miércoles, 30 de mayo de 2018

La cantinela de siempre


Lo bien aprendidos que salen algunos de las academias taurinas, que luego ves uno y los has visto todos

Imaginen que ustedes son aficionados a la música, les gusta acudir a conciertos y todos los días toca “la vaquita lechera”, interpretada por uno afónico, otro día por uno con menos oído que una piedra, otro por uno que no se sabe la letra, otro día por uno que no se sabe la música, el que lo susurra, el que libera gallos, el que se queda en blanco, al que se lo van chivando, el vergonzoso que canta de espaldas al público y al final de cada concierto, así hasta completar más de un mes de horrores, sale uno o varios señores que te dicen que esta maravilla es un prodigio de la naturaleza y que si no lo has sabido apreciar, es que eres una mala persona, un insensible, un reventador, que faltas al respeto a los artistas, que si vas de mal café es mejor que te quedes fuera, que eso es cultura, arte y que no eres nadie para echar todo eso por tierra. Y a todo esto, de acompañamiento, cada día sale un alguien diferente, que solo toca el piano con dos dedos, muy elegantemente, pero solo con los dedos de hurgarse en la nariz. Y a la salida, vas y pretendes contar lo que has visto. Pues hagan un esfuerzo mental, por favor y sin pretender abusar, y trasládenlo a los toros y más concretamente a la feria de San Isidro, y puestos a concretar, a la corrida de Torrehandilla.

Nos repetimos hasta la saciedad con que los toros no son toros y los toreros tienen poco de toreros. Un prototipo de la modernidad. Una novillada bien presentada de Torrehandilla, remendada con dos de Torreherberos, el cuarto y el sexto. El entrar en detalles me parecería en esta caso abusar de su tiempo y dar categoría de corrida de toros a esta mamarrachada que sucedió en la plaza de Madrid el día después de una suspensión con muchos puntos oscuros. Del ganado se puede decir poco o nada, lo ya reseñado, escasa presencia, mansa, descastada, floja, sin poder picar a ninguno de los seis, si acaso algo más al sexto, el sobrero de Virgen María, pero sin alegrías, que entre la nada y el poco, a este le tocó lo poco. El primer tercio se reducía a que los toros llegaban al caballo, sin que nadie cuidara su colocación, simulaban la suerte apoyando el palo, cuándo no era sentirlo y salir volados. Se dejaban en el peto y punto. Animales que llegaron al último tercio arrastrándose, que a duras penas iban y venían detrás de la muleta, siempre y cuándo no se les forzara; que se les dieron mil trapazos, pero ninguno con un mínimo de sometimiento que sirviera para dar a aquello una pátina de dignidad. Que seguro que habrá quién afirme que a estos toros se les podía haber sacado más; depende, si sacarles más es darles más pases y quizá de mejor trazo, es posible, pero es que siento que en estos casos no hacemos otra cosa que hacerle el caldo gordo a los taurinos, al que trae este hierro, que a su vez contrata a estos toreros y a los que interesadamente les jalean. Hace dos días hubo quién por televisión se atrevió a decir que lo de doña Dolores estaba podrido, porque salió una mansada. ¿Y qué decimos de lo de Torrehandilla y de todas las ganaderías cortadas por el mismo patrón, incluida el santo y seña de la modernidad, Núñez del Cuvillo? Que lo de la mansedumbre se puede intentar solucionar buscando la bravura en la selección, pero, ¿y esa alarmante falta de casta, ausencia absoluta de casta? ¿Qué solución se le pone a eso? ¿Taparlo con optimismo? Quizá otro día, sí, pero en este momento no estoy por la labor de contar dos embestidas sin que el animalejo rodara por el suelo. Ya digo, quizá en otro momento. Que de toros y sus embestidas, sé poco, pero de embestidas de burros, de esas ya les digo que ni inventando podría hablar.

