miércoles, 22 de mayo de 2019

Se encuentran restos de aficionados en Atapuerca


Lo que siempre fue, ya parece algo del Paleolítico

Parecía que ya estaba todo perdido y así, de repente, una expedición de arqueólogos dirigida por don Gonzalo de Villa Parro y su mano derecha, doña Cristina Sánchez, han encontrado un yacimiento dónde reposaban los restos de aquella tan renombrada afición de Madrid. Tras arduos trabajos, ambos científicos se encontraron con el hallazgo casi sin quererlo. Es más, se afirman que no querían, ni quieren que tal yacimiento salga a la luz, no vaya a ser que les provoque más sofocos que otra cosa. Ellos que iban tan pichis a pasar una alegre y feliz tarde de toros se encuentran con que en el día de la corrida del Pilar en las redes sociales se empieza a promover una protesta contra don Gonzalo, por eso de agradecerle aquel rabo a un señor que corría a caballo que se las pelaba y la reciente puerta grande a un señor vestido de luces, Perera, que delante de un bravucón se lió a hacer de todo, menos torear.

Todo iba según las normas que marca la nueva etiqueta taurina, las cuadrillas cruzando el ruedo al compás de un alegre pasodoble taurino. ¡Qué estallido de colores! ¡Vágame Jaquetón y Diano a la par! Y al concluir el paseíllo empiezan a asomar allá por el siete unas pancartas en las que se decía a don Gonzalo ¡Fuera del palco! deseándole unas urgentes y permanentes vacaciones en lo de presidir festejos en la plaza de Madrid. Se extendió esta consigna en un solo grito. Y el señor d Villa Parro, quizá extrañado, pidió que una pareja de la fuerza pública se hiciera presente en el lugar en el que habían aparecido las pancartas. Que no crean que era para hacer la prueba del carbono 14 y poder datar desde cuándo estaban allí estos aficionados de Madrid. Ni mucho menos. La cuestión era que al señor presidente no le parecía bien la crítica ante sus atropellos, los de don Gonzalo. Las protestas arreciaron y el usía, que tan torpemente envío a los agentes, para encrespar aún más los ánimos y sin motivo alguno que respaldase tal decisión. Y en lugar de esperar, se sacó el pañuelo blanco para que saltara el primero de la tarde. ¡Aaaayyy! A este hombre los pañuelos blancos un día le van a dar un disgusto. Pero no, no podía esperar, tenía que salir el primero del Pilar. Las protestas continuaban o más bien, no habían cesado. ¡Ay! Cómo se puso doña Cristina Sánchez, sí, la torera, aquella que con los trastos era mala de cuidado, la que no reconocía su incapacidad y culpaba al machismo de que ella no toreara y no a que era inoperante con la espada. Esa. Pero claro, con la palabra es peor que con la muleta y además se le nota mucho esa insultante sumisión al poder, ese todo está bien, señorito, lo que mande el señorito. Y como el mal capataz que se hinca de rodillas ante el patrón y tunde a latigazos a los trabajadores, se escandalizó y tildó de vergonzante esas protestas, porque el toro ya estaba en el ruedo. Quizá se podría haber parado a pensar que el causante de la bronca debería haber esperado a sacar el pañuelo blanco. Pero ella prefiere ir contra el que paga y no contra quién la paga.

