Que buena medicina es una brega justa, eficaz y sin que se malee al toro |
Lo que son las cosas, que hace dos tardes estaba el mundo
taurino pidiendo poco menos que la guillotina para un presidente que dio una
oreja con aparente petición mayoritaria de pañuelos y a la primera de cambio
otro usía contraviene el reglamento taurino en el mismo sentido, pero con la
aritmética al revés. Sin mayoría, sin méritos y sin venir a cuento, va don
Justo Polo y ¡zas! Saca el pañuelito para premiar a Francisco José Espada, sin
que el chaval se hubiera ganado tal premio y con un claro insuficiente quórum
solicitando el despojo. Estoy deseoso de ver a la prensa oficial, al programa
de La 2 que tanto se ensañó con el presidente no pañuelero, y no lo estoy con
quienes retransmiten los festejos en directo, porque ya tengo sus argumentos,
que es un chaval joven y hay que ayudarle. ¡Caramba! No voy a seguir por lo que
me dictan las tripas, porque aparte de feo, creo que no sería honesto conmigo
mismo, ni agradable para quienes me regalan su tiempo leyéndome, ni esto iría a
ninguna parte, pero, ¿dónde está el rigor, el criterio, la profesionalidad, la
afición y la vergüenza torera de toda esta gente? Pues estará dónde ellos
mismos quieran que esté, así que, allá ellos.
Habrá que esperar a que los tribunales supremos de la
“tauromaquia”, decidan las penas a aplicar, pero igual emiten su veredicto a
calendas grecas. Pero como de momento la vida y la feria siguen, adelantemos
camino. El camino que seguían los de Baltasar Ibán , que volvían a Madrid. Con
una corrida sin exageraciones, bien presentada, que mirando las tablillas
podría dar la sensación de encierro desigual, pero que no fue así de acuerdo a
lo que saltó al ruedo. Bien presentados, manseando bastante en el caballo, unos
más que otros e incluso alguno hasta se arrancó con alegría al peto y se empleó
empujando con fijeza. Hasta los hubo que permitían el triunfo, pero también
para esto hay que estar decidido, quizá lo que no estuvo Alberto Aguilar, que
solo recibió la ovación inicial al finalizar el paseíllo, antes de una tarde
gris y con pocos recursos. Ya de salida, a su primero se limitó a mostrarle el
capote, sin parar quieto un momento. Ni poner el toro en suerte, ni medio
conducir la lidia. Este primero, tras un raspalijón del picador que falló al
pararlo, empujaba con ganas por el pitón derecho, que parecía querer pelea,
pero rompió el encanto escapando del caballo sin disimulo. Que peor fue como
quería quitarse el palo en el segundo encuentro. No estaba el toro para derechazos
y naturales y menos tirando de pico y muy fuera, quizá primero castigarlo por
abajo y luego, luego ya se vería. El cuarto se frenaba mucho de salida,
comprometía al espada, que se dio la vuelta de espaldas a los medios. Tiraba
derrotes desesperados al peto y lo que no pudieron darle entonces, se lo
recetaron en la segunda vara, incluso con el caballo sentado y el de aúpa no
perdiendo ocasión de zurrarle la badana. Ya en la muleta, empezó Aguilar con
muletazos acelerados, pegando tirones, sin temple y, cosas de los toros, el de
Ibán empezó a meter la cara, como si fuera bravo, que no lo era; esto es lo que
los antiguos llamaban bravucón, un manso que se dejaba torear. Pero el
madrileño rebosaba inseguridad, demasiadas precauciones, pico, carreras intentando
recuperar el sitio, enganchones, muy en la pala, para terminar con un mitin con
los aceros, descabellando con no más que un pinchazo hondo.
