Aquel arte sevillano de verdad |
Hay días en los que confluyen tal serie de circunstancias
que resulta complicado sentirse cómodo en la propia casa. Que de repente llega
una muchedumbre y deciden celebrar el bautizo de una muñeca en el descansillo
de tu casa. Que te montan el tenderete que ni te enteras y luego pretenden que
te sumes a la fiesta, pero pagando y poniendo la vajilla, la cubertería y los
canapés. Y no te quejes de que se te metan en el salón y te dejen la alfombra
buena llena de lamparones, que todavía te la lían. En estos casos uno a veces
se queda que no sabe qué hacer y lo que le apetece no es recomendable, Entonces
hay que parar, respirar y recordar lo que nos enseñaron nuestros mayores,
palabra por palabra. Y si esa juerga la perpetran en tu plaza y con unas formas
que no acaban de cuadrarte, entonces, y con urgencia, hay que tirar de la
sabiduría de aquellos que tan bien veían esto de los toros y ponerlo como un
espejo delante de estas cosas que se ven y se aclaman tanto en estos días.
Que mala cosa es eso de los espejos, que en la corrida de
Montalvo no aguantaría el ponerla delante y compararla con lo que se debería
llamar una corrida de toros. Más parecía una corrida de sobreros corraleados y
si añadimos al que salió de sobrero, es que ni para eso daba el pego; quizá
para las calles estaría bien, aunque también es sabido que en las calles muy a
menudo se echan toros que ya nos gustaría ver en los ruedos. Una corrida
moderna, grandona, destartalada incluso, que salían ya lidiados de toriles, que
malamente se les pico, que por momentos hasta parecían renquear hasta de la
divisa y que allí estaban dispuestos para que en la muleta les dieran como poco
cuarenta docenas de pases.
Los matadores eran Ginés Marín, Luis David (Adame) y Pablo
Aguado. El primero hasta recibió una oreja, pero la sensación y lo que ocupa
las tertulias fue el sexto toro de Pablo Aguado, al que se esperaba con
verdaderas ganas días después del acontecimiento que protagonizó en Sevilla. En
su primero, ese que era para que en las calles le recortaran con un jersey,
grandón, enorme, de Luis Algarra, al que parece que Emilio Muñoz no puso pegas.
Igual es que le gustan los mastodontes según el día, ¿no? Y para colmo salió
acostándose por el pitón izquierdo llegando a enganchar al matador, que aunque
sin consecuencias aparentes, que eso te lleve por delante ya es suficiente.
Apenas se le picó, tampoco se empleó bajo el peto, se limitaba a quedarse por
allí. Aguado intentó torearlo con la figura erguida y en una de estas en las que
dejó hueco entre él y el engaño, le levantó de muy fea forma. El toro empezaba
a acudir al encuentro como un mulo en la noria. Muletazos que más daban aire,
que someter a la mole con cuernos, teniendo que recolocarse constantemente.
Media baja y bajonazo casi en el número.
Y salió ese sexto, en el que pablo Aguado le dejó un poco a
su aire, permitiendo incluso que fuera suelto al caballo, en el que se le picó
como ya no es habitual, aunque sin exageración, por supuesto. Inició Aguado el
trasteo sacando al animal de las cercanías de las tablas con muletazos
templados, flexionando la rodilla, atravesando un tanto la muleta, con
parsimonia y elegante naturalidad, pero ya digo, con el pico de la muleta.
Prosiguió por el pitón derecho, sin perder la compostura y moviendo el engaño
con lentitud, derecho y relajado, pero abusando del extremo de la pañosa,
permitiendo que se la tocara y con algún enganchón. Cambió de pitón, dónde
quizá fue lo más vistoso, pero insistiendo en los mismos males, muleta al bies
y trazando medios pases, sin rematar nunca atrás, despacioso y muy templado.
Faena justo, lo que hay que reconocerle y valorarlo. Concluyó toreando de
frente, con muletazos de uno en uno y quedándose fuera. Estocada entera
haciéndole guardia más de dos palmos, además de dos pinchazos más. Creo que
nadie puede negar la plasticidad de este torero, lo que es de agradecer en
estos tiempos de contorsionismo extremo, pero lo de torear, como decían
nuestros mayores, es algo más que posturas. Quizá estos echarían de menos algo
más de verdad en las maneras de este torero.
Si a los números echamos cuentas, el triunfador sería Ginés
Marín, pero tampoco debemos hacer caso a las cifras, porque si esto es un arte,
el arte no se puede medir por kilos, ni por metros, ni mucho menos por
despojos. Que mala cosa es que a tus toros los dejes deambular por el ruedo,
que lo dejes entre las dos rayas para que vaya al caballo, a un toro que
apretaba el paso cada vez que veía la puerta de toriles al fondo. Y en toriles
tuvo que iniciar la faena Ginés Marín, de dónde lo sacó a las primeras de
cambio. Muletazos acelerados, con mucho pico, mientras intentaba encontrar los
terrenos. Muy despegado, con mucha carrera entre trapazo y trapazo, muy
despegado, mal acompañando las embestidas, hasta que le desarmó, entre las
ovaciones del respetable. Toreo de frente, demasiado embarullado. Lo mismo por
uno que por otro pitón, la canción era la misma, sin pararse quieto, mucho pico
y siempre teniendo que recuperar el sitio a base de carreras. Entera muy
trasera y, ¡alegría! La misma que sintió el personal al ovacionar la muerte del
toro… ¡en la puerta de toriles! Bravura, ¿eh? Y una oreja, no sin la
inestimable colaboración de los acemileros. Al cuarto le dejaron corretear a su
antojo, sin que nadie hiciera amago de sujetarlo en las telas. El animal empezó
a perder las manos en el momento en el que se le empezó a exigir un mínimo. Así
fue en los comienzos por abajo, rodilla en tierra. Y así continuó entre
trapazos, recorriendo todo el ruedo, hasta llegar a ponerse pesado.