Las aguas que medio se calmaron y el personal se dispuso a ver la corrida del Pilar. ¡Buah! Verás el desastre que se nos viene encima. Pero, ¡Caramba! Parece que el ganadero se hubiera ido de excavaciones arqueológicas a lo Indiana Jones y que en una de estas se encontró con una verdadera corrida de toros. Don Gonzalo que pensaba que la cosa iba a pintar en bastos y va y le toca un día en el que los aficionados, los actuales y los fosilizados de Atapuerca solo tuvieron ojos para esa hermosura de corrida de toros. Parecían los toros de Altamira, Lascaux y la tauromaquia de don Paco el de los toros. Láminas para llenar grutas, paredes y hasta los cierres de todos los locales del barrio de Ventas y alrededores. Una corrida de toros para triunfar, con las complicaciones que debe presentar el toro, nobles pero no bobones, a los que los de los caballos les picaron sin mirar a nadie. Aquí no hubo de eso de levantar el palo y dejar al animal desmorrarse contra el peto. Y con ellos se las tenían que ver Juan del Álamo, siempre tan arropado por el paisanaje, José Garrido, que aún no se ha repuesto de aquello que le contaron un día, que era artista, y Gonzalo Caballero, que se llevó lo peor, con una cornada tremenda al tirarse a matar en su primero. Ojala le veamos muy pronto, completamente restablecido, ojala.

Juan del Álamo, como todos, pretendía aplicar la lidia modernista al uso, pero tras los primeros mantazos con el capote ya empezó a darse cuenta de que aque4llo no0 era lo esperado. Fijo en el caballo, más castigado en la segunda vara que en la primera. ¡Ojito que vienen curvas! Echaba la cara arriba en banderillas y sería por eso, que el recibo muletero fue por abajo, a una mano, queriendo alargar el viaje del toro. Pero ya en pie hizo todo lo contrario, se lo echaba encima, le apretaba. Muy acelerado en los derechazos y dejando que le tocara demasiado la tela, lo que a larga hacía que se complicaran las cosas, porque el animal empezaba a enterarse de qué iba aquello. Mucho pico, mucho trallazo, muy fuera y sin templar, ni mandar. Cambió de mano y en cuantito que se descubrió un poco, allá que se fue el del Pilar, pegándole un tremendo volteretón, con una caída más que fea. Pudo continuar, siempre muy fuera, con el pico y más enganchones, para acabar con manoletinas. Bajonazo y el toro se fue a buscar los medios para doblar. Petición paisana, aunque costaba darse cuenta del detalle, a no ser porque en el cinco había un grupo muy bien alineado y todos con un pañuelito naranja al cuello. ¡Hombre! Al menos distribúyanse estratégicamente. Pero don Gonzalo, firme, no sacó más pañuelo blanco.

El cuarto, segundo del salmantino, de salida no quería telas, capotazos desganados, sin que el animal metiera la cara. Suelto se fue en busca del caballo para recibir un puyazo trasero mientras le tapaban la salida. El toro empujaba con fijeza y la cara a media altura. Un segundo encuentro en el que topó, se repuchó, para acabar dejándose en el castigo que el de aúpa le administraba sin escatimar esfuerzos. Y hubo una tercera vez, sin que el jinete pensara en aflojar. Del Álamo volvió a esa mala y fea costumbre del pico, al menos entre aquellos aficionados fósiles de Atapuerca. Largando tela, sin rematar ningún muletazo, continuando entre retorcimientos; un desarme; más pico y el toro por momentos complicándose cada vez más; cosas de la casta, que los toros se acaban enterando de todo y eso no es bueno. Hubo de hacerse cargo del sexto, pues como ya se ha dicho, Gonzalo Caballero estaba en la enfermería. Un torazo este sexto, al que del Álamo recibió con un veroniqueo aseadito, con el pasito atrás. Empujaba el del Pilar con ambos pitones y tirando algún derrote, para que le acabaran tapando la salida. Una segunda vara solo señalada, lo que, tal y cómo había discurrido la tarde, podía parecer un poco temerario. Y así fue y como el matador tampoco era capaz de arreglar con la muleta lo que no se hizo con el palo, el trasteo fue un continuo corretear, para que el colorado acabara haciéndose el amo.

