Quizá estaría bien no confundir el arte, con lo pinturero |
El señor Ponce, don Enrique, no parece satisfecho con la
situación actual de la fiesta; qué cosas, como servidor, aunque sospecho que el
descontento de cada uno va por caminos opuestos. Dice el señor Ponce, don
Enrique, que con los toros con kilos, esto se va a pique. Ni sí, ni no, si son
toros con caja, no tiene por qué, pero si son los novillotes con los que él se
anuncia, cebados como gorrinos, pues sí, esto se acaba. Se queja el señor
Ponce, don Enrique, que con el toro con el trapío que quiere el aficionado,
esto también se acaba. Aquí no me atrevo a discrepar, pues lo primero que
habría que saber es a que se refiere cuándo dice “esto”. Si es su negocio, su
montaje de gran maestro, esta farsa de toreo distante a ganado bobo que lleva
debajo del brazo por esas plazas de Dios, pues igual sí es verdad que se le
descubra el tinglado y se le acaba todo. Pero en mi humilde opinión, opinión
muy personal por otro lado, si lo que se impone es la mona enclenque, el animal
descastado, sin presencia, en la mayoría de los casos anovillados y que para
tapar las vergüenzas a veces les ponen kilos que no soportan, entonces sí que
se acaba todo, pero si lo que sale es el toro, el que él no quiere ni ver, pero
ni en foto, el toro que te encoje el corazón,
el que exige toreros, el que exige a los toreros, esto puede hacerse
eterno ¿Que a él no le gusta? Bueno, él tampoco hace demasiada gracia al
aficionado, al que a la trampa llama mentira y al fraude, timo; no al que a esa
trampa llama arte y elegancia y a la mentira y al fraude, maestría. Pero ya
digo, cuestión de puntos de vista. El señor Ponce, don Enrique, torero que en
sus inicios encandiló a Madrid, mientras él estaba encantado con la admiración
y respeto de una afición que por aquel entonces consideraba entendida, viajó a
velocidades ultrasónicas al extremo opuesto, a ese acomodarse, ese no querer
comprometerse, para llegar hoy en día a poner en duda todo lo que le venga del
aficionado de Madrid y sintiéndose como pez en el agua en medio de esa
algarabía de transeúntes que idolatran los despojos por encima de todo, que se
entregan a la diversión antes que a la pasión y que prefieren la juerga a pasar
miedo viendo a un torero ante un toro.
Son demasiadas las casualidades que se dan en la plaza de
Madrid un día en el que asoman las figuras, ganado a modo, Garcigrandes
descastados bobos, que parecen alimañas en el momento en el que no se toreen
solitos. Que con nada, hacen sudar a los actuantes, que de repente deciden que
un animal de estos es una fiera que se les quiere comer. Confirmaba la
alternativa Jesús Enrique Colombo, quién fue máxima figura del escalafón
novilleril, lo que dice muy poco del estado de la novillería. Con todos los
malos modos de sus mayores y la misma falta de recursos de estos. Quedó claro
por dónde iba la cosa cuándo a su primer novillote no fue capaz de sujetarlo en
el capote, porque claro, los trapazos no sirven, hay que torear y meter a los
animales en los engaños, hay que enseñarlos, que en el campo, aunque sea en el
campo charro, no aprenden, que dicen que en Salamanca hay universidad desde
hace ocho siglos, pero no es para los toros. Un primero inválido, que hasta
derribó al pica, por eso de no mantener el palo cuándo debajo hay uno de negro.
En banderillas el venezolano muestra facultades para clavar unas veces más
pasado que otras y hasta por ambos pitones, lo que no está mal. Ya en el
trasteo de muleta desplegó todo lo que es el toreo moderno, pico, falta de
mando, sin temple, echándose el animal para afuera y dando la sensación de
acoplarse cuándo el moribundo de Garcigrande se arrastraba por el ruedo y el
toricantano acompañaba la lentitud del caminar con posturas de toreo
parsimonioso y relajado, lo cuál resultaba, cuándo menos chocante y fuera de
lugar. Al que cerraba plaza se limitó a darle capotazos sin sentido, dejando
que el toro fuera a su aire, ahora voy al caballo, ahora no voy, ahora me
marcho, Quiso comenzar la faena de rodillas y los desarmes se sucedían una y
otra vez. Hasta cinco le contaron. Pico, carreras, lejanías, enganchones y el
moribundo haciéndose el amo. Gran futuro a Colombo, que no molestará a ninguna
de las figuras, que seguro que no le verán como una amenaza. Hace lo mismo que
ellos, pero con mucha menos experiencia.
El señor Ponce, don Enrique se hacía presente en su única
participación en la feria, con ganado, compañeros y usía muy bien elegidos. Su
primer novillo fue devuelto por manifiesta invalidez, saliendo en su lugar uno
de Valdefresno, con algo más de presencia, quizá la justa para que el maestro
se enfurruñara un rato. Nadie, ni el matador, era capaz de sujetar al animal,
que a la mínima se iba a emplazar en terrenos de toriles. Tuvo que ser Mariano
de la Viña el que pusiera un mínimo de cordura, con capotazos suaves por abajo.