Quizá algunos recuerden la presentación de Luis David
(Adame) como novillero en Madrid, en el que hasta pareció apuntar cosas. Pues
de lo apuntado no que da nada. Y eso que las verónicas de recibo fueron más que
aseadas. Bonito galleo para llevar el toro al caballo (tapatías según me
apuntaba el buen aficionado Xavier González Fisher desde allá en
Aguascalientes). Se arrancó el de Montalvo y casi derriba al picador, pero en
esta ocasión Óscar Bernal supo defender la montura, agarrándose en buen sitio.
La segunda vara fue un picotazo entre derrotes del toro. Buen quite por
verónicas de Pablo Aguado, al que respondió con unas zapopinas apartándose,
Luis David (Adame). Comienzo de rodillas con la mano derecha, para proseguir,
ya en pie, desplegando todo su toreo moderno. Muletazos empalmados, lo que le
ayudaba a disimular el pico exagerado, muy despegado y desperdiciando cada una
de las embestidas que le iba regalando el de Montalvo. Fue acortando
distancias, hasta terminar con un arrimón. Entera recibiendo y una petición que
el del palco no estimó. El quinto era un verdadero búfalo al que no sabía por
dónde hincarle el diente. Acudió al caballo al paso, sin prisas o sin fuerzas,
elijan. Desde los primeros muletazos la sosería ya era manifiesta, tanto como
la ventajista vulgaridad del toreo de Luis David (Adame), lo que no le impidió
alargar en demasía el trasteo, hasta llegar al bajonazo criminal. Y esto dio de
si una tarde en la que ante el entusiasmo de tantos, uno no entendía por qué no
tenía esas mismas sensaciones, que ganas daban de exiliarse a Tombuctú, pero en
estos casos, lo mejor es respirar, reflexionar y echar mano a los recuerdos a
aquellas lecciones que nos dieron y quedarme en cómo me enseñaron mis mayores.
2 comentarios:
Buenos días Enrique! De nuevo escasez de fuerzas en unos toros que, fieles a su encaste, propiciaron posibilidades de triunfo para la terna a poco de que fueran cuidados en el caballo. Alguno empujó en el caballo en la primera vara aunque todos cantaron la gallina en posteriores encuentros con la caballería.
Lo del público isidril es de traca. Hemos llegado a un punto en que lo único importante es que el toro dé vueltas y vueltas alrededor del actuante. Lo mismo da que enganche las telas, que el matador tenga que recolocarse en cada muletazo o que se meta el pico hasta la saciedad. De la suerte suprema mejor ni hablar.
Ginés Marín nos deleitó con algún muletazo suelto de gran hondura a partes iguales con un manual de destoreo y falta de mando. Suficiente para que los isidros flamearan los pañuelos blancos. Como sucede en otras ocasiones, cuando sale el toro que no es de carril o presenta la más mínima complicación, el jerezano se muestra inoperante.
Luis David nos ofreció variedad en el toreo de capa, cosa que es de agradecer. Desmesurada la pretensión de los isidros de desorejar uno de los apéndices del noble y flojo segundo. Más mérito le otorgo en el quinto de la tarde, un toro descompuesto al que el mexicano logró corregir con la muleta ciertos defectos que presentó en los dos primeros tercios aunque no terminara de acoplarse con él y sacar más partido de las bondades que el toro le ofreció durante el trasteo.
Aguado se equivocó en el tercero, la flojedad del toro unido al excesivo castigo en varas lo llevó a acompañar a Florito al banquillo. Lo que salió era aún peor, de embestida descompuesta y con el peligro, no del toro encastado, sino del flojo que peligrosamente se defiende cabeceando. Aguado mal con el capote y con la muleta, con accidente incluido. En el sexto llega el éxtasis, la apoteosis, muletazos con mucha cadencia, despaciosos, eternos…pero aislados. Y es que una de las máximas del toreo es la ligazón, es decir, engarzar un muletazo con otro a base de mando, a base de hacer ir al toro por donde no quiere ir y dejarle colocado para el siguiente muletazo sin que el torero tenga que rectificar terreno, es decir, girando en un palmo de terreno. El palmo de terreno se fue extendiendo cada vez más ya que Aguado no paraba quieto, incapaz de dar dos muletazos seguidos en el sitio, descolocado casi siempre y metiendo pico por doquier. Esa misma obra con una buena colocación y con ligazón hubiera sido merecedora de premio gordo (con permiso de la espada) pero no fue así…
Manuel Izquierdo, de la cuadrilla de Ginés Marín, estuvo bien toda la tarde tanto en banderillas como en quites.
Un abrazo
J.Carlos
J. Carlos:
Con Ginés Marín no soy yo tan benévolo y la prueba de lo veleta de público y presidente es que a Luis David no le dieran un despojo por hacer lo mismo que el otro, que no quiero yo decir que la mereciera ninguno de los dos. Pero como bien dices, se premia el que anden por allí. De lo de Aguado, ya veo que tú también viste cosas que la mayoría no quiso ver, pero que sucedieron. Y en su favor, un quite con el capote, con momentos interesantes. ¿Te fijaste en el grandullón que no le pareció mal al señor Muñoz? Qué mundo.
Un abrazo
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