Llevaba tiempo sin asomar Sergio Flores por Madrid y aquí le
teníamos de nuevo. Pareció hasta que tenía cierto manejo con el capote en el
recibo a su primero, con eficacia, hasta que intentó dos medias que le quedaron
un tantito zarrapastrosillas. Cabeceó muchísimo el Ibán en el primer puyazo y
en el segundo, al que se arrancó con alegría, hasta empujó con fijeza mientras
le tapaban la salida, pero cuándo vio que se abría la puerta, adiós, ahí te
quedas con el palo y el castoreño. En el último tercio comenzó Sergio Flores
sacándoselo a una mano por ambos pitones, hasta con cierto temple, hasta que el
animal besó la arena. Muletazos atravesando el engaño, que el animal iba
admitiendo bien, pero no se despertó el personal hasta que se lo pasó por la
espalda. Ya saben, el público está últimamente muy sensibilizado con estas
muestras de arte supremo y exquisito, lo que se llama “Magno trapaceo”. Su
segundo al menos cumplió en el caballo y hasta tuvo instantes de empujar, lo
que hoy en día es casi mérito suficiente para declararlo el toro de la feria o
de la temporada, incluso, pero cómo era el tercio de varas, el personal debía
estar comiendo almendras, que por tres euritos, te venden un cucuruchito dónde
cabe su media docenita. Después de las almendras el mexicano no llegó a más que
a recetar banderazos, enganchones, a merodear en las inmediaciones del toro y
cuándo los muletazos abusando del pico ya no bastaban, a intentar un arrimón
que tanto aprecia la nueva afición, pero ya no había tiempo ni ganas para nada
más.
Francisco José Espada cerraba el cartel, quizá esperando que
su actuación le abriera las puertas de todas las ferias de postín, pero… No se
puede decir que demostrara ni soltura, ni pericia en el manejo del capote. No
había casi dado un mantazo, cuándo ya daba la vuelta, cediendo terreno al toro.
No obstante, hay que aplaudir la forma de poner el animal al caballo, al que ya
arrancado, a punto de notar el palo, se medio freno. Picotazo y fuera. Entonces
lo recogió José Daniel Ruano, quién con los capotazos justos lo volvió a poner
en suerte, para que apenas le castigaran. Comienzo a base de banderazos, para
que el Ibán cayera de morros. Mucho pico y carreras, llegando en el mejor de
los casos casi a empalmar muletazos, que no ligarlos, cambio de mano y un
natural lentito, según mandaba el toro. Muletazos y más muletazos, allá dónde
quería el toro, hasta llegar a la puerta de toriles, trapazos enganchados, con
la muleta hecha un burruño, por la espalda, perfilero y con un intento de
arrimón, que ya se sabe. Mucha vulgaridad, manoletinas, todo sin parecer que
aquello tuviera demasiado sentido. Una media en buen sitio que hizo rodar al
toro inmediatamente. Petición de oreja ni muchísimo menos mayoritaria, las
mulillas que parecían no querer llegar al toro y el señor presidente, don Justo
Polo, sacando el pañuelo. Quizá por incompetencia, que no sería la primera ves,
quizá para que no le montaran la del señor Magán, quizá porque le importa un
bledo esto de los toros y él está allí como un “mandao”. En el sexto, como si
fuera un calco, sin mediar capotazo, se dio espada la media vuelta y a las
primeras de cambio, que se empleara el peonaje. El toro empujó para afuera en
el caballo, se arrancó con alegría en la segunda vara y apenas recibió un
picotazo. Y la papeleta podía ser de aúpa para don Justo el benévolo, pues a
nada que hubiera allí de trapaceo por aquí y por allá, igual había que abrir la
Puerta Grande. Pero debió descansar al comprobar que el matador se limitaba a
trapazos que buscaban levantar los ánimos, a ver si así. Pero nada. Acortó
demasiado las distancias, cuándo quizá el animal pedía otra cosa; carreras, pico,
arrimón, desarmes y el primer aviso antes de entrar a matar. Y mientras, ese
jurado supremo de la “tauromaquia” deliberando para dar un veredicto justo a
don Justo, si la condena iba a ser su dimisión, destitución, degradación,
deportación o una tarta de cumpleaños.
Enlace programa Tendido de Sol del 13 de mayo de 2018:
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