A veces el toreo no puede ser de pase y pase y tiene que fundamentarse en otro concepto de más poder y mando |
La modernidad ha irrumpido en la plaza de Madrid, abrámonos
a la modernidad, entreguemos nuestra dolorida alma de aficionados al señor
Casas, don Simón, y que san goretex y san forro polar nos acojan en su seno.
Pero claro, como en el mes de mayo ya no hace frío, pues nada, a los toros con
una rebequita o una americana de entretiempo, que no va a hacer falta para más.
¡Menuda rasca, Mariano! Que recordaba yo a aquel aficionado que en días
parecidos preguntaba a algún alma cándida si habían puesto la calefacción, que
por sugerencia del caballero, siempre se lanzaba a palpar con esperanza para
ver si aquellas barandillas de las gradas se habían convertido de la noche a la
mañana, en tuberías de la calefacción. Pero no, las ciencias adelantan que es
una barbaridad, pero no tanto como para evitarnos una tarde de frío polar a la
altura del metro Ventas.
Primera de feria, toros de la Quinta, que bien presentados
en general, han mostrado mal genio y mansedumbre para regalar. Parecía hasta
que podían tener recuerdo de su procedencia, amagando gestos de mansedumbre
encastada, pero uno no se había empezado a hacer ilusiones, cuando se iban de
los engaños como burros espantados. Eso sí, siempre con peligro, que a veces
fue mucho. Que se lo pregunten a Alberto Aguilar, que vio cómo su primero
empezaba acostándose por el pitón derecho, para en seguida cruzarse
descaradamente, poniendo en jaque a las poco eficaces cuadrillas. Se le pico
poco y mal y por si a alguien se le había escapado el detalle, el de la Quinta
se ocupó de dejar clara su condición, bien prontito. Su mansedumbre se
complicaba con ese pitón derecho que buscaba de todo, menos las telas. Faena
sobre el pitón izquierdo, con muletazos echando el toro para fuera con el pico
de la muleta. Una tandita medio aseada, para intentarlo de nuevo por el
derecho. ¡Fiussss! Achuchón tremendo y mejor olvidarse de ese lado. Aguilar se
empeñaba en pegar pases, pero la cosa estaba para ponerse a torear de verdad,
con mucho mando y sin unas pretensiones estéticas demasiado ambiciosas.
Salió el segundo ya escarbando de salida, mientras la tarde
empezaba ya a notarse fresca. Echando las manos por delante y escondiendo el
hocico entre las pezuñas, salió de najas a toriles al medio capotazo, sin querer
ni telas, ni caballos, ni perrito que le ladrara, siempre buscando sus
querencias de manso. David Galván no se puede decir que estuviera demasiado
afortunado en la lidia. Por su cuenta, en lugar de cambiar la lidia y mover el
caballo acercándose a chiqueros, se lo llevó directamente al picador que hacía
la puerta. Picotazo a escape en el de tanda y por prisa, se cambió el tercio.
Distraído en el segundo tercio, iba desarrollando sentido a medida que los
banderilleros le pasaban por la cara con unos palos en la mano. El de la Quinta
no tenía un pase, la cosa estaba quizá más para machetearle por abajo y luego,
ya veríamos. Pero el primer impulso de querer ponerse a pegar pases de Galván
fue castigado con un feo revolcón que llevó al diestro a la enfermería, de la
que ya no volvió a salir. Acabó con esta joya Alberto Aguilar, no sin
complicaciones.
Al cuarto lo recibió Alberto Aguilar intentando alargar el
viaje con los brazos. ¡Vaya, igual vale! ¿Qué vale? Para cabra montés; que
brinco pegó nada más sentir el palo. Dos veces volvió al nuevo y reluciente
peto, para descargar su mansedumbre cabeceando y tirando cornadas con
desesperación. En el último tercio, su matador se limitó a pegar trapazos y
banderazos con el pico, a ir cazando muletazos según venía, de los cuales,
especialmente por el pitón derecho, salía como un mulo, al paso y sin humillar,
pero bueno, ya habrá más tardes; quizá habría venido mejor doblarse con él y
que se le quitaran esas ganas de entrar con brusquedad y salir de aquella
manera.
Javier Jiménez, ese torero simpático y dicharachero no
parecía estar para alegrías, por no estar, no estaba ni para hacer el toreo.
Vale que pego pases, pero eso, los pegó, como el que pega un jarrón de Sevres
con pegamento ultrarrápido y coloca seis piezas del revés. Excesivos capotazos
a su primero, sin parar de bailar y dando la sensación de no saber como
despegarse del de la Quinta. Se le dio en la primera vara, que aunque cierta
fijeza en el peto, más que por empujar, lo era por dejarse, mientras ni tan
siquiera amagaba con humillar. El animal tenía mucho que torear, incluso hasta
podía ofrecer un puñado de embestidas, pero ya digo, había que torear, lo que
no se debe confundir con dar pases. De entrada una colada tremenda por el pitón
derecho, el sevillano sin saber por dónde meterle mano y como parte de la
salsa, el viento. Trapazos, venga a recolocarse, pico, pases a trompicones y
carreras.
Salió el quinto, que era el que iba a hacer sexto, y que por
el percance de David Galván debería ser despenado por Javier Jiménez. Hubo que
hacerle la carioca a este manso sin disimulo que tiraba desesperados derrotes
al peto, mientras los capoteros montaban la gran capea al más puro estilo
talanquerero. Carreras, coladas, mantazos maleando al toro y complicándolo más
de lo que ya venía de fábrica, le inició la faena el espada a base de
naturales, muchos naturales, muy destemplados, según pasaba por allí, largando
trapo y recolocándose a cada sacudida de la pañosa. Tantos hubo, que hasta una
tanda pareció medio aseada y todo, pero ausente en todo momento el mando. Hasta
hubo quién le pidió la oreja y todo, pero no se preocupen, no hay nada que no
quite un vaso de leche calentita y un paracetamol. El sexto, como sus hermanos,
hizo sonar el estribo más que la campana gorda de Toledo. Preludio de una
sinfonía de enganchones basada en el pitón derecho, repetida como una tediosa
salmodia sin gracia. Mitin con los aceros, algo repetido a lo largo de la tarde
en Aguilar y Jiménez, que no se sonrojaron cada vez que al entrar a matar le
soltaban al toro la muleta en el morro. Una tarde como muchas e las que lleva
vivido la afición de Madrid en los últimos tiempos, quizá con la variante de
los mansos con cierta incertidumbre y a pesar de los desvelos innovadores del
señor Casas, don Simón, la parroquia muerta de frío y la calefacción sigue sin
funcionar.
2 comentarios:
Muy bien comentada la corrida, como siempre. Corrida mansa y dura que no se cayó, cosa de agradecer en estos tiempos. Corrida que exigió a los toreros otro tipo de lidia, como bién comenta, doblarse por abajo y que les crujan los cucalos. Mal picada, con problemas en banderillas y mal matada, pero corrida que a mí, por lo menos, no me aburrió.
Rigores.
Rigores:
Qué cosas tiene el toro, ¿verdad? Corrida mala, porque fue mala de arrancar, pero que nos mantuvo en vilo. Todos queremos los toros buenos, bravos y encastados, pero si sale una de estas, también gusta ver cómo se lidia, ¿no?
Un abrazo
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