Se guardó un minuto de silencio recordando en este día a Iván Fandiño, ee la misma fecha en que las Ventas cumplían 92 años. |
Siempre se habla de la trascendencia de la Beneficencia. Que
si se monta con los triunfadores de San Isidro, que si con una ganadería
triunfadora anteriormente y que el aficionado esperaba, al contrario de lo
hecho en los últimos años, en que se decidía el cartel allá por diciembre. Y
este año, con tanto figurón parecían tener seguro un cartel con los de siempre
y encima con la vitola de triunfadores, pero es que uno ya no se puede fiar ni
de los figuras. Que igual puede ser que estos no son para confiar demasiado en
ellos, que lo mismo son pura fachada, unos niños bonitos que al primer
contratiempo se arrugan como el papel cuando se moja. Que todo ya iba atravesado,
como estos de quienes hablamos tuercen las muletas para hacernos trampas. Que ha
costado Dios y ayuda montar un cartel de triunfadores; y eso que uno ya venía
de serie. Que medio tenían uno justificado y resulta que por cuestión de
fechas, adelantaron el festejo un día. El torero así podía, los otros también
podían, quien presidia extraordinariamente la corrida también, pero parece que
los que no podían eran muchos aficionados, mucho abonado que se sintió ofendido
y nada valorado con ese cambio, sin pensar en ellos, aunque además, también les
echaba para atrás ese cartel más que de triunfadores, triunfalista. Con un
ganado que igual no llamaba ni en Brazamuecos del Enfundado, con tres de Juan
Pedro, que ahora resulta que va a ser el no va más, y tres de Daniel Ruiz, que
seguro que los aficionados no echaban de menos. Quizá al verlo anunciados los
echaban de más. Y como uno no pasó, entró otro de Victoriano del Río, que lo
mismo está para un roto, que para un parche en un festejo. Seis toros seis,
para Sebastián Castella, al que unos dicen que le robaron todas las puertas
grandes imaginables y otros, por el contrario, que se las regalaron chuscamente
por su grandiosa forma de destorear. Además, Emilio de Justo, encumbrado un día
por quién creyó ver a Mazzantini redivivo, mientras otros no entienden cómo se
pueden tener esas visiones fantasmagóricas a base de un cuarto de trapazos. Y
el tercero, Fernando Adrián, que salió a cuestas de una manera solo
comprensible para el más furibundo y entregado paisanaje.
Lo del ganado es fácil de resumir, a unos les tapaba la
carita, a otros los kilos y al tercero no le tapaba nada, un novillo mal
presentado, que además estaba inválido. Por supuesto que no se les pico, se
hacía la simulación con mucho arte, excepto al quinto, que se le dio lo que a
todos los demás juntos, lo que tampoco es excederse. Ninguno metió los riñones
y si acaso, como este quinto, peleaban con un solo pitón, a veces
alternándolos. Por supuesto que no se les puso en suerte y fueron víctimas de
unas lidias inexistentes, algo tan propio de esta modernidad. Luego, para el último
tercio, pues iban, venían, iban otra vez, destacando sobre los demás el cuarto,
que sin ser nada del otro mundo, atosigaba a Castella. Algo parecido y quizá en
mayor medida ocurrió en el quinto, que tuvo a De Justo a su merced, ganándole
en todos los terrenos. Y el sexto, que hizo correr más de la cuenta a Fernando
Adrián.
De los matadores, pues si les han visto en alguna ocasión,
cierren los ojos muy fuerte y si logran recordar algo de lo hecho otras tardes,
pues se lo aplican a esta. Castella pegando trapazos efectistas que parecen,
pero que no son, largando trapo y bailando al son que mande el toro. Anodino
con el capote, dejándole muy suelto siempre tanto al primero como al tercero,
para después en el trasteo de muleta, quizá la única variación fue que al
primero le recibió con trapazos culeros, siempre muy tramposo, muy fuera,
abusando del pico una barbaridad y embarullado. A su segundo le recetó tirones
por abajo por ambos pitones y escondiéndose siempre en la pala del pitón.
Decidió darle distancia, para continuar alborotándose, sin mandar jamás de los
jamases, venga a correr para recolocarse, echándoselo encima al no poder
conducirle, un toro que acudía y acudía, pero que requería que le dominaran al
menos un poquito. Mal con la espada, aunque la enterrara en el animal, que
cuando no era trasera, era caída y también algo trasera.
Emilio de Justo ha echado una feria de descender a los
infiernos y ya ni aquellos que le encumbraron ahora parecen querer recordar
aquellos días. Que no es para menos que hasta estos sientan cierto pudor por
aquellos despojos regalados. Aunque la realidad es que intenta lo mismo de
entonces, aunque no lo logra. Se le ve muy descentrado y casi no muestra ni
capacidad para engañar. Sin poder a su primero, siempre intentando, pero
quedando en evidencia, muy fuera, pierna muy retrasada, pico, dejándose tocar
demasiado la tela, muletazos de uno en uno y a colocarse, venga carreras y más
carreras y el animalito que se le echaba encima, complicándole demasiado la
existencia, solo por no ser capaz de mandar una vez. En el quinto, más de lo
mismo, dando la sensación de que se le podía venir arriba, siempre a merced del
animal. Que parecería que estamos hablando de una alimaña encastada, pero nada
de eso, si acaso, geniecillo, más bien acentuado por la incapacidad del torero,
que por la propia condición del toro. Un muletazo y antes de acabar, ya
estábamos bailando. Y si alguien le recordaba como estoqueador, que lo siga
recordando, por ahora se limita a pegar sablazos traseros, pero que muy
traseros.
Lo de Fernando Adrián, pues quién sabe lo que durará, quizá
un año, quizá un siglo, pero de momento ni torea, ni tiene vergüenza torera, o
igual es que desconoce lo que es ser torero. Un novillo inválido que no se
aguantaba en pie y se lía a darle trapazos y más trapazos, que van más allá
hasta de la palabra vulgaridad. El público indignado y él, pues a lo suyo, a
alargar insultantemente el trasteo. Ya saben, esos genios del toreo que deciden
castigar al personal toreando. Vamos, como si un cocinero al que se le queman
las lentejas, como castigo pone esas lentejas. Que es algo provocador, no hay
duda, pero inteligente, lo que se dice inteligente. Y a su segundo, pues
banderazos y más banderazos, para seguir largando tela con la zurda, echándose
al toro para afuera. Pico, más trapazo culero, más trapazo, carreras, trapazos
empalmados, vulgarísimo y más allá y el público entregado; eso sí, una vez
animado el cotarro, aquí no se puso a seguir desesperando con sus trampas,
cortó por lo sano y se fue a por la espada. Una entera trasera y lo demás
estaba en manos de los mulilleros, que, curiosamente, cuando no hay posibilidad
de despojo atraviesan el ruedo por el camino más corto, pero cuando puede haber
despojo se pegan un rodeo a buscar ajos a Chinchón, unas garrapiñas en las
monjas de Alcalá, saludan en El Escorial y ya, cuando ven que ha habido
despojos, enganchan al toro y se van; no se sabe si a la voz de ¡Boooote,
gracias! O en silencio. La pena es que la salida a cuestas se tuviera que
interrumpir a mitad del delirio, porque los actuantes tienen que pasarse por el
palco a saludar, porque esto es lo que pasa siempre en el chalaneo más
importante del año.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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