Una estocada es una estocada y lo demás... |
La felicidad inundó la plaza de Madrid, al fin esta nueva
tauromaquia, este afán festivo ha encontrado su recompensa, ¿qué digo? Todo el
mundo ha obtenido premio, unos el gordo de Navidad, con una oreja del gran
oficiante de estas formas de hacer y la salida a hombros de Gines Marín,
mientras otros se conforman con que les haya tocado lo que jugaban, que después
de tanto perder, les vale para mantener la ilusión y volver a jugar en el
siguiente sorteo. Lo que no sé es si esta lluvia de millones dará la felicidad
a los premiados. De siempre los triunfos en los toros eran el triunfo de la
Fiesta, el triunfo del toro, pero este y puede que todos los que puedan venir
en esta feria, no sean para, a favor de alguien, sino en contra de otros, de
esos de los que muchos piensan que se amargan con el triunfo de un torero, ¡qué
barbaridad! Un triunfo contra los más críticos, contra esos contra los que
desde los micrófonos de la televisión arengan sus comentaristas, sus
tertulianos y todo aquel que espera sacar algo de esto, porque si te pones
enfrente, ya se sabe, no dudan en amenazar y zarandear, que no es lo peor, lo
peor es que estos señores que utilizan estos métodos tan… Pongan ustedes el
calificativo que prefieran, lo peor, decía, es que lo mismo estos, que esa masa
que manejan con tanto desahogo, se creen en el derecho de hacer cualquier cosa
para acallar la disconformidad. Se crecen pensando que la razón les permite
insultar, amenazar, burlarse, mandar callar o incluso tirarles a la cara los
triunfos y la vulgaridad de los que tanto esperan obtener de esta fiesta de la
modernidad.
Algo que hay que reconocerles es el magisterio y fineza que
emplean para trampear en este mundo del toro. Baste con que se detengan en
examinar la corrida de Alcurrucén, con una presentación un puntito por encima
de lo que el aficionado protestaría airadamente. Justos de presentación muy
justos, pero para que si alguien levanta la voz los transeúntes se lo coman y
en esa maraña traducir la bronca en adhesión absoluta al maestro de turno. Ya
digo que la fineza en el trampeo es de admirar. Llámenme pesado, pero no puedo,
ni tampoco quiero, ni mucho menos estoy dispuesto a olvidarme que de una
corrida de seis toros no se haya podido picar a ninguno, incluso a pesar de que
el sexto derribara al caballo. ¿Cómo? Pues no lo sé, de repente el penco se
desmoronó ante un animal al que apenas se le señalaron los dos puyazos. Aparte
de las dificultades para conseguir llevarlos al peto, que demasiado a menudo
fue metiendo al toro casi debajo del palo. Pero eso poco importaba, lo fetén
era lo de después. Ya podría haber protagonizado el primer tercio el mismísimo
Mortadela, el calvo con gafas de los chistes, que habría dado igual.
La tarde iba de ceremonias, un dos por uno en confirmaciones,
Álvaro Lorenzo y Ginés Marín, dos embriones clonados de los maestros del
momento. Pero ya que durante el festejo no se respetó la antigüedad y el orden
de lidia habitual, al menos intentémoslo aquí y empecemos por el más antiguo,
el Juli. Su primero, que fue el segundo, salió echando las manos por delante y
con la mirada siempre puesta en terrenos al menos vecinos a toriles, pero
tampoco se puede decir que se le diera una lidia de intentar dominarle, de
someterle, todo es un dejar a los animales a su aire, ¿Qué se va al reserva?
Pues que se vaya. Quizá el único momento de molestarles fue en el inicio de
faena, por abajo, pero tampoco vayan ustedes a recriminar a el Juli su mano
dura, pues todo lo que vino después fue un acompañar las embestidas, muletazos
en línea recta, con retorcimientos, que no podían faltar, pero no los
habituales, porque si algo tiene este torero es la listeza con que hace todo.
Es un verdadero fenómeno para ese toreo de masas, que ni quiere detenerse en
las trampas, que por otro lado, parece que él tampoco está dispuesto a
abandonar, aunque las enmascare. Faena demasiado largo, acabando cazando
muletazos por aquí y por allá. Esa forma de matar tan poco dada a recibir
piropos, atrincherándose en la oreja mientras ciega al toro con el trapo, para
a la remanguillé soltar la cuchillada. Una orejita, que supone que es la mejor
actuación de este torero desde hace muchos años, pero claro, eso tampoco quiere
decir que sea admisible, porque su mejor, igual no llega al aprobado ramplón.
