote ante un animal que no ofrecía una embestida franca. El toro se iba complicando por momentos. Quizá por eso de Mora le recogió no sin ciertas precauciones. Citando desde fuera, con enganchones, sin rematar ni atrás, ni abajo, hasta que el bicho se le paró. Hubo de vérselas con el sexto, que era el que correspondía a Ritter y para no tener que torear dos toros seguidos, se cambió el orden de lidia. Le recibió entre mantazos y carreras. Poco picado, lo que parte del público celebró mucho, especialmente ese momento mágico para algunos en que el picador levanta el palo y se lo pone como un lancero bengalí o apoyado en el suelo, tal cual Moisés bajando del monte de recoger las tablas de la ley. Lo recogió Eugenio de Mora con ayudados por abajo, a dos manos. Decidió darle distancia y si a un toro hoy en día se le da distancia, mucho se tienen que torcer las cosas para que el personal no se entregue sin reservas. Trallazos por la derecha con el pico de la muleta, otra tanda más, más distancia aún, sin variar la tónica, un primer muletazo como un latigazo, para a continuación esperarle con el pico preparado. El animal escarbaba una y otra vez. Cambio a la zocata y lo mismo, con muletazos en línea recta y el del ventorrillo acudiendo a cada cite. Vuelta a la diestra y tanda de empalmados. La locura. Media tendida que tardó en hacer efecto y de acuerdo a esas normas no escritas de la modernidad, el matador no tomó el verduguillo para abreviar la agonía del toro, llegando a permitir que sonaran hasta dos avisos. Le dejaron al abrigo de las tablas y hubo hasta quién ovacionó al toro. Ya ven, la felicidad quería salir ya, cuanto antes, mejor. Al final dobló y el usía le concedió un despojo que hizo que el personal tocara el cielo con las manos, que la felicidad les rebosara, que raptara todos sus sentidos. ¿Y lo baratito que nos sale?

Ritter solo pudo torear el primero de su lote, por resultar cogido y no poder volver al ruedo. En este segundo no tardó en darse la vuelta con el capote y ceder terreno hacia los medios a un animal que ya empezaba a mostrar ciertas trazas de mulo descastado, sospechosamente estrecho de sienes, peri que muy estrechas. Muy suelto por el ruedo, apenas se le picó. Con la muleta mucho pico, enganchones y mucha carrera. Optó por darle distancia para pasarlo por la izquierda, con más enganchones y obligándole a correr todavía más. No acababa de encontrar Ritter el sitio adecuado, para acabar echándose encima del toro, muy en corto, muletazos vulgares de uno en uno, con la muleta atravesadísima, robando trapazos por ambos pitones, cambios de manos y en estas que le sonó un aviso sin tan siquiera haber pensado en cambiar el estoque de mentira, por el de verdad. Solo cabe desearle que se recupere pronto y con bien del percance sufrido, por supuesto.

Francisco José Espada era quién cerraba la terna. Quizá de los tres, el que menos disimulaba su modernidad más descarada. No olvidemos que su maestro era un auténtico especialista en esto del destoreo. Con su primero, que ya salió parado, se dio enseguida la vuelta. Picado en la paletilla, con la cara alta, tapándole la salida, fijo en el primer encuentro, derrotando el peto en el segundo. Ya con la muleta, Espada comenzó con la zocata con muletazos para afuera y sin quedarse quieto, trapazo estirándose y a hacer con las piernas lo que no llegaba con la tela. Pase por detrás, dando comienzo a un repertorio vulgar y chabacano, metido entre los cuernos y dando trapazos a discreción. Media muy caída y un mitin surrealista entre él con el descabello y el puntillero. Al quinto le quiso bajar las manos en los capotazos de recibo. Mal picado, en mitad del lomo, tapándole la salida, encelándose el animal con el peto cuando ya no había palo que le molestara. Telonazos para iniciar el trasteo, enganchones y acabando con el pico. Derechazos con la pierna de salida escondida, pico, medios pases, muy vulgar, también con la izquierda, un desarme, para ya entregarse a todo el repertorio que pretende ser efectista y resulta adocenado, el péndulo, pases por detrás, carreras y las manoletinas de la tarde, que no podían faltar. Pero el destino hizo que no fuera Francisco José Espada el que cerrara el festejo, sino Eugenio de Mora, que con esa oreja mandó al personal feliz para su casa. El despojo aterrizó en Madrid, celebrémoslo y que la felicidad rapte nuestros sentidos.

2 comentarios:

H dijo...

Otro día de verbena. Dejar agonizando al toro por no hacer el ridículo con el descabello cuenta como oreja... Pues así nos va, y después de hacer una faena floja sin ponerse en el sitio

Seguiré aguantando que me digan lo que quieran pero yo no paso por el aro

Enrique Martín dijo...

H:
Pues le alabo el gusto. Lo malo de ese rehusar a tomar el descabello es que desde los tendidos ya se empieza a justificar, porque antes están los despojos, que el sufrimiento innecesario del toro y la imagen de la fiesta. Esa es la afición y el cariño que esta gente tiene por esto.
Un saludo