El señor Ponce, don Enrique, puso las dos veces al toro en suerte con dos
revoleras. El animal empujó con fijeza en la primera vara, para acabar
dejándose sin más en la segunda. Tomó la muleta comenzando por abajo con la
diestra, abusando en exceso del pico. Ya erguido continuó por el mismo camino,
pasándoselo muy lejos, muy perfilero y con la pierna de salida allá por Manuel
Becerra, empalmando algún derechazo, con lo que levantó el ánimo de los que
tenían el turno de visita el día de san Fernando. Intento de toreo con la zurda
y un enganchón inoportuno le hizo desistir; y es que no tiene suerte, el señor
Ponce, don Enrique, con los toros, que desde hace casi treinta años no le van
bien por e pitón izquierdo, al menos en la plaza de Madrid. Más pico, enganchón,
enganchón también en los adornos finales y entera caída. Con el flojo cuarto,
otro novillote adelantado, capotazos siempre enmendándose. Derribó el animalito
al caballo, más que por el ímpetu y fortaleza, que no tenía, por ese no
mantener el palo de los picadores y claro, puede pasar que en un mal derrote,
montado y montura vayan al suelo. El caso es que no se le picó y quedó con
cierta brusquedad, bronco en las embestidas, no apto para acompañar, quizá
pidiendo que alguien le ofreciera una muleta con mando, pero no salieron
voluntarios. Muletazos por un lado y por otro, para proseguir con un macheteo
como si el Garcigrande fuera un pregonao de libro. Que no es la primera vea que
el señor Ponce, don Enrique, se inventa un manso y le da lidia de manso, con lo
que esto gusta al personal no fijo eventual. Pero ni por esas, no podía con el
novillote y tiró de arrimón, como cualquiera, aperreado con un toro que casi ni
genio sacó. Sí hay que valorar la celeridad con que el señor Ponce, don
Enrique, tomó el capote y se hizo cargo de la lidia del quinto de la tarde,
tras el tremendo volteretón que sufrió Castella. Podría haberse quedado quieto,
pero quizá habría esto contribuido a que el animal se orientara, así que con
buen criterio, hasta que el francés se recuperó, se hizo cargo del de
Garcigrande.
Proseguía Sebastián Castella su periplo torista, Jandilla,
Garcigrande y le queda el compromiso de Victoriano del Río, que deseo de
corazón, que cumpla, tras la aparatosa cogida de esta su segunda tarde. A su
primero le saludo con capotazos sin fuste alguno, que lo mismo me doy la
vuelta, que me la doy otra vez. En el caballo hizo sonar el estribo, para salir
suelto en la primera vara y taparle la salida en un puyazo trasero en la
segunda. En el último tercio, Castella ya comenzó dejándose enganchar la tela.
Citaba dándole distancia al toro, abusando del pico y dando la sensación de que
no se hacía con el de Domingo Hernández. Muletazos con la muleta atravesada,
más enganchones, por ambos pitones. Mucho trapazo y mucha vulgaridad
desesperante. A su segundo le recibió
con capotazos a pies juntos, sin pretender encelar al toro en la tela y al
tercer lance el toro se le vino directo a él, llevándoselo por delante,
haciendo que parecieran eternos esos momentos en que estaba a merced de los
pitones, en que cuándo parecía que iba a caer en la arena, volvía a rebañarlo
el toro. La cornada parecía segura, tras semejante paliza, no podía creerse que
solo tuviera males menores o mejor dicho, sin aparente gravedad. Evidentemente
la conmoción fue grande. Mientras, con criterio, Ponce se hizo cargo de la
lidia. Una primera vara muy trasera, en la que el animal peleó y todo. Ya en el
segundo encuentro se incorporó Castella, dejando al toro con una revolera.
Picotazo, para irse suelto. Lo que no se puede negar al francés es la
disposición tras semejante percance. Comenzó la faena de rodillas, lanzando
trapazos, quitándose al Garcigrande de encima, sin torear, pero lo que contaba
en el público era eso de ponerse de rodillas. Ya en pie, continuó abusando del
pico y muy retorcido, muletazo por la espalda, algún que otro enganchón y el
animal siguiendo la tela. Al pitón derecho, con la misma tónica, que si me
pongo de frente, pase por aquí y por allá, con unas formas y mañas de un gusto,
digamos, muy popular, coronado con el consabido arrimón, trapazos por los dos
pitones y estocada tirándose para dejar una entera bastante trasera. Y don
Gonzalo Julián de Villa Parro, sacó a otro más a cuestas, convirtiéndose en el
más benévolo, generoso e irrespetuoso presidente de la plaza de Madrid, con la
plaza de Madrid, en la actualidad. Y casualidades de la vida, siempre le
designan para las corridas claveleras, aunque esta calificativo ya me parece
exagerado y demasiado elitista, que tal
cómo marcha esto, podrían llamarse a estos festejos los del cardo borriquero,
exclusivo para amantes de lo chabacano y populachero, aunque ya saben, con todo
lo que estamos padeciendo, llega el señor Ponce, don Enrique, nos ilumina,
todos buscando las causas de esta debacle y el problema es el trapío, ¿no?
2 comentarios:
El fraude con el toro lo maquillan como si fuera de verdad y lo lamentable es que,cada vez tienen más seguidores.Los comentaristas de la tv lo "venden"como si fuera el nacimiento del toreo.Una parodia la convierten en gesta y todos son "maestros del toreo".Así va la cosa.
Felicitaciones por la divulgación,defensa del toro,la fiesta y con una actividad didáctica que fomenta la afición.
M.D.S.
Tienen la pretensión los de la prensa venal de vender el cuento que,ser un-buen-aficionado es aceptar el fraude con él toro.Se unen para la farsa más no para defensa de la fiesta de la cual viven.Son de un servilismo vergonzante tapando los desmanes con el toro con su postura aduladora,contribuyendo a la decadencia de la fiesta.
Docurdó C.
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