Su segundo no se lo quería poner fácil. Le metieron debajo del peto las dos
veces, para que a lo más cabecera, sin recibir castigo ninguno. Se paró mucho
en banderillas, cerrándose cada vez más. Y otra cosa no tendrá el Juli, pero
vista tiene un rato, la misma que le ha ayudado a desarrollar toda esa suerte
de amaños para reducir los riesgos al mínimo, y con criterio se lo llevó para
afuera y para no desentonar, también le pasó muy desde fuera, muletazos
empalmados, que no ligados, pico y más pico y arrimón al más puro estilo de la
talanquera. Y ya digo, que aún ha estado peor otras muchas veces.
Álvaro Lorenzo fue el primer confirmante y por lo tanto,
quién abrió plaza con el primer Alcurrucén que entraba pegando arreones y
rebrincado. Acudió suelto al primer puyazo, alegre en el segundo, lo que no
quiere decir que se le picara. Trasteo al más puro estilo de la modernidad,
abusando del pico por ambos pitones, citando desde fuera, alargando el brazo,
luego pases de uno en uno y para ver si calentaba aquello a meterse en los
pitones y quizá habría quién le hubiera regalado gustosamente la oreja tras ese
bajonazo trasero con que se quitó de encima a ese primero. A su segunda raspita
la dejaron a su aire, pero en el segundo puyazo les dio que hacer, le ponían en
suerte una y otra vez, hasta que al final le metieron debajo del peto. Luego
retorcimientos y más retorcimientos, como si se quisiera esmerar ante el
maestro del tronchalomos y esperando su aprobación. Muletas atravesadas,
muletazos a medias y repertorio de masas, metido entre los cuernos, trapazos
por aquí y por allí y una estocada que si hubiera que ponerle algún pero fue el
que estuviera una chispita atrás.
Pero el triunfador verdadero fue Ginés Marín, que se
encontró con el Alcurrucén ya parado casi de salida, costándole un mundo eso
tan banal como es el caminar, al que Álvaro Lorenzo le hizo un quite por
gaoneras y ¡Aleluya! No fueron los trallazos habituales. Luego vino una faena
larguísima, desde muy fuera, con mucho pico, la pierna retrasadísima y como es
habitual, haciendo alarde de ello y al final con muletazos lentos no por
templar, sino por la condición de moribundo del animal. El sexto, con un bonito
tipo cabra, se frenaba ante el capote que le ofrecía el espada. Curiosamente,
derribó, pero aún me sigo preguntando las causas. Luego no se le pudo picar,
porque tampoco lo aguantaba. Comenzó Marín con muletazos por el lado izquierdo,
con la tela al bies y sin rematar los pases, para continuar en una segunda
serie en la que todo se recolocó de repente, incluso ceñido y aprovechando el
dulce viaje del Alcurrucén, con un natural rematado detrás de la cadera. ¡Qué
cosas! Obviamente, la plaza se entregó, pero de la misma forma que lo hizo
cuándo continuó por el pitón derecho, aplicando esos modos que impone la
modernidad, no fuera a ser que alguien le reprochara ese guiño al clasicismo. Entera
caída y dos orejas. Bueno, ¿qué quieren que les diga. Alegría generalizada, de
nuevo el triunfo de la Tauromaquia 2.0, aderezada con uno o quizá dos
naturales, que no sé yo si estos pueden tener tanto poder, quizá sí, habrá que
reflexionar con calma y tiempo, y llegados a este punto…
1 comentario:
Completamente de acuerdo contigo Enrique.
Para que se produzca el toreo se necesita como ingrediente principal un toro con fuerza y trapío. Luego podrá ser bravo o manso con sus respectivos subcarateres (nobleza, agarrado, humillación, fijeza...) y esas características se verán reflejadas y corregidas en el caballo.
Después de eso tiene que haber un hombre que solo con un trapo y con el movimiento vertical y hondo de su cuerpo tiene que restar poder a esa bestia (realizando una creación artística) para después poder cumplir el objetivo de su trabajo por el cuál le pagan: dar muerte al animal.
Reflexiones de un joven aficionado de 19 recién cumplidos que todavía tiene muchos fallos y equivocaciones pero que intenta aprender con personas como usted.
Un abrazo maestro Enrique.
-Playerito-
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