viernes, 17 de mayo de 2019

Al que pique en el rabo… una caja de galletas


Siempre hay que recordar al Rey de los Toreros y dejar que la emoción nos invada, como cada 16 de mayo.

En esta vorágine innovadora que inunda la fiesta de los toros, la plaza de Madrid, el aficionado de Madrid, tiene en el empresario al paradigma de la vanguardia más vanguardista de la Tauromaquia 2.0. No está confirmado, pero se ha filtrado que la empresa ha encabezado un nuevo proyecto: a cada picador que logre llegar con la puya a la penca del rabo del toro se le entregará como premio, una caja de galletas. Y a fuerza de ser sincero, la primera caja de surtido Cuétara tiene que estar al caer. Los palos van avanzando a lo largo de los lomos de los bóvidos taurinos, esperando saber quién alcanza tal logro. La lucha será sin cuartel y sin compasión, la misma que cada tarde tienen los señores tocados de castoreño, que se enseñorean como magistrales partelomos. Todo sea por una caja de galletas.

Que me dirán que si va a haber galletas también para los de a pie. Pues no, porque bastante tienen ellos con digerir cualquier cosa que salga por la puerta de toriles y que se desmarque que un tantito así de la monotonía del torillo comercial, del borreguito tonto e insulso. Que les sale una de Valdefresno, por poner un ejemplo, con dos de Fraile Mazas, tercero y cuarto, y a los de las calzas rosas se les hace bola; le dan vueltas y más vueltas rumiando los Lisardos, que si un buchito de agua, y más vueltas y vueltas. Que como no se los pasen por el pasapuré, allí no hay nada que hacer. El pasapuré de los que corren para ganarse la caja de galletas, que intentan triturar a todo animalito que se les pueda atravesar a sus maestros. Que igual ustedes leen esto y piensan que a la de la familia Fraile la han machacado en el caballo. Nada más lejos. O que eran unas alimañas que se comen a los niños malos crudos, menos todavía. Pero tenían sus cosas. Flojitos, eso es innegable, pero había que entenderlos. Con tarde ventosa, también, pero en realidad no creo que estos hayan sido unos factores que hayan imposibilitado cualquier opción de triunfo. No lo han facilitado, pero no han sido determinantes.

David Galván volvía a Madrid, quizá por lo de las galletas o por una manda al patrón de la Isla. Su primero parecía que se frenaba de salida y a las dos carreritas primeras ya daba angustia el verlo que si aguantaba en pie o si se iba al suelo, pero hecho un campeón se pegó sus buenos paseos por el ruedo, para acabar buscando la puerta de toriles, sin que hubiera un capote que le apartara de tan indecorosa idea para un toro, aunque más indecoroso resultaba el verle loco por saltar la barrera, lo que le resultaba complicado por esa evidente falta de fuerzas. Notó el palo en el caballo y salió pegando brincos y escapando como alma que lleva el diablo. Apenas medio picotazo entre las dos entradas al peto. Tomó Galván la franela y aún molestado por el viento, no dio para otra cosa que para mal acompañar embestidas a base de pico y comprobar que el lisiado le iba comiendo la merienda. El Valdefresno seguía el trapo y a medida que se adentraba en la serie, iba ganando terreno al espada. Muletazos citando muy fuera y echando al animal para afuera. Mal colocado, lo mismo por uno que por otro lado, hasta que el toro ha empezado a dar muestras de quererse marchar a terrenos de tablas. Las inevitables manoletinas, para que Galván acabara enredándose y sufriendo un achuchón que ya no venía a cuento. Con su segundo, tras unos desairados capotazos de salida perdió pie y afortunadamente el de Fraile Mazas no atinó. Puyazo trasero, aunque no lo suficiente para lo de las galletas, y algo que no me atrevo a llamar puyazo, si acaso, regañina leve. Y con todo y con eso, el negro se derrumbó. En el segundo tercio cabe destacar a Andrés Revuelta, que con sitio, facultades y arrojo, fue capaz de ganarle la cara al animal que cortaba buscando con ese pitón derecho. Ya en el último tercio, Galván inició por abajo, a una mano, para proseguir con la diestra, pero pegando tirones, trapazos muy despegados y echando al toro para afuera. Un nuevo susto al cambiar a la zocata, por adelantarse en el muletazo. Se le veía incapaz de encontrar la forma de meterle mano a aquello. Agitaba el engaño y el toro se le comía. Otra vez será, si es.

Había ganas de ver a Juan Ortega, uno de los últimos que ha hecho el toreo en esta plaza, pero esta no iba a ser la fecha de la continuación. Su primero parecía que se quedaba con el capote del hispalense, para frenar esas ansias de corretón que lucia de salida. Pero esto no sirvió para fijarlo y conducirlo durante la lidia. Se fue suelto al caballo, al hilo de las tablas, para empujar con el pitón izquierdo. Seguía bien los engaños, para llegar a un picotazo señalado en mitad del lomo. Este iba a por el surtido Cuétara, pero no llegó. Tomó Juan Ortega la muleta y quizá eligió el sitio menos favorable de la plaza para iniciar el trasteo. Siempre con los toriles en las proximidades, el toro empezó a pensarse mucho más eso de ir entregado, para a poco acabar parándose y defendiéndose. En la salida del quinto había que lidiar con el de Valdefresno y el viento, casi a partes iguales. Llegó al caballo sin que se midiera su colocación; puyazo muy trasero, ¡ay las galletas! Con el animal echando la cara al cielo y de medio lado, por el pitón izquierdo. En el tercio de muerte, el espada permitió demasiado enganchón y no pasó apenas de un tanteo sin resultados. Mucho pico y venga a recuperar el sitio. Sin pausa, sin encontrar el sitio, tampoco encontraba la forma, hasta terminar con un mal manejo de la espada y perreando tras el toro, mientras este buscaba refugio en tablas para echarse solo después de dos descabellos fallados.

El tercero decían unos que era el peruano serio, sin aclarar si esto era virtud o inconveniente. Joaquín Galdós se llama, que ya de salida en el primero de Fraile mazas, no tuvo reparo en darse la vuelta de espaldas a los medios, mientras el toro buscaba el abrigo de las tablas. Puñalada trasera, cómo no, que un surtido Cuétara no se gana todos los días, y un picotazo en el que parecía que el burel quería empujar. El animal hacía hilo con los banderilleros por ambos pitones. Comienzo de faena por abajo, por ambos pitones, pero acortando el viaje por el pitón derecho al rematar retirando de repente la tela. Tirones que hacían que el animal perdiera las manos. Acelerado, dando vueltas como un giraldillo el peruano Galdós, ignorando lo que es el temple. Con las ideas no muy claras, se la echó a la zocata, pico, retorcimientos, enganchones, para acabar retornando al derechazo, sin poder con su oponente, del que no tiraba en ningún momento, simplemente le ponía la muleta y quizá esperaba que el toro se torease solo, pero a lo más que llegó es a acabar dando muestras de que ya no quería nada más. Al sexto poco menos que lo tiró allá dónde fuera, para picarle poco y mal, muy trasero. La idea del premio estaba haciendo estragos. Muletazos de brazo largo, dejándose tocar la tela y sin encontrar en ningún momento el sitio, ni tampoco queriendo hacer por ver lo que aquel de Valdefresno tenía. Pero lo importante no parecía que fuera todo esto de la lidia y de torear, que lo que se respiraba en el ambiente era que al que pique en el rabo… una caja de galletas

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