La suerte suprema parece que se convierte o en un ejercicio gimnástico o un hecho para cobrar la pieza, más de cazador o incluso matarife, que matador de toros. |
Arsenio Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en
la Universidad de Chesterton, Virginia del Sur, se detiene en ese obstáculo que
puede frustrar los triunfos triunfalistas, como es el sustituto de lo que en su
día se llamó la suerte suprema. Que ahora la suerte suprema es que la suerte,
la fortuna esconda el acero dentro de lo negro, cárdeno, colorado, dónde sea,
dónde caiga, que eso no importa, porque lo que de verdad interesa es que el
animal caiga y punto.:
Mientras que no se extienda y
generalice la costumbre de los indultos, especialmente cuando el señor de luces
pueda olisquear la posibilidad de cortar despojos sin medida, mientras tanto se
verán obligados a hacer uso de la espada. Que a algunos de estos ejecutantes
les cuesta un berrinche, pero los aficionados, usualmente gritones,
circunspectos y que no se ríen ni haciéndoles cosquillas, que no hay alcohol
que les anime, se ponen exigentes y piden que se realice la suerte, a la manera
de los tiempos pretéritos, casi arcaicos.
Pero mientras que haya que
seguir apiolando a los animales, lo principal es cazarlo, no como dictan las
pinturas rupestres, que quizá sean más respetuosas con los animales que muchos
de los ejecutantes actuales de la suerte. En primer lugar, dicho ejecutante
tiene que adoptar una postura gallarda. Culo fuera, rodilla izquierda apuntando
a Malta, la mano izquierda agarrando la muleta más atrás de lo atrás que se
permita y el brazo derecho como colgado de las nubes, como si un ser supremo lo
mantuviera sujeto con un hilo, a modo de títere y titiritero. Si es preciso,
manteniendo tal pose, el ejecutante puede moverse de un lado para otro, con
pasito cortos, como apuntando con una mirilla cual cazador de paquidermos en el
Serenguetti.
Ya dispuesto todo, el ejecutante
lanzará un grito y avanzará hacia el toro. Cuanto más rápido, mejor.
Dependiendo de la agilidad de cada uno, podrá echar a correr hacia su lado
izquierdo, pero siempre, como requisito indispensable, habrá de echarle el
trapo a la cara, privarle de la visión y ahí, aprovechar y pegar el espadazo
allá dónde fuera. Eso sí, fuera dónde fuera, el ejecutante levantará
ostensiblemente el brazo derecho, si es agitándolo, mucho mejor, provocando un
efecto hipnótico en el respetable, que de esa forma no se fijará en el lugar en
que se enterró el acero. Que la estocada puede caer em mitad del lomo, en la
paletilla, apenas palmo y medio, pero el brazo siempre en alto, como el que
para un taxi lloviendo. Y si es evidente que el respetable se ha percatado del
sablazo, entonces hay que cambiar de actitud a la velocidad del rayo. Entonces
toca lamento, pero muy sentido, para lo que siempre viene bien el plegar la
muleta sobre el brazo y empezar a dar paseos sin rumbo, mirando al cielo,
cerrando los ojos y simulando que se profieren blasfemias al cielo. Ahí, muy
insensible tiene que ser el personal para no entregarse con el corazón hecho
añicos.
Otras circunstancias que se
pueden dar es después de un pinchazo, sea dónde sea, que será respondido por
palmas por parte de los más afines. Si por accidente, porque no cabe otra
posibilidad, el acero asoma por allí, por dónde nunca debería asomar, entonces
habrá que tener a un miembro de la cuadrilla lo suficientemente aleccionado
como para que presto se lance hacia el toro echándole un capote por encima para
tapar el “accidente” y si no es posible sacar la espada, hacerlo lo suficiente
como para que nada asome por dónde no debe asomar. Eso sí, sea como sea la
estocada, hay que procurar por todos los medios posibles, imaginables o
inimaginables, el tomar el descabello, porque, ¿cuántos despojos no se han
perdido después de media docena de golpes de verduguillo, unos detrás de la
testuz y otros en el hocico del pobre animal, que ya le hubiera gustado que
primero atinara con la espada y luego con el verduguillo, pero esto no está
preparado para la habilidad y sí para…
Y cerraremos esta serie con el último escrito de don Arsenio
Cienfuegos Aguado, Catedrático en Arte Abstracto en la Universidad de
Chesterton, Virginia del Sur, como resulta más que evidente, profundo conocedor
en la percepción y descripción de la “tauromaquia” del s. XXI.
Enlace programa Tendido de Sol Hablemos de Toros:
https://www.ivoox.com/podcast-tendido-sol-hablemos_sq_f11340924_1.html
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