Aunque en Altamira no pintaran a gente jugando con el toro, igual un poco después ya andaban haciendo recortes en las marismas del Guadalquivir. |
Si nos ponemos a hurgar en las tradiciones, celebraciones o
símbolos de una nación, del lugar del mundo que queramos, seguramente que en
gran medida estas partan de hechos y circunstancias que hoy en día nos
parecerían poco recomendables. Pero es que la historia del hombre, la historia
de su cultura, de lo que retuvo la memoria de sus ancestros, es la que es y lo
que dudo es si eso sería justificación suficiente para eliminarlos, para
borrarlos de la memoria colectiva de una nación. Que no es admitir ese legado a
cualquier precio, ni legitimar la tradición simplemente por serlo, ni mucho
menos. Y aquí hablo de naciones y no países, porque a lo mejor estos dos
conceptos no coinciden plenamente. Los países tiene claramente definidas sus
fronteras, pero las naciones, puede que si las tienen estén tan borrosas y
difuminadas que se mezclarían con las de sus vecinos. Y si hablamos de esta
península ibérica, quizá nos sorprendería lo que nos encontraríamos antes de
que a esto se le llamara Reino de España, pero mejor no seguir por este camino,
pues nos llevaría a unas tesis y unos argumentos para los que servidor no tiene
argumentos, ni mucho menos conocimientos suficientes. Pero sí que hay un
fenómeno que se ha repetido desde hace siglos en toda la península, obviando la
frontera más antigua de occidente que el toro sobrepasó sin el menor respeto a
gobiernos, reyes, tribus o imperios, y este no es otra cosa que el juego con el
toro, primero su crianza y más tarde el hacerlo el eje en celebraciones y
fiestas, con los hombres jugándose el ser simplemente por eso, por ser, por
sentir, por vivir, por burlar a la muerte, algo que también está en las raíces
de esta gente del Pirineo hacia abajo. La muerte, siempre presente y jugando a
esquivarla con descaro, con aparente despreocupación y desprecio al cuerpo y a
la vida misma.
Que esto de los juegos con toros, tanto desde su origen
hasta el presente, con su máxima expresión en las corridas de toros, no es
fácil de entender, quizá la cuestión sea que no hay nada que entender: es algo
irracional, tanto como los sentimientos humanos, como ese arraigo a una tierra
que te maltrata, que es tan inhóspita que cualquiera con dos dedos de frente
abandonaría. Pero que el que la nace y la vive se niega a levantar sus plantas
de allí donde vivieron los suyos y, con más o menos esfuerzo, se empeña en
repetir una y otra vez los ritos que ya nadie sabe cómo, ni dónde nacieron,
pero que están ahí. Será porque les hace sentir, saber quiénes son. Que habrá
quien desee levitar sobre una historia, unas costumbres, una forma de ser,
porque se sienten más próximos a lo que sucede en otras latitudes; que no
tienen que estar ni a cientos, ni a miles de kilómetros, basta con estar entre
asfalto y edificios de cuatro o más plantas, con ascensor, moqueta en el salón,
calefacción con bomba de calor y una Siri para que les diga si se ponen la
térmica o las chancletas. Que es posible que esta gente esté creando una forma
de vida, una tradición y hasta unos ritos y que luego los quieran implantar en
todo el orbe, pero… ¿Ahora vamos a pretender enmoquetar el campo? Que la vida
rural, el campo, no se puede instalar en la ciudad, quizá los toros sean lo más
lejos que ha llegado este mundo al asfalto, pero tampoco pretendamos lo
contrario. Porque igual lo de vivir en el campo con wifi potente, un 4x4 que
nos lleve a todas partes, que te traigan la compra pedida por internet a casa,
que desaparezcan los gallos que hacen kikiriki al amanecer, que callen las
campanas de las iglesias porque no nos dejan ver neflis, que las vacas
no caguen, que los caballos no relinchen, eso no es el campo, eso es su ideal
de un mundo muerto, anodino, en el que solo caben los que piensan así y,
evidentemente, no les cabe nadie más.
Que las almas puras ahora parece que quieren hacer que el
mundo sea mejor borrando cualquier referencia a lo que no es una felicidad al
modo que inventó Aldous Huxley, ese de “Un mundo feliz”, que ya sabía de
antemano que ese mundo nunca podía ser feliz. No podemos eliminar los
“Fusilamientos de la Moncloa” porque es una imagen de guerra, dolor y muerte,
no podemos echar abajo el Coliseo porque simboliza todo lo que era la Roma
Imperial, ni convertir la “Gran Muralla” en una huella en el suelo, porque era
una barrera para impedir el paso de los forasteros, ni prohibir la “haka” Maorí
porque era una danza previa a la lucha y en la que al enemigo se le quería
asustar anunciándoles una muerte cercana. Porque eso son los pueblos, lo que no
quiere decir que hoy en día los tercios quieran volver con la pica a Flandes, ni
que las legiones pretendan someter de nuevo al mundo, ni que se vaya a pasar a
cuchillo a todo aquel que sobrepase la muralla, ni que los “Black Jacks” tenga
la idea de acabar con cualquiera que les pretenda arrebatar un balón apepinado.
Entonces, ¿Por qué es tan difícil entender que los aficionados a los Toros son
unos enamorados de un animal? ¿Bajo qué mecanismo y razonamiento pueden pensar
estas almas puras que odiamos al toro y que disfrutamos con su muerte? Que no
le da un valor extraordinario el que sea parte de la tradición, nada más lejos;
el valor se lo da el rito, el acerbo cultural que ha llegado hasta nosotros y
ha crecido a través de los siglos, la fuente de inspiración que ha sido y es
para tantas mentes prodigiosas, para tantas mentes que hasta estuvieron
dispuestas a dar su vida por la libertad de su gente, de su pueblo, por la
igualdad entre semejantes, por la fraternidad de los pueblos, y que además
veían en los Toros una fuente inagotable de valores reales, no los que otros
pretenden manipular torticeramente, valores para crear arte, para educar en la
vida sabiendo que siempre estará presente la muerte, que la muerte es
inevitable, la tuya, la suya, la propia. Y quizá también supieron entender cómo
era y por qué se movía el lugar dónde vieron la luz, cómo eran sus padres, sus
abuelos, los que les precedieron y que les hicieron saber más de ellos mismos.
Quizá por todo esto aprendieron a saber e identificar cómo eran, cómo es la
cultura de una nación.
Enlace al programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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