Sobre los matadores, pues bien, tampoco hace falta extenderse demasiado. Daniel Luque sigue asomando por el ruedo de Madrid, más que por sus grandes triunfos en esta plaza, dicen que por la ascendencia que tiene por parte de la empresa que desgobierna las ventas. Torero vulgar, al que ya ni se le ven esos intentos de toreo de capote. Ausente de la lidia, que solo se implicaba en el primer tercio, cuándo casi antes de que sus toros chocaran contra el peto gritaba: ¡Vale, vale! Eso es saber estar, saber lidiar ¿verdad? Con la muleta era una sucesión de trapazos tramposos, abusando del pico de la muleta, descolocado y teniendo que recuperar con carreritas lo que no mandaba con el engaño. Que para este torero el máximo de entrega es tirar la espada de mentira, ese palo que usan para montar la muleta, y dar trapazos con la flámula del revés, cambiándosela de mano. Que no digo yo que esto no guste en otros lugares, pero entonces, que lo haga allí. Aunque tal y cómo está Madrid, aquí ya entusiasma hasta el número de la cabra.

David Galván es torero de alternativa, eso es evidente, pero, ¿nadie le ha contado lo de la colocación en el ruedo, lo de no convertirse en un bulto sospechoso durante el primer tercio, que si se está picando el toro de un compañero, quizá no sea el mejor momento para ponerse a dar patadas al capote o torear de salón. Pero en estos tiempos, lo mismo Galván, que la gran mayoría de toreros, lo que espera es el último tercio, para liarse a pegar muletazos a diestro y siniestro, muletazos tramposos, enganchados, intercalados de mucha carrera, fuera de cacho, sin rematar. Que los inicios con un pase cambiado tienen mérito cuándo de verdad se cambia el viaje al toro, no que a varios metros ya le diga que por aquí. Sin bajar la mano a su segundo, no fuera a ser que el señor presidente de turno, también tan creativo él, le diera por devolver el toro a los corrales después de la segunda tanda de muletazos. Faenas eternas, faenas vulgares, sin sentido, con recursos de una chabacanería que asombra y que se llega a hacer muy pesada. Pero tranquilo, que el año que viene, con eso de llenar tardes, seguro que habrá otra con un cartel incomprensible, sin pies ni cabeza, o si vuelve Cuadri, pues ahí también puede ser, en ese cajón de sastre para los desheredados del toreo.

Álvaro Lorenzo regresaba tras su reciente salida a hombros, hecho que muchos no podían creer cuándo  le veían deambular por el ruedo. Que viendo ese correteo por el ruedo, el no pararse quieto, el abusar al extremo del pico, el no quedarse colocado en ningún momento, el pegar tirones, trapazos destemplados y que cuándo el toro ya no podía más, entonces acompañar esa lentitud, resultaba complicado imaginarle ganándose la Puerta Grande. Con un repertorio muy limitado, quizá efectista para el público, para esos entusiastas que aquel domingo le siguieron hasta Madrid, pero en esta ocasión no era el día, laborable, amenaza de lluvia, televisada. Quizá ninguno de los tres matadores lleguen a entender por qué no se les aclamó, no triunfaron con este encierro de engendros taurinos, por qué no se les entregaron las masas a sus sinfonías de mediocridad. Y eso es lo más preocupante, lo verdaderamente alarmante, que no toreen, trapaceen, que anden por ahí a su aire y que no sepan que eso no es torear, que el toreo es otra cosa, a veces sin necesidad de expresar arte, porque con expresar el toreo es más que suficiente. Pero no, ellos se aprendieron lo suyo de memorieta y allá dónde llegan lo quieren soltar y así pasa, que a muchos, tanto repetir lo mismo, tanto repetir lo mismo, estos y otros, modestos y figuras, ya nos suena irremediablemente, a  la cantinela de siempre.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buenos días Enrique. Ayer no asistí a la plaza pero me hubiera gustado estar ahí para ver las caras que ponían los taurinos y decirles a los que me decían que los de Dolores Aguirre debían sacarlos fuera de la feria. Oye, que lo mismo se divirtieron más con los mulos esos de Torrehandilla.
Un abrazo
J. Carlos