Cuesta que salga el toro y cuándo sale, este parece esperar a un torero. |
Qué injusta es la vida, cuántos sinsabores, días de mucho y
vísperas de nada. Un día tiramos la casa por la ventana, damos orejas a todo
quisque, nos lo echamos a la chepa y lo coronamos como divinidad celestial y al
siguiente, na de na. Con la ilusión que llevaban algunos, quizá no tanto por
ver toros, que con lo de Jandilla ya estaba complicado, como porque se
avecinaba merendola, que no es lo mismo, pero alegra los buches. Que pensándolo
bien, los bocatas se los podían haber trasegado los pandillitas, a ver si así
cogían un poquito de cuerpo y el personal los ascendía de novillos adelantados
a toros. Y si eso no era posible, al menos que tuvieran el brío necesario que
se precisa para poder pelear en el caballo y recibir un puyazo entre todos. Que
dura se acaba haciendo el ciclo torerista/ comercial/ despojos a tutiplén, en
su primera fase.
Corrida de Jandilla muy al uso de la modernidad, mal
presentada, escuchimizada, pero que se dejaban pegar muletazos a troche y moche
y más si en ellos no había sometimiento y todo se basaba en el “ahora voy,
ahora vengo”. Abría el cartel Sebastián Castella, que no la tarde, Con un
primer toro de su lote, segundo de la tarde, al que no se picó, que manseó y no
paró de escarbar. Faena con un inicio con muletazos por abajo y con la zocata,
que podrían recordar a otro de hace años que enloqueció al personal, pero este
no fue el caso. Toreo desde muy fuera, atravesando el engaño, metiendo el pico
en el testuz del toro, para concluir con el casi inevitable arrimón. A su
segundo, aparte de tampoco picarle, le dejó un poco a su aire, si iba al
caballo desde aquí o desde allí no era cosa que le importara. Quite por
chicuelitas con demasiada sosería y acabando liándose al final del quite. Ya
que en su primero puso en práctica un comienzo de trasteo “lidiador”, en este
caso vino lo de los muletazos por la espalda, quedando desarmado a las primeras
de cambio. Y a partir de aquí ya todo fue lo de siempre, ese pegapasismo
interminable, tramposo, con enganchones y en línea recta. Nada nuevo, una nueva
edición del repertorio habitual, aunque no sería de extrañar, tal y como está
la plaza, que le veamos salir a cuestas en próximas apariciones.
La afición esperaba a Emilio de Justo, que se ganó el venir
en este San Isidro con aquellas dos impresionantes estocadas que le llevaron en
triunfo. Su primer mansito apenas tuvo que sufrir la puya. De Justo inició con
muletazos por abajo, demasiado acelerados, para proseguir con muletazos con el
pico, enganchados y sin mando, lo que por momentos le complicó, echándole el
toro la cara arriba y viniéndosele encima al finalizar el muletazo. Trallazos
destemplados, colada por el derecho y desarme y esta vez no atinó con la espada hasta el tercer intento. Su
segundo se paró ya de salida, en cuanto pisó la arena. Capotazos sin quedarse
quieto y en el caballo al menos ofreció algo de pelea, aunque fuera por un solo
pitón. En el último tercio volvió Emilio de justo por los mismos derroteros,
intentando acoplarse, abusando del pico, permitiendo que el animal le tocara la
tela, para concluir con demasiadas carreras para recuperar el sitio. Al menos
cerró con una estocada defectuosa, pero tirándose con el corazón, que no es
mala manera de intentar salvar la honra de torero.
Abría y cerraba Ángel Téllez, que confirmaba la alternativa.
Y bueno, confirmarla, la ha confirmado, pero no es que haya dejado la semilla
de la ilusión en el aficionado. Incapaz con el capote para conducir de forma
medianamente lógica la lidia, además con un animal que iba de aquí para allá y
ya a estas alturas iba como un mulo. Muletazos aburridos y con los vicios de
todos, los que nos ha traído esta modernidad y que aburren hasta la saciedad.
Casi lo mismo que en el sexto, no entendiendo la lidia, sin saber por dónde
atacar al toro y mostrando su voluntad en un quite con el capote a la espalda,
que solo demostró eso, voluntad. Quiso empezar de rodillas en los medios y
acabó sentado en la arena ante el primer embate del Jandilla. Ya en pie,
demostró una alarmante falta de pericia, no parando quieto, tirando de
vulgaridad, con todos los vicios habituales de sus maestros. Se acabó poniendo
muy pesado, intentó echarse la muleta a la espalda, pero el personal ya no
aguantaba más, por lo que tuvo que tomar la espada, para cerrar un día tan
especial con un solemne bajonazo. Fueron unos pocos los que fueron con la idea
de pedir orejas, aclamar en triunfo a estos artífices de la Tauromaquia 2.0,
aparte del aliciente de la merendola, pero no pudo ser y es que ya se sabe, qué
poco dura la alegría en casa del pobre.
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