El primero de José Garrido, segundo de la tarde, salió olisqueando la arena, escarbando y echando las manos por delante en los primeros lances. Puyazo en la paletilla, tapándole la salida y el animal peleando solo con el pitón izquierdo y con codicia. De lejos en la segunda vara, siguió con esos feos vicios de olisquear y escarbar. Se arrancó con alegría, empujando y no rehuyendo la pelea. No había tomado Garrido la muleta y el toro ya era el que mandaba allí abajo. Tímidos muletazos de tanteo del espada, buscando en qué terrenos iba a ser. Trapazos acelerados, sin mando ninguno, se le viene al ver el hueco que dejaba el engaño atravesado. Pico, enganchones y ni un atisbo de poderse hacer con el toro y lo que es peor, la cosa podía empeorar, pero el matador optó por alargar aquello sin necesidad.

El quinto también salió incómodo para el torero, que de primeras no se hacía con él. Se fue suelto al caballo, dónde mientras le tapaban, peleó con fijeza, con la cara a media altura. Un segundo picotazo, que se adivinaba que podía resultar escaso. Bien Antonio Chacón con los palos y ya en el tercio de muerte, Garrido debió echar de menos un puyacito más, pues el animal se lo comía. Muletazos en línea recta, el toro se le revolvía y a correr, siendo esta la tónica de todo el trasteo. Ni un gramo de dominio, ni un amago de plantarle cara y meterle en la muleta. Tenía este quinto mucho que torear, pero de verdad, no de ponerse a dar muletazos sin ton ni son. Y así pasó, que este también se le fue, para terminar quitándoselo de encima con un bajonazo infame.

Gonzalo Caballero solo pudo enfrentarse al primero de su lote, que le prendió de muy mala forma al ejecutar la suerte suprema. Le recibió con capotazos acortando el viaje, con cierta desgana. Desentendido durante la lidia, permitió que el toro fuera dos veces al caballo, a su aire. Picotazo con la cara muy alta, saliendo de najas, otro con similares resultados y el picador sin poderle coger, otro más y hubo de ir una cuarta vez para que al menos recibiera algún castigo. El toro pegaba unos tremendos arreones en banderillas. Con la muleta le saludo con unos telonazos por alto. Una primera tanda con muletazos con el pico, echándolo para afuera, pero que prosiguió con otros estimables más ajustados. Fue bajando el nivel, para continuar después con naturales rematados delante de la cadera. Acortó demasiado las distancias olvidándose de hacer el toreo. Invertidos con la izquierda, que solo agradaban al público, que no a los fósiles de Atapuerca. Que se dice que antiguamente estos alardes no gustaban a la afición capitalina. Cuadró al toro y se tiró muy derecho, encima del toro, dando la sensación de que él no hacía la cruz y el del Pilar tampoco atendió demasiado al engaño. La peor manera de cerrar una crónica. Pero al menos podemos celebrar el hecho de que se encuentran restos de aficionados en Atapuerca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pareció una señora corrida, muy interesante. A los toreros los ví con muchos problemas para afrontar la lidia de los toros que tuvieron enfrente y que no supieron o pudieron solucionar. Y a los que ví por debajo, muy por debajo de la corrida, fue a los comentaristas, señor que cruz es escucharles, a los tres, tratando de echar la culpa de todo a los toros, en especial al señor Maxi y a la señora Sánchez, esta última penosa. Cosas de la tele. Un saludo. Rigores.

Anónimo dijo...

No sé no sé, pero algunos de los de Atapuerca tenían más pases que los del Pilar.

Enrique Martín dijo...

Rigores:
Unos porque no tienen ya costumbre y no saben plantarle cara a un toro y los otros... ya sabes, las lentejas. Pero hacen mucho daño.
Un fuerte abrazo

Enrique Martín dijo...

Anónimo:
Los del Pilar tenían todos los pases, pero a medida que se les iban haciendo las cosas mal, perrería a perrería, enganchón a enganchón, estos iban mermando. Y los mismos toreros consiguieron no poder sacarles lo que llevaban dentro. Si estamos acostumbrados a que el toro salga ya lidiado, cuando sale uno para ello en el ruedo, pues pasa esto.
Un saludo