Lo bien aprendidos que salen algunos de las academias taurinas, que luego ves uno y los has visto todos |
Imaginen que ustedes son aficionados a la música, les gusta
acudir a conciertos y todos los días toca “la vaquita lechera”, interpretada
por uno afónico, otro día por uno con menos oído que una piedra, otro por uno
que no se sabe la letra, otro día por uno que no se sabe la música, el que lo
susurra, el que libera gallos, el que se queda en blanco, al que se lo van
chivando, el vergonzoso que canta de espaldas al público y al final de cada
concierto, así hasta completar más de un mes de horrores, sale uno o varios
señores que te dicen que esta maravilla es un prodigio de la naturaleza y que
si no lo has sabido apreciar, es que eres una mala persona, un insensible, un
reventador, que faltas al respeto a los artistas, que si vas de mal café es
mejor que te quedes fuera, que eso es cultura, arte y que no eres nadie para
echar todo eso por tierra. Y a todo esto, de acompañamiento, cada día sale un
alguien diferente, que solo toca el piano con dos dedos, muy elegantemente,
pero solo con los dedos de hurgarse en la nariz. Y a la salida, vas y pretendes
contar lo que has visto. Pues hagan un esfuerzo mental, por favor y sin
pretender abusar, y trasládenlo a los toros y más concretamente a la feria de
San Isidro, y puestos a concretar, a la corrida de Torrehandilla.
Nos repetimos hasta la saciedad con que los toros no son
toros y los toreros tienen poco de toreros. Un prototipo de la modernidad. Una
novillada bien presentada de Torrehandilla, remendada con dos de Torreherberos,
el cuarto y el sexto. El entrar en detalles me parecería en esta caso abusar de
su tiempo y dar categoría de corrida de toros a esta mamarrachada que sucedió
en la plaza de Madrid el día después de una suspensión con muchos puntos
oscuros. Del ganado se puede decir poco o nada, lo ya reseñado, escasa
presencia, mansa, descastada, floja, sin poder picar a ninguno de los seis, si
acaso algo más al sexto, el sobrero de Virgen María, pero sin alegrías, que
entre la nada y el poco, a este le tocó lo poco. El primer tercio se reducía a
que los toros llegaban al caballo, sin que nadie cuidara su colocación,
simulaban la suerte apoyando el palo, cuándo no era sentirlo y salir volados.
Se dejaban en el peto y punto. Animales que llegaron al último tercio
arrastrándose, que a duras penas iban y venían detrás de la muleta, siempre y
cuándo no se les forzara; que se les dieron mil trapazos, pero ninguno con un
mínimo de sometimiento que sirviera para dar a aquello una pátina de dignidad.
Que seguro que habrá quién afirme que a estos toros se les podía haber sacado
más; depende, si sacarles más es darles más pases y quizá de mejor trazo, es
posible, pero es que siento que en estos casos no hacemos otra cosa que hacerle
el caldo gordo a los taurinos, al que trae este hierro, que a su vez contrata a
estos toreros y a los que interesadamente les jalean. Hace dos días hubo quién
por televisión se atrevió a decir que lo de doña Dolores estaba podrido, porque
salió una mansada. ¿Y qué decimos de lo de Torrehandilla y de todas las
ganaderías cortadas por el mismo patrón, incluida el santo y seña de la
modernidad, Núñez del Cuvillo? Que lo de la mansedumbre se puede intentar
solucionar buscando la bravura en la selección, pero, ¿y esa alarmante falta de
casta, ausencia absoluta de casta? ¿Qué solución se le pone a eso? ¿Taparlo con
optimismo? Quizá otro día, sí, pero en este momento no estoy por la labor de
contar dos embestidas sin que el animalejo rodara por el suelo. Ya digo, quizá
en otro momento. Que de toros y sus embestidas, sé poco, pero de embestidas de
burros, de esas ya les digo que ni inventando podría hablar.
