Ya ni los de Adolfo son los adolfos, ni los toreros tienen los recursos para enfrentarse ni a estos, ni a... |
Que cuando vamos a los toros lo hacemos con la ilusión de
ver algo que nos levante del asiento, que se nos quede grabado en el alma de
aficionado es algo que pocos podrían negar, porque si no, no iríamos; eso sí,
otra cosa es que seamos unos ingenuos y que todas las tardes, después de ver el
cartel, pidamos peras al olmo. Pero los hay que no pierden la esperanza y se
dejan engatusar bien porque el nombre de la ganadería les suena a supuestas
glorias pasadas o porque tal o cual torero consideran que estaba llamado a la
gloria y este iba a ser el día. Pues cuidado, calma y paciencia, porque si nos
dejamos llevar del entusiasmo y sacamos al aire nuestras preferencias, y hasta
nuestras debilidades, demasiado pronto, puede resultar que tengamos disimular y
mirar para otro lado, pensando que nadie nos va a reconocer como esos que
profirieron cantos jubilosos en honor de los toros o de los toreros. Que hay
que ser prudente con lo de Adolfo, que ya no es lo que algunos creyeron que era
y que lleva años cayendo por el tobogán de la vergüenza. Y en este día ha
soltado un encierro en algunos casos demasiado justito de presencia, en otros
que estaban un puntito por encima de ese nivel que no llega ni a decoroso, y casi
siempre tapado por la cara. Pero si de presencia ya empezamos regular tirando a
mal, a ver cómo nos explicamos lo de su comportamiento. En el caballo, nada, no
se les ha picado, simplemente se simulaba la suerte con el palo apoyado en el
lomo y los animalitos aguantándose contra el peto, que más parecían estar
sesteando, que peleando con el del caballo. Al sexto le dieron un poquito más,
mientras el de Adolfo a lo más que llegaba era a pegar algún derrote. En la
muleta, pues ni para ir venir les daba la cosa. El primero bastante tenía con
aguantar en pie; el segundo, pues medio entrega sin entrega; el tercero se
tragaba los banderazos sin decir ni mu; el cuarto sí que iba y venía, una malva
que no hacía un mal gesto; el quinto bastante tenía con aguantarse en pie,
perdiendo las manos constantemente, y aguantando los trapazos que ante tal
inválido no tenían ningún sentido; y el sexto, con el defecto de revolverse al
principio del muletazo por el pitón derecho, por el que le pegó una cornada
seca en la pierna a su matador y más tarde, después de la estocada, al tener al
espada a su merced, le lanzó un tremendo viaje que le mandó definitivamente a
la enfermería. En favor de los partidarios de Adolfo Martín hay que decir que sus
ilusiones previas al festejo no fueron airadas por ninguno de sus fieles, quizá
pensando en lo que se les podía venir encima.
Pero los partidarios de un hierro y los de un torero suelen
diferir en demasiados aspectos. Estos últimos enseguida dejan ver sus
preferencias, en qué residen estas, que suele ser mayormente por el paisanaje.
Paisanaje que ciega hasta tal punto, que algunos se atreven a afirmar eso de “es
un torerazo”, “Que se enteren estos de lo vales, torero”, “Eso es torear” y mil
lindezas prematuras que al cabo de veinte minutos alguno habría querido no
pronunciar jamás, al menos en público. Que si empezamos por Adrián de Torres,
confirmante diez años después de su alternativa, quizá precipitó tal
confirmación y esperar a estar más curtido en esto del toreo. Que pensarán que
esto es un contrasentido, pero si nos atenemos a los resultados… Con el capote
su actuación fue menos que discreta, con mal manejo de la tela para medio
llevar la lidia. Con la muleta se mostró muy inseguro. Su primero le trajo por
la calle de la amargura, muletazos sin mando ninguno, sin conducir las
embestidas, con lo que el Adolfo se le acostaba constantemente y ahí andaba de
Torres abrazado al cárdeno, intentando librarse del animal como fuera.
