Los sueños de triunfo tienen que acompañarse con hechos |
Que levante la mano quién no haya tenido que enmascarar
alguna comida que a los peques de la casa se les atraviesa, con esos ratos
eternos de enfado, del cómetelo, del niño dándole vueltas y vueltas y cuándo
llega el “¡trágatelo ya!”, nos sale con la respuesta que no se puede responder:
es que se me hace bola. Y en ese caso, ¿qué hacer? Pues unas veces se tira del
pasapuré, a ver si así sí, pero claro, ¿cómo triturar un filetito de hígado,
con lo que alimenta, y que la criatura no empiece a odiar también los purés?
Pues por la regla 23/78, se le empana, que el empanado tapa muchas cosas y
hasta hace que parezcan apetecibles hasta para un niño. Que si vamos a lo
moderno, ahora todo se convierte en hamburguesa, pero vayamos a lo clásico,
empánenlo.
Y eso habrá pensado alguno al ver la novillada del Conde de
Mayalde, que quitando el primero, ha sido más bien feota y justita. Mansa como
las gallinas del Zacarías, a excepción del sexto. Pero mansa de acostarse.
Hasta coces ha tirado alguno, otros era notar el palo y clamaban al cielo por
un muchachito del Refugio cualquiera que les librara de aquel suplicio. Pero
era cambiar al último tercio, ver la pañosa y se tiraban como si lo empanado
fuera la propia muleta, que forma de embestir. ¿Por el derecho? Pues por el
derecho. ¿Ahora por el izquierdo? Pues también, que si me empanan el trapo,
hasta rebaño el plato de muletazos. Solo bajó el tercero que ni empanándosela.
Pero no está mal cinco de seis. Lástima el feo juego en el caballo.
Del futuro de la fiesta, los novilleros, poco bueno se puede
decir, pues está muy bien lo de la voluntad, lo de las ganas, que por momentos
parecía que tampoco eran muchas, dejándose llevar por el aburrimiento y la
monotonía. Ellos venían a hablar de su libro, o lo que es lo mismo, habían
sacado un bono de cienes y cienes de muletazos, o trapazos, y no querían
llevarse ninguno a casa de vuelta. Que se les ofreció el que se los guardaran
en una tarterita y luego empanados igual pasaban mejor; pues no.
Salvo matices, casi se podría decir lo mismo de los tres
novilleros, se escribe una nota contando una faena moderna, al uso, y ¡zas!
Pongan ustedes el nombre. Rafael González, Marcos o Fernando Plaza. Tres
promesas que no irradian ninguna ilusión, empezando por ellos mismos, que no
daba la impresión de que quisieran ser toreros, más bien parece que su objetivo
son las orejas y punto. Que no sé yo si eso estará bueno, aunque sea
empanándolas. Rafael González evidencia un escaso sentido de la lidia, que de
salida lo mismo empieza por verónicas, que sigue con un rebujito capotero, sin
pretender enseñar al novillo a embestir alargándole las embestidas, ni
haciéndole bajar la cabeza, meterlo en los engaños. Eso sí, sentido del
espectáculo actual, sin sustancia, superficial y sin contenido, de ese sí que
tiene sus buenas dosis. Buscando el “¡Bieeeennnn!” facilón a base de trapazos
despegados y con el pico de la muleta. Eso sí, sería por la forma de tirarse
sobre el morrillo en el cuarto, se le concedió una oreja. Y mientras unos
sentían que sus novillos se les estaban yendo, él debía ya verse con el despojo
paseado en loor de amigos y vecinos.
Quizá Marcos haya sido el más pusilánime, él estaba por
allí, se ponía a dar trapazos sin compasión, que al fin y al cabo era para lo
que había venido a la plaza de Madrid. Sin atender la lidia en los primeros
tercios, él solo andaba de soltar todos los muletazos que había comprado a la
entrada en la máquina expendedora. Paró a su primer novillo a fuerza de acortar
inconvenientemente las distancias y en el segundo empezó demasiado acelerado,
queriendo tomar de nuevo el camino del arrimón. El quinto que salió tan moderno
y bonancible como sus hermanos aunque quizá tenía un puntito más de picante, lo
que habría provocado que todo lo que se le hiciera fuera de más mérito.
El tercero, Fernando Plaza, que no sabemos si se coló en el
turno de quites del primero o si fue su compañero, marcos, quién andaba
sesteando por el ruedo. A Plaza le tocó quizá el peor del encierro, el tercero,
que incluso peleó en el caballo, pero con la cara muy alta. Por el contrario
también le tocó el que no evidenció esa mansedumbre que lucieron todos sus
hermanos. No cuidó la lidia en ningún caso y en este que hacía sexto y que
ofreció oposición en el peto, por no estar atento, permitió que el animal se
fuera suelto al caballo que hacía la puerta. Porque a veces estos descuidos
colaboran a que un toro cometa algún feo. Con la muleta puso en práctica el
toreo habitual, aparte de banderazos de rodillas. Mucho pico toreando con
lentitud justo cuando al de Mayalde se le acabaron las energías, para terminar
exagerando el citar muy, muy perfilero, ofreciéndole las nalgas a su oponente.
Como todo el escalafón de matadores de toros y de novilleros, estos tres
noveles se pasarán la vida soñando un toro que meta la cara en los engaños y al
que puedan hacer el toreo jamás imaginado, pero cuándo les sale no acaban de
saber qué hacer con ello, se empeñan en soltarles el repertorio y si son
nobles, como es el caso, seguirán y seguirán hasta el hastío y si no, hasta que
el apuro sea mayor. Animales para hacerles el toreo, para cortar orejas a
pares, pero que a los muchachos se les hizo bola, pero como la cuestión no está
para el pasapuré pues solo falta que se los empanen.
Programa Tendido de Sol del 19 de mayo de 2019:
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