Sobre los matadores, pues bien, tampoco hace falta
extenderse demasiado. Daniel Luque sigue asomando por el ruedo de Madrid, más
que por sus grandes triunfos en esta plaza, dicen que por la ascendencia que
tiene por parte de la empresa que desgobierna las ventas. Torero vulgar, al que
ya ni se le ven esos intentos de toreo de capote. Ausente de la lidia, que solo
se implicaba en el primer tercio, cuándo casi antes de que sus toros chocaran
contra el peto gritaba: ¡Vale, vale! Eso es saber estar, saber lidiar ¿verdad?
Con la muleta era una sucesión de trapazos tramposos, abusando del pico de la
muleta, descolocado y teniendo que recuperar con carreritas lo que no mandaba
con el engaño. Que para este torero el máximo de entrega es tirar la espada de
mentira, ese palo que usan para montar la muleta, y dar trapazos con la flámula
del revés, cambiándosela de mano. Que no digo yo que esto no guste en otros
lugares, pero entonces, que lo haga allí. Aunque tal y cómo está Madrid, aquí
ya entusiasma hasta el número de la cabra.
David Galván es torero de alternativa, eso es evidente,
pero, ¿nadie le ha contado lo de la colocación en el ruedo, lo de no
convertirse en un bulto sospechoso durante el primer tercio, que si se está
picando el toro de un compañero, quizá no sea el mejor momento para ponerse a
dar patadas al capote o torear de salón. Pero en estos tiempos, lo mismo
Galván, que la gran mayoría de toreros, lo que espera es el último tercio, para
liarse a pegar muletazos a diestro y siniestro, muletazos tramposos,
enganchados, intercalados de mucha carrera, fuera de cacho, sin rematar. Que
los inicios con un pase cambiado tienen mérito cuándo de verdad se cambia el
viaje al toro, no que a varios metros ya le diga que por aquí. Sin bajar la
mano a su segundo, no fuera a ser que el señor presidente de turno, también tan
creativo él, le diera por devolver el toro a los corrales después de la segunda
tanda de muletazos. Faenas eternas, faenas vulgares, sin sentido, con recursos
de una chabacanería que asombra y que se llega a hacer muy pesada. Pero
tranquilo, que el año que viene, con eso de llenar tardes, seguro que habrá
otra con un cartel incomprensible, sin pies ni cabeza, o si vuelve Cuadri, pues
ahí también puede ser, en ese cajón de sastre para los desheredados del toreo.
Álvaro Lorenzo regresaba tras su reciente salida a hombros,
hecho que muchos no podían creer cuándo
le veían deambular por el ruedo. Que viendo ese correteo por el ruedo,
el no pararse quieto, el abusar al extremo del pico, el no quedarse colocado en
ningún momento, el pegar tirones, trapazos destemplados y que cuándo el toro ya
no podía más, entonces acompañar esa lentitud, resultaba complicado imaginarle
ganándose la Puerta Grande. Con un repertorio muy limitado, quizá efectista
para el público, para esos entusiastas que aquel domingo le siguieron hasta
Madrid, pero en esta ocasión no era el día, laborable, amenaza de lluvia,
televisada. Quizá ninguno de los tres matadores lleguen a entender por qué no
se les aclamó, no triunfaron con este encierro de engendros taurinos, por qué
no se les entregaron las masas a sus sinfonías de mediocridad. Y eso es lo más
preocupante, lo verdaderamente alarmante, que no toreen, trapaceen, que anden
por ahí a su aire y que no sepan que eso no es torear, que el toreo es otra
cosa, a veces sin necesidad de expresar arte, porque con expresar el toreo es
más que suficiente. Pero no, ellos se aprendieron lo suyo de memorieta y allá
dónde llegan lo quieren soltar y así pasa, que a muchos, tanto repetir lo
mismo, tanto repetir lo mismo, estos y otros, modestos y figuras, ya nos suena
irremediablemente, a la cantinela de
siempre.
1 comentario:
Buenos días Enrique. Ayer no asistí a la plaza pero me hubiera gustado estar ahí para ver las caras que ponían los taurinos y decirles a los que me decían que los de Dolores Aguirre debían sacarlos fuera de la feria. Oye, que lo mismo se divirtieron más con los mulos esos de Torrehandilla.
Un abrazo
J. Carlos
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