Muletazos en los que parecía que estaba presto a escapar, pero de los que no
sabía escapar, sin poder con un pobre moribundo que bastante tenía con aguantar
en pie. Y para colmo un bajonazo infame que hasta hubo partidarios que aplaudieron;
¡Total! La espada estaba en el bicho y eso es lo que cuenta, ¿no? Lo del cuarto
fue peor. Inédito con el capote, le costó enterarse en el último tercio de
aquel animal era para hartarse a torear, pico, desconfiado, muletazos largando
tela, desconfiado, echando el toro para afuera, desconfiado y cuando empezó a
no desconfiar empezó con un cuarto de trapazo que hicieron las delicias del
personal, que si ¡Vivas a su tierra! Que si vaya torerazo, que si eso es
torear. Lo malo es que el espada tardó en ver lo que todo el mundo veía y
cuando quiso darse cuenta, habiendo perdido por el camino la espada de mentira,
el palo, y la de verdad, se dispuso a culminar su obra. Los más afines hablaban
de dos despojos y los más distantes deseando que aquello tocara a su fin, pero
él dale que dale y cuanto más se alargaba el trasteo, más se evidenciaban sus
muchas carencias. Pero había que firmar la obra con la suerte suprema y Adrián
de Torres tampoco fue capaz de ver el sitio de cuadrar al toro. Demasiado
cerrado y en la suerte contraria; pinchazo, pero no pasa nada, se le aplaude y
pa’lante. Otro más y un aviso, pero nada, sigue, que ahora va a ser la… seis
pinchazos más, segundo aviso y sin pensarse eso de que se mata con la espada, sin
pensar en eso de la vergüenza torera, tomó el descabello y a la quinta y
atornillando despenó al animal, mientras algunos miraban para arriba, para
abajo o para los lados, esquivando las miradas de esos que tuvieron que
aguantar “vivas” y loas que solo se entendían desde el paisanaje. Pero no pasa
nada, hay una manera muy buena de evitar este mal trago en un futuro, que no
vuelva por aquí y si lo hace, a ver si después de otros diez años ya está más
preparado.
Román, la simpatía en el toreo, después de gozar de hierros
más benevolentes otras tardes, en esta ocasión le tocó lo de Adolfo Martín y,
no como en otras ocasiones, sin partidarios como para llenar un tren. Como ya
es norma en cuanto a estos toreros modernos se les complica un puntito la cosa,
se pegan el giro y a recular con el capote, como si empezaran a hacer
oposiciones a banderilleros, que hay que pensar en el futuro. Matadores con
años de alternativa y para los que el manejo del capote es un misterio
insondable. En el inicio de la faena por abajo, hasta parecía que templaba las
embestidas, pero inmediatamente se evaporó el efecto y hasta aparecieron los
enganchones. Continuó con mucho pico, demasiado encimista y recuperando el
sitio a la carrera entre pase y pase. Muy fuera, vulgar, venga trapazos, para acabar
cazándolos de uno en uno y firmar con un sartenazo y una estocada delantera a
capón. En el quinto, una chiva con kilos que ya flojeaba de inicio, después de
ese simulacro de suerte de varas, se empeñó en darle trapazos y más trapazos,
lo que era un espectáculo lamentable con un animal que hacía por no perder las
manos, pero sin éxito. Pero parece que en tiempo de la modernidad la cosa es
soltar el repertorio completo. Acabó con un sablazo casi envainado haciendo guardia,
que es algo que le puede pasar a cualquiera, pero en esos casos el matador saca
la espada y entra de nuevo intentando limpiar ese borrón, pero Román no estaba
para torerías de otro tiempo y con un golpe de descabello remató una mala tarde.
Ángel Sánchez recibió a su primero, que no quería capotes y
buscaba la salida por el ruedo, con demasiados capotazos que no mejoraban la
situación. Bien Curro Javier con los palos, tragando quina en el segundo par.
Ya con la muleta, el espada al menos fue breve y no se dilató en banderazos,
abanicazos y trapazos, lo que siempre es un alivio. En el sexto, una chiva
pegajosita no supo poderle y ganarle terreno, más bien se giró para perdérselo.
Inició el trasteo por abajo, más quitándoselo de encima que toreando. Se le
revolvía por el lado derecho y a las primeras de cambio le tiró un derrote seco
que le levantó del suelo primero y le pegó un revolcón a continuación. Era
evidente que estaba herido, pero volvió a la cara del toro, la verdad que para
no hacer nada destacable, más bien lo contrario, mientras era más de un hilo de
sangre lo que le caía por la pierna. Espadazo en mitad del lomo y al querer
irse resbaló, el de Adolfo hizo por él, embistiéndole con tal violencia que le
hizo volar por los aires. Finalmente fue Adrián de Torres quién cerró con un
golpe de descabello. Aquí concluyó una tarde en la que por momentos algunos se
las prometían muy felices, viéndose llevando en volandas al paisano, pero a los
que luego la realidad y la poca pericia de su torero pusieron en su sitio y es
que hay veces que las promesas solo son efímeros espejismos, para sonrojo de sus
partidarios.
Enlace programa Tendido de Sol hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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