viernes, 18 de mayo de 2018

La casta fundacional


Los telonazos por alto, eficaces de cara a la galería

Hace años, muchos, en la prehistoria de la “Tauromaquia 2.0”, ya casi devenida en “Tauromaquia para divertirse”, los más cargados de años y de experiencia, hablaban de aquel ancestro, el bos primigenius, que evolucionó hacia el toro de lidia, que se decía que tenía sus raíces en siete castas, las fundacionales, de las que partió todo aquel tinglado del toro bravo, con trapío, fiero, encastado, lo mismo bravo que mando, al que había que echar más que ganas para ponerse delante, pero gracias a los hados divinos, y a la inconmensurable labor de los ganaderos y tramoyistas de la fiesta, se generó una evolución que desembocó en el toro artista, el toro amigo de sus amigos, el toro amable, majete, bonito, bajito, muy en tipo, no se sabe de qué tipo, pero no pregunten, hagan un acto de fe y repitan lo de estar en tipo, que nadie les preguntará. ¿Y cuál fue el fruto de todo ese trabajo evolutivo? Pues la nueva casta fundacional que da vida y diversión al personal, lo de Juan Pedro. Era el gran día, la fecha marcada con letras de oro en la feria diseñada y creada por Mosieur Casa, don Simón, la corrida de los juanpedros.

Hay que reconocer que quizá los toros no estuvieron del todo inspirados, aunque claro, si les echan la terna que les echaron, si les ponen lienzos mal enjalbegados, ¿qué van a expresar estos artistas de Juan Pedro y Parladé? Ellos pusieron todo de su parte, permitieron que no se les picara, alcanzando el gran logro de no juntar un puyazo entre los seis del encierro, no dieron un mal problema, ni asomaron un rayito de casta y aunque parecieran estar a punto de entregar su alma al dios Ferdinando, aún tenían arrestos para seguir con bondad celestial las telas que les ofrecían los espadas. Si acaso el de Parladé se desmarcó un poquito de esa benevolencia en la embestida, aunque tampoco fue él el único responsable, que Luis David Adame también puso de su parte.

El primero al que se enfrentaron los juanpedros fue Finito de Córdoba, que recibió al que abría el festejo, tras soltar este una artística coz a un burladero con unas verónicas rectificando y rematadas con dos medias muy recogiditas. Evidentemente, la suerte de varas fue un trámite en el que la puya fue más un amigo, un colega del toro, que un artilugio de castigo. Y eso que el animal tenía intenciones de pelear, pero nooooo, que los excesos se pagan. Menos mal que en la faena de muleta, Finito de Córdoba se portó como un señor y nunca pretendió ni dominar, ni mandar, muletazos aquí, mientras él se colocaba muy allí, dos calles más allá del hilo del pitón, muletazos de uno en uno, te lo doy, te quito el trapo, te doy otro, te lo vuelvo a quitar y luego otro, igual por uno que por otro pitón. Así hasta que tomo la espada y se dedicó a pinchar, pero, ¿para qué más? Al artista que salió a expresarse en cuarto lugar, lo recibió con más capotazos echando el pasito atrás. De nuevo  lo de poner un toro en suerte o picarlo mínimamente fue una quimera del pasado más remoto. El toro mismo se quedaba por allí, dónde fuera, para recibir dos leves picotazos, casi simplemente testimoniales. El trasteo final se redujo a muletazos sosos, citando desde fuera, dejando pasar el rato y haciendo creer al personal que era la misma faena que en el primero de la tarde. Quizá la única aportación novedosa fuera el arrimón final. Pero la conjunción toro artista maestro, se hizo entre un poquito pesada y tirando a muy aburrida.

El segundo agraciado con el premio de disfrutar los juanpedros fue Román, que pese a su juventud, está haciendo grandes progresos en el arte de trapacear y no torear. Y así empezó en el recibo con el capote, que empieza con las verónicas y te acaba bailando una muñeira con el capote surcando el cielo de Madrid. Eso sí, luego no le pidan que fije a un toro, que no se puede tener todo. Suelto por el ruedo, el juanpedro quería saludar hasta a los de los refrescos. Dos entradas al caballo para que no le picaran, derrotando desesperadamente contra el peto. Comenzó la faena de muleta citando de lejos, con la muleta plegada en la zocata, para instrumentar una serie de naturales destempladísimos, veloces como el rayo. Mucha aceleración, trapazos con el pico, intercalados de carreras, sin quedarse quieto, muy vulgar, enganchones, dejándose tocar demasiado la muleta. Y el animalito yendo de un lado para otro, cumpliendo con su labor de artista o quizá también podría ser de mensajero. El quinto, muy en el tipo cabra hispánica, y eso que andaba sobrado de kilos, que ya sabemos que hay quién quiere kilos y kilos, sobre todo esos amantes del no arte y la tragedia que quieren búfalos. Para no variar, tampoco hubo lugar a picarlo, que ya ni se llegan a señalar los puyazos, que en esta Tauromaquia para el divertimento van a acabar poniéndole a los animales artistas, pegatinas de colores en el morrillo. Con la muleta, Román prosiguió su sinfonía de despropósitos, acumulando vulgaridad y más vulgaridad con cada muletazo.

El tercero en discordia, pero tampoco mucha, era Luis David, que no es un pintor francés, no, es el segundo de los Adame, que por momentos parece que confirma esa leyenda urbana de que es el que mejor torea de los tres, pero en seguida él lo aclara todo. Y eso que parecía venir animoso, primero con un quite un poquito acelerado, por gaoneras y lo que fuera. Recibió al juanpedro sin mantener la posición, a la verónica, muy fuera de sitio y descolocado, mero espectador de una no lidia, sin picar a un toro que quería empujar, pero tampoco le quedaban demasiados bríos. Telonazos a pies juntos para comenzar con la muleta y tras algún retorcimiento y no quedarse quieto dio paso a algunas tandas aseaditas, si bien tiraba del animal con la parte de fuera de la tela, no citaba con el pico, ni tan siquiera se lo echaba descaradamente fuera. Quizá era en los pases de pecho en los que se quedaba más fuera. Tanda de muletazos empalmados, una arrucina y el de pecho ligado y echándoselo por delante, constituyendo el mejor momento de la faena. Acabó acortando las distancias, unas bernadinas y una entera caída que le reportó una oreja. En el sexto, de Parladé, quizá le precipitó la ansiedad por abrir la Puerta Grande. Al grandón y destartalado que cerraba plaza, no se le picó, expresión que casi se puede tomar literalmente. Ya con la pañosa comenzó citando desde los medios, para una vez arrancado el toro y aguantando lo indecible, sacarla por la espalda, para que el vendaval que se le venía encima cambiara el viaje en el último metro. Una primera tanda muy alborotada, demasiado acelerada, que el público jaleó empujado por ese querer que cortara otra oreja. Pero quizá tanto entusiasmo, tanta algarabía contagió a Adame y le hizo acelerarse y atropellarse, sin pensar en torear, permitiendo que el Parladé se le viniera arriba y se hiciera el dueño de la situación. Pico, carreras, enganchones, peleándose que no toreando, mientras el triunfo se iba alejando muletazo a muletazo. Esta vez no pudo ser, pero al menos la presencia de los juanpedros ha servido para dejar testimonio de la modernidad, la “Tauromaquia 2.0” o “Tauromaquia para el divertimento”, a cargo del origen de todo, la piedra angular del monoencaste, con el hierro de Juan Pedro, La casta fundacional.

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